miércoles, 4 de mayo de 2022

LA MÁQUINA DE ESCRIBIR DE LA ESTACIÓN DE COLLANZO


Alberto Alonso

En Collanzo fue jefe de esta estación mi abuelo Eladio (Eladio el jefe, como se le conocía) que tomó posesión en una fecha señalada y de nefasto recuerdo, el 18 de julio de 1936, y más tarde mi padre, Ramón (Ramón el del jefe).
No recuerdo en qué año, creo que mediados los setenta, el río Aller dejó la cantina y vivienda de Pancho, los váteres y el edificio de oficina, sala de espera y vivienda del jefe de estación en el estado que se ve en la foto, sólo se salvó el espacioso y buen almacén que tenía en la primera planta varias habitaciones, el cuarto de agentes, donde podían dormir los empleados del ferrocarril que llegaban en el último tren. Tal estación tuvo muchísimo tráfico, era la última de la línea Oviedo-Collanzo, y a ella iban y de ella salían las personas y mercancías no sólo de Collanzo, Santibáñez de la Fuente, La Fuente y Cuérigo, sino también las de los pueblos de los valles de Felechosa y de Casomera; recuerdo los muchos mineros que trabajaban en Moreda, a José el Carretero, que con su carro y su mula hacía de enlace de las mercancías para Casomera y a otro José, el Rápido, que se encargaba de hacerlo hacia Felechosa, y no se me olvidan las varas de madreñas y las piedras de afilar que bajaban para Oviedo, unos quesos manchegos apilados ocho o diez y protegidos por un armazón octogonal de tablas que venían para Casa Heliodoro, chigre tienda donde se despachaba buen vino y los mejores productos del mercado, y casi estoy viendo a Dionisio Baizán, el del bar restaurante La Panera, donde Alicia servía su afamada menestra de truchas, ir con un carretillo a recoger una barra de hielo, envuelta en esparto, que llegaba en un mercancías por mañana. A estas alturas, aunque los edificios fueron reparados, falta la cantina, el declive del ferrocarril es evidente, y no queda nada del ajetreo y ruido que yo viví allí desde muy pequeño.
De aquella estación conservo varias cosas, la más destacada es una máquina de escribir, una Underwood, que quedó olvidada cuando el ejército de la república tuvo que abandonar el frente de San Isidro y evacuar en parte por ferrocarril desde Collanzo. La tuvo mi abuelo, la tuvo mi padre y la tengo yo con la esperanza de poder devolverla algún día a su legítimo propietario, el Estado español, pero con un régimen republicano. La esperanza es lo último que se pierde.

DdA, XVIII/5156

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