jueves, 2 de junio de 2022

HAY QUE CASAR A JUANITO

 



Valentín Martín

El Novio se va a la viña con una navaja y comerá uvas si tiene hambre. Marcha alegre como un muchacho con salud y tierras. La Madre se queda, hace veinte años que no ha subido a lo alto de la calle. Está sentada en una sillita de esparto donde sólo espera, ni siquiera musita. Cuando entra La Vecina sin llamar y saluda y se sienta en otra sillita de esparto, huyen las cavilaciones y La Madre pregunta. Sabe a quién preguntar porque las dos tienen dos hijos dormidos. La Madre pregunta a La Vecina por la Novia, pero enseguida pasa a lo que de verdad le interesa: la familia de La Novia. A lo largo y ancho de los tiempos las madres se han preocupado de saber siempre sobre las familias de las novias y de los novios. Desde los tiempos del esparto en las sillas hasta las mañanas de misa y Viena Capellanes. Por eso no es de extrañar que el Dictador le pregunte a La Señora si sabe quién es esta de ahora. Desde que se trajo de fuera al muchacho, este no ha parado de darle disgustos. Que si hoy con una que si mañana con otra. Él no sabe de estas cosas y La Señora tampoco porque nunca tuvieron hijos. Conoce cómo le llaman sus compañeros de armas, especialmente Queipo que inventó el mote: Paca la Culona. No Paquita, no: Paca. Paquita y mariquita se lo llamaba su propio padre. Tampoco entiende mucho de novios y novias. Mide 1,64, tiene voz aflautada y sabe que en persona pierde mucho. Por eso las dos veces que ha pretendido a una señorita, cuando era capitán, lo hizo por carta. Y las dos le dieron calabazas. Nadie le advirtió nunca de que a una novia no se la llama de usted y señorita. Le dolió especialmente el desprecio de la última, porque era hija de Indalecio Prieto y él apreciaba a Indalecio Prieto. Por eso cuando después le presentaban gobiernos decía que sí, con una apostilla: vale, pero aquí falta un Indalecio Prieto.

II

El Dictador regresó a la vida cuando La Señora entró en el salón después de hablar con Rodríguez. Parece que esta vez ha encontrado la horma de su zapato, dijo ella. El Dictador quiso saber más y La Señora siguió explicando: pues que dice Rodríguez que ella es tan movida como él en cuestión de amores, son muchos novios ya en su historial. Así que a lo mejor se remansan el uno con el otro, y dejan de ser tan fogosos fuera. Dios te oiga, dijo el Dictador. ¿Y cómo se llama la candidata? Tití, respondió La Señora. Al Dictador eso le empezó a sonar raro. Tití, Tití, eso no es muy cristiano, ¿Tití qué más? porque ese no es nombre ni nada. ¿De qué familia viene? De los Saboya, dijo La Señora. ¿De los Saboya italianos o hay Saboyas en España? siguió El Dictador. No, de los Saboya italianos, contestó La Señora. ¡De los Saboya italianos! Se acabó, si hay que castigarlo quitándole la moto, se le castiga, por ahí no paso. ¡Los Saboya! Mira la que nos liaron desde que el pánfilo Prim nos los trajo. Y luego Riego con sus campanillas tan liberales, vaya militar el uno y el otro, o se lo dices tú o se lo digo yo, pero la novia esa se acabó. Tití, Tití, ya me parecía nombre poco apropiado para una reina de España. Y El Dictador se arrebujó en su butaca. La Señora quiso amortiguar el disgusto. ¿Hoy no bajas a que te pongan una película? quiso saber ella. ¡Para cine estoy yo! ¿No nos habremos equivocado de primo? Y con esta duda entraron en la noche El Dictador y La Señora.

III

Entra La Señora, se sienta en su sillón cerca del Dictador, suspira hondo como si se hubiera quitado un peso de encima, y habla: Rodríguez dice que esta servirá, que es princesa y ha estudiado puericultura, y que nadie ha podido decir nunca nada de ella. El Dictador pregunta ¿ha tenido algún novio antes? Está enamorada de un noruego pero el noruego no le hace caso, contesta La Señora. ¿Y de su madre sabes algo? quiere saber El Dictador. Lo sé todo, contesta La Señora. Sé que se casó con su tío. ¿Con un tío de la novia que dices? No, con un tío de la madre, la madre se casó con su propio tío. ¡Pero eso no es cristiano! responde El Dictador. Bueno, vaya una cosa por la otra: cuando vivía en su país militó de las Juventudes Hitlerianas. El Dictador empieza un rictus como una sonrisa. Como el Papa, dice. Hay muchos más de los nuestros de lo que pensábamos, contesta La Señora. El Dictador asiente feliz. Pero sigue preguntando ¿y del padre sabes algo? Todo también, responde La Señora, sé que fue novio durante años de un gigoló norteamericano llamado Deham, estaba tan enamorado de él que se lo llevaba a pasar los veranos en el yate real, junto al resto de la familia. ¡Pero eso no es cristiano!, interrumpe El Dictador. Espera, hombre, le tranquiliza La Señora, también hay un lado bueno: a su padre, al abuelo de la novia, lo echaron del trono por simpatizar con el nazismo, así que la muchacha viene de buena sangre por parte de madre y por parte de abuelo paterno ¿no te parece maravilloso? El Dictador se queda suspendido en el aire, y al aire del salón se dirige: y además, puericultora, pronuncia con embeleso. Se vuelve a La Señora y declara: esa, dile a Rodríguez que no busque más, esa, esa. Y que me preparen abajo el cine, hoy tengo ganas de una película, una de risa.

     DdA, XVIII/5184     

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