Ochenta fotografías enterradas durante durante setenta años en un huerto de Collioure, expuestas por primera vez en 2009 como uno de los más dramáticos testimonios de aquella tragedia.
Félix Población
Se ha hablado y escrito
mucho de la presencia de Antonio Machado en Collioure, localidad en la que
falleció poco después de cruzar la frontera pirenaica camino del exilio, pero se
conoce muy poco de un pintor y fotógrafo, residente en el mismo pueblo francés,
que no se pudo resistir a dejar sin testimonio gráfico la tragedia humanitaria
del éxodo republicano, coincidente con la partida del extraordinario poeta
andaluz y su familia.
No lo hizo Manuel Moros
(1898-1975) con la paleta de pintor, que era su herramienta habitual, sino con
su cámara Leika, un instrumento clave para dar testimonio fidedigno de aquella desoladora
diáspora a través de la carretera de la costa mediterránea que se interna desde
España en territorio francés. Manuel Moros fue testigo de la llegada al paso fronterizo de
Portbou-Cerbère de miles de exiliados bajo un crudo frío invernal, con apenas
unas pocas pertenencias a cuestas y en un estado máxima desolación y extrema necesidad. Asistió
también a la división de las familias establecida por los gendarmes franceses
al ser internados en los campos de concentración.
Este pintor francés de
ascendencia colombiana, residente en la citada localidad durante la década de los
treinta, tuvo la suficiente sensibilidad y empatía para captar la intensidad de
aquella gran tragedia humanitaria que quedó bien patente en la impronta
dramática de las ochenta fotografías que conformaron la primera exposición de
su obra, celebrada en 2009, un año después de que fuera recuperada del olvido.
La muestra tuvo lugar en el Museo del Exilio de La Jonquera (Alt Empordà), coincidiendo
con el septuagésimo aniversario del final de la contienda armada, bajo el
título Febrero de 1939. El exilio a través
de la mirada de Manuel Moros. Se trata, sin duda, de uno de los más
importantes y e impactantes testimonios gráficos de aquel éxodo sobre el que no
se tiene hoy todavía la sensibilización memorial que sería menester. No
recuerdo que la exposición de la obra de Moros se haya visto en otros lugares
de España, doce años después.
Manuel Moros fue hijo
de un pintor colombiano que estudiaba en París y tuvo amores con la hija de una
familia de la alta sociedad francesa, emparentada con el ayudante de campo de
Napoleón. Con el regreso de su padre a su país natal, cuando Manuel tenía
cuatro años, su madre no lo trató con demasiado cariño pues llegó
incluso a plantearse la posibilidad de internarlo en un hospicio. En su
juventud, con veinte años, Moros fue movilizado para participar en la Primera
Guerra Mundial, acabando como prisionero en el campo de concentración de
Puchheim, en Baviera, algo que sin duda influyó para que sus fotografías de la
diáspora republicana tuvieran esa trágica impronta. Después de su liberación, Manuel
Moros cursó estudios de pintura en París, formando parte del grupo de artistas
de la Realidad Poética. Desde 1925 se afincó en Collioure, llegando a ser uno
de los pintores más interesantes del Roselló e impulsando con Jean Peské el
Museo de Collioure en 1934. Ese mismo año viajó el paraíso azul de Tossa y
descubrió las Islas Baleares, al tiempo que su estilo se volvía más tenue y
delicado, siempre al servicio del paisaje.
El pintor francés, en cuanto
tuvo noticia de las penalidades que acompañaban a las miles de familias
españoles que cruzaban la frontera huyendo de la represión franquista, quiso plasmar
con su cámara la dramática magnitud de aquel éxodo. Es indudable que cuando el
fotógrafo francés realizaba su trabajo estaba convencido de la trascendencia
histórica que podían tener en el futuro esas imágenes, en las que se denuncia el
miserable alojamiento que las autoridades del país vecino dieron a aquella
multitud en la intemperie de los campos de concentración de las playas
francesas, donde tantos republicanos perecieron.
“Subido a un talud para
contemplar el gentío acurrucado por el viento tormentoso -leemos en un artículo
de Eva Vázquez (El tetimoni oblidat),
publicado en El Punt Avui-, Manuel Moros levantó su propio registro: cabellos
desordenados por la tramontana, ojos asustados, niños con un mendrugo de pan,
fardos y maletas amontonados en la cuneta, cuerpos enfriados temblando bajo una
manta prestada, enfermos que deliraban en un rincón, un miliciano con un ramo
de flores silvestres en el bolsillo del abrigo, un viejo que lloraba. Ese mismo
día (5 de febrero), se llegó a Portvendres, donde los gendarmes separaban a los
niños para enviarlos a la colonia infantil establecida en el campo de la
Moresca. Son las imágenes más dolorosas del álbum: las criaturas parecen
fantasmas, envueltas con la caridad de las mantas, abrazados unos con otros,
sin alegría, sin vigor. El 10 de febrero, documentaría la creación del campo de
Argelès, un lugar desolado, la playa nada más, y las rocas, el hambre y la
muerte, y una débil alambrada bordeándola, sin ningún servicio, ni un triste
váter, ni un modesto cubierto para pasar la noche”.
Consciente de su importancia, Moros tuvo
escondidas estas imágenes en su taller hasta la ocupación alemana de
Francia, que le obligó a huir precipitadamente en 1942. Antes de partir hacia
Lavalette, guardó una parte de su obra en una caja de hierro y la enterró en el
jardín de la casa. Se ignora por qué Manuel Moros no regresó jamás a
buscar su legado, pues se desconoce lo que fue de él tras abandonar Collioure,
pero sí se sabe que dejó ocultas unas cuarenta instantáneas, las que le
parecieron más comprometidas, según refirió el organizador de la exposición mencionada.
El resto se las llevó consigo, salvo veinte que le entregó a su hermana.
A pesar de que la casa
fue ocupada por los alemanes durante la invasión del país, no serían ellos los
que dieron con el cofre sino un niño de diez años que se puso un día a escarbar
en el jardín. Se llamaba Jordi Figueras y en 2009 era un señor septuagenario,
que no se si vive actualmente, cuya madre era madame Quintana -según una
información publicada por el diario El
País con motivo de la exposición-, la misma señora había regentado en
Collioure el hotel en donde se hospedaron y fallecieron Antonio Machado y su
madre. Para completar las ochenta fotografías de la muestra celebrada en el Museo
del Exilio de La Jonquera, se hubo de recurrir a un sobrino de Manuel Muros,
Jean Pennef, que aportó el resto de las instantáneas hasta completar el total
de las expuestas.
Dado que a nuestros cineastas no les ha
interesado hasta ahora como material de creación el último tránsito de uno de
nuestros más importantes poetas camino del exilio, en medio de quienes lo
acompañaron por millares en ese amargo y desesperado éxodo, es de lamentar que
tampoco la exposición comentada no haya tenido más recorrido itinerante,
transcurridos más de trece años desde el hallazgo de las fotografías. ¿Nadie en
la Dirección General de la Memoria Democrática se va a sentir llamado a
convocarla y a homenajear a ese desconocido pintor y fotógrafo que hizo posible
ese impresionante legado como documentación de indudable valor histórico para
nuestra memoria democrática? Se trata de concienciar a las jóvenes generaciones
para que eso no vuelva a ocurrir jamás y acudan a las urnas conscientes de la
defensa de los valores democráticos.
Manuel Moros abandonará después de la
guerra casi completamente la pintura y morirá en 1975 durante una estancia en
Banyuls, olvidado y solo, casi tanto como esa mirada fotográfica que dejó
estampadas para siempre las que posiblemente sean las más desoladoras imágenes del
éxodo republicano español, junto a las de Robert Capa, recogidas en un
magnífico documental de Anna Borrell titulado El món on volíem viure. Robert
Capa, 15 gener de 1939 (El mundo en el que queríamos vivir. Robert Capa, 15
de enero de 1939).
Antonio
Machado (Poema de la guerra)
*El Salto DdA, XVIII/5137
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