lunes, 23 de mayo de 2022

MÁS UNA MASA QUE UNA CLASE*


Alicia Población

Se habla últimamente de la carencia que las llamadas “nuevas generaciones” tenemos de conciencia de clase. Una de las muchas razones que podríamos considerar para explicar esta falta es la aparición de herramientas para compararnos de forma fácil, rápida y continua con quienes nunca han estado en nuestra misma clase. De esta manera empiezan a romperse barreras creando una falsa realidad en la que todos pueden ser iguales. Pero lo cierto es que no es así. Por mucho que en una misma red social, desde un aparato similar y con una misma conexión a internet podamos asomarnos a la vida personalidades como podrían ser las de la familia real, nunca, y repito, nunca, podremos pertenecer a la misma clase.

El problema de todo esto es que no aceptamos que somos pobres y eso se traduce en no aceptar nuestra realidad. No hablo de que debamos conformarnos con la vida que nos ha tocado vivir, no hablo de conformismo, hablo de aceptación. La aceptación, según acepciones, trae una paz interior que, al mismo tiempo te permite hacer cuanto está en tu mano para cambiar tu situación. Siempre desde la calma, no desde el bullicio ni la queja, te da una vía libre para caminar desde una posición consciente a una meta a alcanzar. El conformismo, por el contrario, es equivalente a la quietud, te mantiene estático en una falsa comodidad mal entendida.

Quizá lo que nos falte, precisamente, es la aceptación de quiénes somos y de los círculos sociales en los que, inevitablemente, queramos o no, estamos metidos. Nos han vendido que la clase media somos todos y en la clase media también hay pobres.

Cuando aceptemos esto quizá será el momento en el que alcanzaremos la calma para caminar hacia el cambio. Mientras tanto, seguiremos comparándonos los unos a los otros sin terminar de entender por qué nuestra vida no puede ser como la de aquel, generando frustraciones que, lo único que consiguen hacer de nosotros, es más una masa que una clase social. Una masa de gente amargada que se trata mal y olvida los cuidados y el altruismo desinteresado porque siempre va a sentir que uno mismo es más importante que el que tiene al lado.

Supongo que este es el invento más poderoso del capitalismo: abolir la conciencia de clase para sustituirla por un individualismo que nos convierta en personas tristes y solas que creen que no lo están. Una masa estática de individuos encerrados en sí mismos, como en celdas del enjambre. Una masa que no aspira a nada porque, a pesar de la queja, tan perenne, tan recurrida, se conforma.

*LUH   DdA, XVIII/5175

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