lunes, 16 de mayo de 2022

LUIS SEPÚLVEDA Y LAS ROSAS DE ATACAMA

 


Marcelo Noboa Fiallo

Luis Sepúlveda, “Lucho”, ha recibido finalmente el homenaje que Gijón, su ciudad de adopción, se lo debía. Tarde, muy tarde, como consecuencia de la maldita pandemia, los ciudadanos que vivimos en Gijón nos reencontramos con él y su obra y hemos podido acompañar a su viuda, Carmen Yánez, a sus hijos, y a su legado en el duelo necesario que nos dignifica como vecinos de uno de los más ilustres personajes que tuvimos la suerte de compartir.

Durante dos días (13 y 14 de mayo) Gijón y sus instituciones han desarrollado un intenso y emotivo programa de actividades en su recuerdo. Desde la inauguración de la biblioteca que lleva su nombre en uno de los barrios más populares de Gijón, El Coto, pasando por la puesta en escena por “Asamblea Teatro” de Torino (Italia) de la adaptación teatral de uno de sus cuentos, “Las rosas de Atacama” de “Historias marginales”. La adaptación teatral fue un empeño personal de Renzo Sicco, fraternal amigo de Lucho, quien introdujo fragmentos y textos de otros cuentos que terminaron, junto con “Las rosas de Atacama” de configurar la dramática historia de Chile de los últimos 50 años a través de los personajes que sufrieron la atroz dictadura de Pinochet; la lectura de textos por parte de amigos, familiares y ciudadanos de Gijón; “La aventura de publicar a Luis Sepúlveda”,  “Mundo Sepúlveda”, “Queremos tanto a Lucho” para rematar con un recital poético-musical inolvidable.

“Las rosas de Atacama” es una bella metáfora de la forma que tiene América Latina de alumbrar de manera efímera sus revoluciones. El personaje de la obra llega al final de su camino, al desierto de Atacama y descubre que allí sólo llueve un día al año. Fruto de esa bendita lluvia surgen al día siguiente millones de rosas que no duran más que unas horas como consecuencia del implacable sol y del viento que arrasa las rosas esparcidas hacia el infinito.   

Luis Sepúlveda, autor de “El fin de la historia”, fue testigo privilegiado de lo ocurrido en Chile ya que formaba parte de la guardia personal del Presidente Salvador Allende. Vivió en primera persona la confabulación de las élites criollas, con las multinacionales estadounidenses y la CIA y sufrió las consecuencias del golpe fascista, junto con su esposa, de las torturas en las cárceles de Pinochet y finalmente el exilio a cambio de los 28 años de cárcel a los que fue condenado.

En el exilio, y después de deambular y vivir en media Europa, especialmente Alemania e Italia, decidió asentarse en Asturias, en Gijón, hace más de 20 años. Aquí lo conocí y compartimos la complicidad de disfrutar de la Semana Negra de Gijón y de la Feria del libro. Como consecuencia de la presentación de uno de sus últimos libros (2017) “El fin de la Historia”, le comenté que compartía con él al menos cuatro cosas: año de nacimiento (1949), procedencia sudamericana (él Chile, yo Ecuador), militancia política de izquierdas y amor por Asturias. “No es poco” me contestó “Y espero que nos dure”.

No pudo con “Lucho” el sanguinario Pinochet y sus centros de tortura. No pudo con él, la sangrante y larga dictadura. No pudo con él, la dureza del exilio. Pero pudo con él, la maldita pandemia del coronavirus. Fue el primero en contagiarse en Asturias y tras dos meses de lucha contra el Covid-19 su cuerpo no pudo más y nos dejó huérfanos de su extraordinaria capacidad narrativa.   

Belmonte, el personaje de las novelas de Luis Sepúlveda, podrá finalmente descansar también en su remoto refugio de la Patagonia y los lectores de “Lucho” releer su envidiable prosa y su poesía, fruto del privilegio de haber sido testigo  del convulso medio siglo XX en el que participó de manera activa y comprometida de los procesos de cambio en Chile, Bolivia, Nicaragua, …y de darle tiempo a recoger en Ecuador (de los Shuaras) los elementos suficientes para escribir esa maravillosa obra, “Un viejo que leía novelas de amor” y que no me resisto a compartir esa fantástica forma que tenía él de cerrar, de poner fin a  las historias que nos regalaba:

“…Antonio José Bolívar Proaño se quitó la dentadura postiza, la guardó envuelta en el pañuelo y, sin dejar de maldecir al gringo inaugurador de la tragedia, al alcalde, a los buscadores de oro, a todos los que emputecían la virginidad de su amazonía, cortó de un machetazo una gruesa rama, y apoyado en ella se echó a andar en pos de El Idilio, de su choza, y de sus novelas que hablaban del amor con palabras tan hermosas que a veces le hacían olvidar la barbarie humana.”

     DdA, XVIII/5168     

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