No sabemos con certeza si el insólito anuncio publicitario que aquí se muestra se publicó en el diario gijonés El Comercio, que acababa de nacer como quien dice en septiembre de 1878 y es uno de los más antiguos de España, o en otra publicación de la villa cantábrica, pero es obligado reparar en el mismo por lo que leemos y se resalta para atención del público en general.
El documento lo aporta mi estimado amigo Álvaro Noguera, del que con cierta regularidad me sirvo para publicar las magníficas viñetas con las que cotidianamente colabora en Diario16. La equipación al parecer para amarrar a un loco no solo se limitaba por ese tiempo a la camisa de fuerza, sino a la sábana del mismo carácter, una colección de esposas y otros efectos que no se especifican y quizá más vale no detallar.
Habrá entre
lo más mayores en edad -ancianos otrora- personas que pudieron visitar en
alguna ocasión los manicomios que subsistieron en este país por mucho más
tiempo del que ahora podemos creer. Personalmente recuerdo el de La Cadellada,
en Oviedo, y otro al que por razones profesionales acudí a finales de los años
setenta en Segovia para hacer un reportaje. La palabra manicomio es un
cultismo proveniente del griego manía (locura) y komion (lugar). Hoy ha
desaparecido como denominación de uso, perdiendo la connotación que tenía como
centro de internamiento un tanto siniestro para enfermos mentales. Mirar
hacia atrás provoca sofocos de vergüenza ante los tratamientos a los que eran
sometidas las personas que padecían ese tipo de afecciones.
Puestos a hacer memoria, no puedo olvidar tampoco mi primera visita al Museo del Prado de Madrid, cuando apenas tenía once años y quedé muy impresionado por la impactante pintura de El Bosco conocida como La extracción de la piedra de locura, que aquella misma noche formó parte de mis acongojadas pesadillas junto a las que me procuró también el cuadro de Goya Saturno devorando a sus hijos.
Como es sabido, el pintor holandés representa en la primera obra la locura y la credulidad humana, mostrándonos en el siglo XV una operación quirúrgica que se practicaba durante la Edad Media y que, según algunos testimonios escritos, consistía en la extirpación de una piedra que causaba la necedad en el ser humano. Las herramientas opresoras contra la locura del anuncio publicado en 1878 por un periódico gijonés nos parecen hoy también casi medievales, pero ahí quedan como material de publicidad y propaganda en el tiempo no tan lejano de nuestros bisabuelos.
Fue en Gijón, sin embargo, donde José Salas Martínez (1905-1962), médico psiquiatra que había completado sus estudios en la Universidad de Turinga, abrió después de la guerra -una vez liberado de las cárceles franquistas- un reconocido sanatorio de enfermedades nerviosas y mentales en las inmediaciones por entonces más campestres de la plaza de toros de El Bibio. Muchos aún recordamos el vistoso y elegante palacete que hacía esquina con su mirador en la actual avenida de la Costa con la calle del Pintor Marola. El doctor Salas, que inició su formación en Madrid en la Residencia de Estudiantes junto a Severo Ochoa, además de un entusiasta melómano, fue un consumado jugador de ajedrez que hacía crónicas de ese juego en el diario Voluntad bajo el seudónimo de Doctor Intríngulis.
Según
contaba Margarita Salas, hija del doctor y reputada científica, su familia
vivía en el primer piso y los pacientes ocupaban las plantas segunda y tercera,
sin que su presencia fuera motivo de prevención alguna, pues hasta se permitía
jugar con ellos siendo niña. Teniendo en cuenta la edad de la prestigiosa
bioquímica (1938-2019), habían pasado ya unos setenta años desde que se
publicara en la prensa gijonesa el siniestro anuncio del alquiler o venta de "una camisa de fuerza para amarrar un loco". Ignoro si Gijón le guarda al doctor Salas la debida memoria.
MiGijón.com DdA, XVIII/5154
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