El Novio se va a la viña con
una navaja y comerá uvas si tiene hambre. Marcha alegre como un muchacho con
salud y tierras. La Madre se queda, hace veinte años que no ha subido a lo alto
de la calle. Está sentada en una sillita de esparto donde sólo espera, ni
siquiera musita. Cuando entra La Vecina sin llamar y saluda y se sienta en otra
sillita de esparto, huyen las cavilaciones y La Madre pregunta. Sabe a quién
preguntar porque las dos tienen dos hijos dormidos. La Madre pregunta a La
Vecina por la Novia, pero enseguida pasa a lo que de verdad le interesa: la
familia de La Novia. A lo largo y ancho de los tiempos las madres se han
preocupado de saber siempre sobre las familias de las novias y de los novios.
Desde los tiempos del esparto en las sillas hasta las mañanas de misa y Viena
Capellanes. Por eso no es de extrañar que el Dictador le pregunte a La Señora
si sabe quién es esta de ahora. Desde que se trajo de fuera al muchacho, este
no ha parado de darle disgustos. Que si hoy con una que si mañana con otra. Él
no sabe de estas cosas y La Señora tampoco porque nunca tuvieron hijos. Conoce
cómo le llaman sus compañeros de armas, especialmente Queipo que inventó el
mote: Paca la Culona. No Paquita, no: Paca. Paquita y mariquita se lo llamaba
su propio padre. Tampoco entiende mucho de novios y novias. Mide 1,64, tiene
voz aflautada y sabe que en persona pierde mucho. Por eso las dos veces que ha
pretendido a una señorita, cuando era capitán, lo hizo por carta. Y las dos le
dieron calabazas. Nadie le advirtió nunca de que a una novia no se la llama de
usted y señorita. Le dolió especialmente el desprecio de la última, porque era
hija de Indalecio Prieto y él apreciaba a Indalecio Prieto. Por eso cuando
después le presentaban gobiernos decía que sí, con una apostilla: vale, pero
aquí falta un Indalecio Prieto.
II
El Dictador regresó a la vida
cuando La Señora entró en el salón después de hablar con Rodríguez. Parece que
esta vez ha encontrado la horma de su zapato, dijo ella. El Dictador quiso
saber más y La Señora siguió explicando: pues que dice Rodríguez que ella es
tan movida como él en cuestión de amores, son muchos novios ya en su historial.
Así que a lo mejor se remansan el uno con el otro, y dejan de ser tan fogosos
fuera. Dios te oiga, dijo el Dictador. ¿Y cómo se llama la candidata? Tití,
respondió La Señora. Al Dictador eso le empezó a sonar raro. Tití, Tití, eso no
es muy cristiano, ¿Tití qué más? porque ese no es nombre ni nada. ¿De qué
familia viene? De los Saboya, dijo La Señora. ¿De los Saboya italianos o hay
Saboyas en España? siguió El Dictador. No, de los Saboya italianos, contestó La
Señora. ¡De los Saboya italianos! Se acabó, si hay que castigarlo quitándole la
moto, se le castiga, por ahí no paso. ¡Los Saboya! Mira la que nos liaron desde
que el pánfilo Prim nos los trajo. Y luego Riego con sus campanillas tan
liberales, vaya militar el uno y el otro, o se lo dices tú o se lo digo yo,
pero la novia esa se acabó. Tití, Tití, ya me parecía nombre poco apropiado
para una reina de España. Y El Dictador se arrebujó en su butaca. La Señora
quiso amortiguar el disgusto. ¿Hoy no bajas a que te pongan una película? quiso
saber ella. ¡Para cine estoy yo! ¿No nos habremos equivocado de primo? Y con
esta duda entraron en la noche El Dictador y La Señora.
III
Entra La Señora, se sienta en
su sillón cerca del Dictador, suspira hondo como si se hubiera quitado un peso
de encima, y habla: Rodríguez dice que esta servirá, que es princesa y ha
estudiado puericultura, y que nadie ha podido decir nunca nada de ella. El
Dictador pregunta ¿ha tenido algún novio antes? Está enamorada de un noruego
pero el noruego no le hace caso, contesta La Señora. ¿Y de su madre sabes algo?
quiere saber El Dictador. Lo sé todo, contesta La Señora. Sé que se casó con su
tío. ¿Con un tío de la novia que dices? No, con un tío de la madre, la madre se
casó con su propio tío. ¡Pero eso no es cristiano! responde El Dictador. Bueno,
vaya una cosa por la otra: cuando vivía en su país militó de las Juventudes
Hitlerianas. El Dictador empieza un rictus como una sonrisa. Como el Papa,
dice. Hay muchos más de los nuestros de lo que pensábamos, contesta La Señora.
El Dictador asiente feliz. Pero sigue preguntando ¿y del padre sabes algo? Todo
también, responde La Señora, sé que fue novio durante años de un gigoló
norteamericano llamado Deham, estaba tan enamorado de él que se lo llevaba a
pasar los veranos en el yate real, junto al resto de la familia. ¡Pero eso no
es cristiano!, interrumpe El Dictador. Espera, hombre, le tranquiliza La
Señora, también hay un lado bueno: a su padre, al abuelo de la novia, lo
echaron del trono por simpatizar con el nazismo, así que la muchacha viene de
buena sangre por parte de madre y por parte de abuelo paterno ¿no te parece
maravilloso? El Dictador se queda suspendido en el aire, y al aire del salón se
dirige: y además, puericultora, pronuncia con embeleso. Se vuelve a La Señora y
declara: esa, dile a Rodríguez que no busque más, esa, esa. Y que me preparen
abajo el cine, hoy tengo ganas de una película, una de risa.
DdA, XVIII/5184
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