Félix Población
Estos días atrás, con ocasión
de los comisionistas sin escrúpulos que han comerciado con la sanidad pública
en la comunidad de Madrid para agenciarse pingües rentas mientras cientos de
conciudadanos fallecían por la pandemia en los hospitales colapsados, me acordé
de Antonio Gutiérrez.
Antonio Gutiérrez fue un médico
leonés del centro de salud de Eras de la Renueva, que falleció de COVID en los
primeros meses de la enfermedad, hace dos años. Contagiado por el virus, estuvo
en pie hasta que no pudo más, ante la carencia de personal que necesitaba su
centro, como tantos otros de la sanidad pública.
Su hija, Ana Gutiérrez, dejó
constancia de los últimos días y las últimas horas de su padre, como supongo podrían
haber hecho otros familiares del personal sanitario que falleció en este país
(más de un centenar) al verse desbordado por una pandemia y haber sufrido la
sanidad pública sucesivos recortes presupuestarios: “Sin medios, sin nada, él estuvo trabajando 32 horas seguidas porque,
simplemente, no había médicos”, contó entonces Ana. “Le llamé varias veces para que se viniera para casa y él me
decía que no podía, que tenía que quedarse, que había mucha gente y que tenía
que estar allí porque no podían atender a todos y no se podía ir”.
No han mejorado esas
condiciones ni las de la sanidad pública desde entonces. Antes al contrario, en
comunidades como la de Madrid, donde los comisionistas sin escrúpulos se han
servido de la pandemia para forrarse, se despidió el mes pasado a un total de
6.000 sanitarios con los que se había reforzado la sanidad pública para hacer
frente a esa crisis.
Gente como Antonio Gutiérrez es
la que necesita este país y no aquella que luce patrioterismo de balcón o de
pulsera y es capaz de comerciar para su beneficio con la salud de sus
conciudadanos, en unas circunstancias tan penosas como las que se vivieron en
aquella primavera.
De nada vale honrar la memoria
del fallecido médico leonés, y la de cuantos sanitarios perdieron la vida
ejerciendo su profesión hasta el último aliento, poniendo su nombre a centros
de salud como el de Eras de la Renueva o a hospitales como el Isabel Zenda de
Madrid. Lo que se merecen todos ellos y cuantos siguen en activo en la sanidad
pública es un enérgico reforzamiento del sistema.
A estas alturas, y después de
lo vivido, las condiciones en la sanidad pública para hacer frente a una
segunda crisis similar a la sufrida, con miles de ancianos fallecidos sin
asistencia médica en las residencias, apenas han cambiado, que yo sepa. Es más,
he podido comprobar estos días que la pequeña sala de espera de mi centro de
salud en una localidad leonesa de más de 2.000 habitantes es ahora más pequeña.
El despacho de una nueva enfermera ha dejado sin ventana de ventilación la
estancia y ha reducido a más de la mitad el número de asientos para los
pacientes. Me temo que algo así está ocurriendo con la sanidad pública.
*LA ÚLTIMA HORA DdA, XVIII/5149
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