Hugo Garciamarín
A veces, detrás de las grandes decisiones no hay cálculos complejos ni
análisis brillantes. A veces, simplemente, hay un nudo en la garganta”. Así
inicia Pablo Iglesias su libro Verdades a la cara. Recuerdos de los
años salvajes —producto de varias entrevistas realizadas y
editadas por el periodista de eldiario.es, Aitor Rivero— en el
que narra sus experiencias como líder político de Podemos. El libro más que
unas memorias es un análisis político en primera persona de los últimos siete
años de la política española.
Verdades a la cara resulta útil no sólo para los
interesados en la política de España, sino a todos aquellos que buscan
comprender la política real y las motivaciones detrás de la lucha por el poder: los
medios de comunicación, los grandes empresarios, la derecha y la ultraderecha
son recurrentes en el relato. Todo esto contado con la soltura al
hablar que le caracteriza a Iglesias, pero con la libertad de saber que su
papel ya no es el de conseguir votos, lo que le permite decir las cosas tal y
como las piensa. Por ejemplo, de José Manuel Villarejo dice
que “…es fundamentalmente un producto mediático. No es James Bond, no
es un gran espía. Es un huelebraguetas especializado en
buscar secretos, vicios, cocaína, prostitutas… y vendérselo a medios de
comunicación para destruir reputaciones”.
El libro está dividido en seis apartados, pero desarrollaré tres ideas que
considero resaltan durante su lectura. En primer lugar, la política es
contingencia. Aunque Iglesias y sus compañeros conjugaban muy bien la
teoría con la práctica, y en el mismo texto se hacen análisis que explican los
caminos que decidieron tomar, en muchas ocasiones los resultados de sus
acciones no fueron planificados: no se planeaba un triunfo de tal magnitud en
las elecciones europeas de 2014, ni que las izquierdas tradicionales les dieran
la espalda, ni ir a las segundas elecciones generales en 2016, ni siquiera,
aunque sabían que el poder reaccionaría virulentamente contra ellos, la forma en
la que serían acosados: “uno puede teorizar lo que significa que te partan la
cara, pero no hay universidad que te prepare para que te den un puñetazo”.
La política, sugiere Iglesias, es particularmente hostil para quien quiere
transformar realmente las cosas. “La política a nuestro nivel —recuerda que
le dijo en alguna ocasión Álvaro García Linera— implica convertirse en un
monje. Y tenía razón”. Considera que se tiene que asumir que hay muchos
enemigos y que casi no hay momentos de felicidad. Que todo lo que digas, en
privado o en público, puede ser usado en tu contra y que tu honorabilidad
siempre está en juego. No hay espacio para la tranquilidad y en
ocasiones las decisiones son motivadas por la responsabilidad y no por
ambiciones personales. Así lo explica:
El 26 de enero de 2019, Irene y yo habíamos decidido dimitir a todos
nuestros cargos y dejar la política […] Habían pasado pocos días desde que
Iñigo Errejón y Manuela Carmena habían anunciado, por sorpresa, la creación de
una nueva formación política. La situación era muy difícil. Habíamos llamado a
algunas personas del partido y de fuera para que se pusieran al frente de una
candidatura a la Comunidad de Madrid. Nadie quería. […] Teníamos dos bebés e
Irene, aunque aún no lo sabíamos, estaba embarazada de Aitana. Merecíamos una
vida más llevadera. […] Entonces, sonó el teléfono. Era Pablo Echenique.
“Me presento yo a la comunidad de Madrid si hace falta”, me dijo. Se me formó
un nudo en la garganta y rompí a llorar. Se lo conté a Irene, que se echó a
llorar también.
En segundo lugar, la política y el poder realmente existente. A partir de su experiencia, relata que el gobierno no necesariamente gobierna, sino que hay un Estado profundo que se sostiene en tres poderes: el jurídico, el policial y los medios de comunicación. Todos ellos están conformados por actores claramente reconocibles, que comparten historias, restaurantes y financiadores. Ante ellos, el gobierno en varias ocasiones puede hacer poco para contenerlos. Un ejemplo de esto fue que el acoso que sufrió en su domicilio, y que afectó a toda su familia, fue realizado por un sindicato ultraderechista de policías nacionales, sin que nadie pudiera detenerlos, pese a las reiteradas denuncias y que las agresiones eran cada vez más hostiles. Acoso que, además, era fomentado por medios de comunicación, quienes no sólo lo difamaban y calumniaban constantemente, sino que además hostigaban hasta a la cuidadora de sus hijos. Iglesias reprocha la falta de espíritu democrático de mucha gente que decidió callar en lugar de condenar la situación. Mientras se tratara de él, todo estaba permitido. El mensaje del Estado profundo era claro: “no te merece la pena a nivel personal. No te metas. No luches, no pelees. No defiendas aquello en lo que crees”.e of Chaos is licensed under CC BY 2.0.
La lectura, inevitablemente, lleva a pensar cuál debe ser entonces la
postura que las izquierdas deben tomar frente al poder. Pablo Iglesias se
desmarca del ultraizquierdismo y su rechazo a luchar por el poder estatal: “(…)
si tu revolución da menos miedo a los empresarios que subir el SMI (el salario
mínimo interprofesional) a lo mejor el problema no está en ser reformista o
revolucionario, sino en el poder que tenemos para cambiar las cosas”. Pero al
mismo tiempo reivindica la idea de que sin brújula ideológica no tiene sentido
hacer política, o dicho de otra forma, en realidad no se disputa el poder. Iglesias
se reconoce dentro de una tradición comunista cuyo triunfo histórico es que
llegó a cogobernar el país, tomando decisiones difíciles, sí, pero sin ceder en
sus convicciones. Su programa, en realidad, “era un modesto programa
socialdemócrata” que, a la fecha, sigue abriéndose el camino paulatinamente:
“esta es, básicamente, la premisa del pesimismo de la inteligencia y el
optimismo de la voluntad”.
En tercer lugar, la política y la lealtad en las izquierdas. El
libro no se caracteriza por la autocrítica, si bien Iglesias enuncia que “hubo
errores”, no menciona claramente cuáles. Pero algo que sí enfatiza es la falta
de unidad y lealtad en la agrupación. Compañeros de otras latitudes les habían
advertido que, si se dividían, les sería aún más difícil, sino es que
imposible, avanzar. Y aunque al principio de todo juraron que seguirían juntos,
no lo lograron: “la lealtad es un elemento crucial para hacer política desde la
izquierda”.
¿Pero lealtad hacia quién? Iglesias afirma que hacia los ideales y hacia la
agrupación. Durante mucho tiempo, se afirmó que estaba aferrado al sillón, al
cargo como Secretario General y luego como Vicepresidente; pero, según él, tal
y como se vio cuando dejó la política, en cualquier momento pudo hacerse a un
lado e incluso apoyar a Íñigo Errejón, tal y como lo hizo ahora con Yolanda
Díaz. Sobre Errejón, Iglesias no cae en el chisme y no hace público algún
desencuentro en específico. Sólo le acusa de desleal, con él y con el
partido, y sentencia en varias ocasiones: en política “lo que define a uno no
son sus amigos, sino sus enemigos”.
Por último, me gustaría añadir que Verdades a la cara devela
la nueva batalla de Iglesias: la cultural. Afirma que no piensa
regresar a la política institucional, pues ahora es feliz y hace lo que le
gusta: investigar, opinar en medios y leer. Pero esto no quiere decir que haya
renunciado a la política. Mientras deja incierto el futuro de Podemos, pues
afirma que “debe ser útil a cualquier cosa que se arme en el futuro, en lo
electoral o en lo social”; afirma que la derecha ha avanzado en lo cultural y
ahí hay que hacerle frente. Esa es su nueva disputa política y para ello ha
regresado a los medios, en donde se dio a conocer. Hasta el momento parece que
Pablo Iglesias ha conseguido lo que muchos quisieran: dejar la lucha por el
poder en una sola pieza, sin dejar trozos de dignidad en el camino.
Presencia DdA, XVIII/5170
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