Juan M. Campal
Siete años después de la manifestada voluntad de abdicación de Juan Carlos I, veo de nuevo que anda la nación atravesada de cierto clamor y fervor republicano, bien es verdad que por obra monárquica cual entonces escribí en mi artículo ‘República sí, mas ¿cómo, cuándo y cuál?’ y cómo esta se ha visto incrementada y concretada, ahora, por los extemporáneos, en su acepción de inoportunos e inconvenientes, actos del personaje.
Y así, de nuevo estos días recordé los múltiples paseos que el 6 de diciembre
de 1978 di de la ovetense calle de Campomanes al colegio electoral de El Fontán
y viceversa, mientras, aun el apoyo masivo pedido por el PCE, dilucidaba el
sentido de mi voto al texto constitucional, pues si bien la razón –«Todos los
seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…» que proclama la
Declaración Universal de los Derechos Humanos– y la historia me empujaban a un
«no», esa misma historia y el deseo de un esperanzador futuro –«…liquidación de
la legalidad franquista y el comienzo efectivo de una nueva legalidad
democrática…» a que animaba el mismo Partido– me inclinaban a un «sí».
Pudieron, como hoy a pesar de los pesares, la historia y el futuro, aun cuando
siga pensando que «República sí, mas ¿cómo, cuándo y cuál?»; ya que, si miro el
actual panorama político, no veo dirigente alguno al que fiarle tan
esperanzador proyecto de futuro y ya los muchos desencantos y desilusiones
vividos me inclinan a la mesura y la distancia. Más, cuando ninguno de los partidos
que se dicen republicanos responde claramente a ninguna de mis tres preguntas
ni veo que sus voceros me traten como a un ciudadano, no solo cuando insultan
mi inteligencia, sino cuando usan sus manidos «gente» y «pueblo»; lo que me
hace pensar que utilizan el digno e idealizado concepto de «república» como
romántico e hipnótico mantra.
Claro que, si me disgusta que las voces partidarias insulten mi inteligencia y
menosprecien como ciudadano, aún más deploro que el abdicado rey lo haga
creyéndome su súbdito. No hay campechanía que justifique sus yerros conocidos.
Yerros que a cualquier otro ciudadano contribuyente le hubiesen acarreado muy
distintas y graves consecuencias. Mas no, no me ha ofendido su ridículo
reciente, no le otorgo ese derecho y sí tiene el de retratarse tal cual parece.
Por edad y nuevo desvelo, estoy apenado. Nunca creí que a la vejez diese en tan
flaco favor a su heredero y en tan franco despotismo. Realmente, un prolijo
demérito.
¿Será cierto lo del galgo?
¿EXPLICACIONES, DE QUÉ?
No hay comentarios:
Publicar un comentario