miércoles, 25 de mayo de 2022

REALMENTE, UN PROLIJO DEMÉRITO



Juan M. Campal

Siete años después de la manifestada voluntad de abdicación de Juan Carlos I, veo de nuevo que anda la nación atravesada de cierto clamor y fervor republicano, bien es verdad que por obra monárquica cual entonces escribí en mi artículo ‘República sí, mas ¿cómo, cuándo y cuál?’ y cómo esta se ha visto incrementada y concretada, ahora, por los extemporáneos, en su acepción de inoportunos e inconvenientes, actos del personaje.

Y así, de nuevo estos días recordé los múltiples paseos que el 6 de diciembre de 1978 di de la ovetense calle de Campomanes al colegio electoral de El Fontán y viceversa, mientras, aun el apoyo masivo pedido por el PCE, dilucidaba el sentido de mi voto al texto constitucional, pues si bien la razón –«Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…» que proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos– y la historia me empujaban a un «no», esa misma historia y el deseo de un esperanzador futuro –«…liquidación de la legalidad franquista y el comienzo efectivo de una nueva legalidad democrática…» a que animaba el mismo Partido– me inclinaban a un «sí».

Pudieron, como hoy a pesar de los pesares, la historia y el futuro, aun cuando siga pensando que «República sí, mas ¿cómo, cuándo y cuál?»; ya que, si miro el actual panorama político, no veo dirigente alguno al que fiarle tan esperanzador proyecto de futuro y ya los muchos desencantos y desilusiones vividos me inclinan a la mesura y la distancia. Más, cuando ninguno de los partidos que se dicen republicanos responde claramente a ninguna de mis tres preguntas ni veo que sus voceros me traten como a un ciudadano, no solo cuando insultan mi inteligencia, sino cuando usan sus manidos «gente» y «pueblo»; lo que me hace pensar que utilizan el digno e idealizado concepto de «república» como romántico e hipnótico mantra.

Claro que, si me disgusta que las voces partidarias insulten mi inteligencia y menosprecien como ciudadano, aún más deploro que el abdicado rey lo haga creyéndome su súbdito. No hay campechanía que justifique sus yerros conocidos. Yerros que a cualquier otro ciudadano contribuyente le hubiesen acarreado muy distintas y graves consecuencias. Mas no, no me ha ofendido su ridículo reciente, no le otorgo ese derecho y sí tiene el de retratarse tal cual parece. Por edad y nuevo desvelo, estoy apenado. Nunca creí que a la vejez diese en tan flaco favor a su heredero y en tan franco despotismo. Realmente, un prolijo demérito.

¿Será cierto lo del galgo?

¿EXPLICACIONES, DE QUÉ?


La Nueva Crónica  DdA, XVIII/5177

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