Lucía Taboada
A esta
altura de la semana ya os habréis enterado de que igual sois “tontos”. Puede
que, incluso, os hayáis sentido “zaheridos” por tal calificativo. Si no os habéis
enterado consultad vuestra factura de la luz porque el presidente de Iberdrola,
Ignacio Sánchez Galán, considera que los clientes que siguen con la tarifa
regulada, el PVPC, son tontos. Se calcula que son más de 10
millones de hogares en España los que tienen esa tarifa, en lugar de estar en
el mercado regulado, donde las tarifas se negocian entre los usuarios y las
empresas comercializadoras. Históricamente, el precio regulado ha sido más
barato que el de los mercados libres, pero los últimos meses se ha encarecido
bastante, a expensas de que se tope el precio del gas. Además, se da la
circunstancia de que las personas vulnerables, para poder pedir y beneficiarse
del bono social en la factura de la luz, tienen que tener esa tarifa regulada
como uno de los requisitos.
Tras la
lógica indignación de usuarios y no usuarios, de la bobalicona masa social
regulada y no regulada, la cuenta oficial de Iberdrola compartió esta
rectificación: “Ignacio Galán, presidente de Iberdrola, desea pedir
sinceras disculpas en el caso de que alguien se hubiera sentido ofendido por
las frases expresadas de forma coloquial, que no tratan de zaherir a nadie, y
manifiesta su máximo respeto por todos los consumidores”. De la
disculpa oficial en cuestión se deducen dos cosas. La primera: si “tonto” nos
ha molestado es porque fue expresado de manera coloquial, tal vez si nos
hubiese llamado “botarates”, “estultos” o “bucéfalos” nos habría dolido menos.
Y la segunda: cualquier “sinceras disculpas” que preceda a un “en el caso de
que alguien se hubiera sentido ofendido” demuestra que las disculpas contienen
de todo menos sinceridad.
Hay otro
factor en esa conferencia desde la fábrica de baterías de Volkswagen en Sagunto
que indigna casi o más que la propia frase del presidente de Iberdrola: las
risas cómplices. La risotadas de la grada, –especialmente las del presidente de
la multinacional alemana, Herbet Diess, a su lado en la intervención–, los que
aplauden la temeridad, como quien asiste a un concierto de música y pide que
salgan a tocar los bises. En ese acto se dieron todos los elementos que
conforman los mecanismos del bullying: el que lo practica y los que lo jalean.
En la
conferencia de Ignacio Sánchez Galán también se constató algo bastante
frecuente entre las personas con privilegios: cómo tienden a considerarse
merecedoras de su buena suerte pero, a su vez, consideran que las personas
menos afortunadas se merecen la suya. Es el camino más sencillo para dar un
sentido a la desigualdad; o, mejor dicho, para justificarla. Si la desigualdad
es algo que te has ganado por no ser espabilado, por no ser listo como yo,
entonces tú te mereces tu situación económica y yo mantengo mis privilegios
intactos sin cuestionamientos morales. Por supuesto, uno puede ser
extraordinariamente rico y no exhibir estos patrones, o ser pobre y exhibirlos,
pero es habitual esa falta de empatía del que mira desde arriba hacia abajo. A
fin de cuentas, si bien hay fuerzas económicas que contribuyen a crear
desigualdades económicas, existen fuerzas aún mayores para conseguir que estas
se mantengan.
No
obstante, Sánchez Galán podría tener algo de razón. Igual somos tontos por
no plantar cara al abuso energético uniéndonos socialmente. Igual somos
tontos por no reclamar la necesaria pedagogía sobre las tarifas de la luz, que
leemos como si estuviésemos desentrañando el Ulises en griego antiguo un día de
resaca. En cualquier caso, siempre mejor tontos, aunque tengamos que decidir a
qué horas poner lavadoras o encender hornos, que usureros. Y, además, nunca
será lo mismo ser tonto que hacérselo; ni nunca será lo mismo ser listo que
pretender parecerlo.
elDiario. es DdA, XVIII/5161
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