Enrique Díez
En Castilla y León, como constata Ignacio Fernández de Mata, la naturaleza de VOX se ha transmutado en las páginas de los periódicos regionales. Por arte de magia, Vox ha dejado de ser un partido de ultraderecha. El calificativo descriptivo ha desaparecido. La razón: esa prensa no quiere poner en riesgo los cientos de miles de euros que reciben de la Junta mediante la mal denominada publicidad institucional. Ni al PP le interesa que le retraten como permanente connivente con los ultras, ni a Vox como fascistas.
El presentador Facu Díaz decía hace poco que Vox es el resultado de Espejo Público. También de Ana Rosa, de Ferreras o de Pablo Motos en el programa el Hormiguero, insisten Kaotico el grupo de punkrock alavés o Antonio Maestre. Saben de lo que hablan, pues ellos conocen de primera mano los medios. Los medios de comunicación han alimentado y amplificado este neofascismo que hoy campa a sus anchas por el Estado español y que es capaz de destruir la democracia en nombre de la democracia. Están educándonos en la aceptación de su discurso de odio como «una opción más». Aplicando la teoría de la equidistancia propia del neofascismo que pretende equiparar el supremacismo fascista con el comunismo colectivo.
Este blanqueamiento utiliza varias estrategias: La normalización de la ideología fascista, presentándola como una opción ideológica más dentro del espectro político; la reproducción de sus mensajes sin crítica, sin confrontación, sin cuestionamiento por parte de los periodistas, como si el discurso de odio fuera admisible en una democracia; incluso banalizando o difundiendo los bulos y fake news que propalan sin análisis ni posicionamiento crítico; es más, también a través de la normalización de sus líderes, que son presentados y entrevistados en los medios, mostrando su «rostro humano», cercano (el New York Times hizo un reportaje de la vida íntima de Hitler el mismo año que sus tropas marcharon sobre Polonia), como si fueran ajenos a la ideología del odio que defienden. Mientras que los antifascistas, quienes luchan y se enfrentan al fascismo, son presentados por estos medios como sujetos violentos y peligrosos.
Estas estrategias tienen una larga tradición, como analiza Layla Martínez. El Daily Mail en los años 30, el diario más leído entonces del país se deshacía en elogios con la Unión Británica de Fascistas (BUF por sus siglas en inglés) y llamaba a los jóvenes a ingresar en sus filas, proporcionando incluso la dirección a la que debían dirigirse para afiliarse. La BUF en solo unos meses pasó a ser un actor político muy importante en la política británica.
Pero el blanqueamiento del neofascismo no solo consiste en dar altavoz y normalizar su presencia y su discurso del odio, sino también en silenciar sus escándalos de forma cómplice. Por poner un solo ejemplo, la información sobre la financiación de VOX por parte del Consejo Nacional de Resistencia de Irán que hasta 2012 figuraba en la lista de organizaciones terroristas de la CIA ha pasado prácticamente desapercibida en los medios, mientras que durante años han bombardeado sistemáticamente con el bulo de la financiación venezolana de Podemos, a pesar de que más de una decena de sentencias judiciales han dicho lo contrario, como explica Pablo MM. Se convierten así en cómplices, actores necesarios en la consolidación y expansión del neofascismo.
No es que no se deba hablar del fascismo, el problema es cómo se habla de él. Se trata, como dicen los expertos y las expertas, de no proporcionarles gratis una plataforma pública de expresión desde la que puedan lanzar sus mensajes de odio, pero también de que sus propuestas políticas no aparezcan como perfectamente homologables a cualquiera otra del espectro político de la representación. Combatir activamente su estrategia de desinformación y de fake news, desenmascarar a los grupos de presión que los aúpan, son labores imprescindibles que debemos exigir a todos los medios de comunicación.
Por eso solo existe una posición: combatir el discurso del odio y enfrentarse frontalmente a aquellos que quieren destruir nuestra democracia. Y para eso, como concluye Antonio Maestre, claro que hay comprometerse ideológicamente: con el antifascismo. Es responsabilidad de los medios de comunicación y de las redes sociales tomar una posición claramente antifascista. Porque no se puede ser demócrata sin ser antifascista. En la escuela y en la universidad podemos y debemos desarrollar una Pedagogía Antifascista, efectivamente. Pero de nada valdrá si a las pocas horas en su casa vuelven a consumiendo noticias que blanquean el neofascismo y propalan el discurso de sus dirigentes sin un claro y decidido posicionamiento crítico. Se necesita a toda la tribu para educar a uno solo de sus miembros. Sin la acción del cuarto poder, los medios de comunicación, y del quinto poder, las redes sociales, poco se puede conseguir. Es urgente y más necesario que nunca, a riesgo de que la débil democracia que aún queda naufrague definitivamente, que se legisle en este sentido. Que la comunidad social, a través de sus representantes, establezcan medios y medidas efectivas para aislar esta peste, como decía Camus, esta enfermedad que corroe y corrompe. Para educar en la democracia, hay que educar en el antifascismo. Desde todos los ángulos y todos los frentes.
El Común DdA, XVIII/5170
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