Octavio Colis
En nuestro idioma, “comisión” se entiende como “conjunto de personas elegidas (comisionadas) para realizar una determinada labor en representación de un colectivo”. Y aunque la RAE no profundiza en este sentido -nunca lo hace en ningún sentido- el concepto “comisionista” suele ser una rémora retórica del capitalismo sin fronteras de toda la vida, que con la actual democracia idealista, a su pesar, queda a veces fuera de la ley. Aunque las leyes van adaptándose para que esa línea roja entre lo no legal y lo legal se difumine y acepte otros calificativos en torno a los conceptos “ética” y “moral”, de manera que algunos comisionistas puedan ser calificados de inmorales, o que actúan sin ética alguna, pero sin caer en la delincuencia, por lo que sus comisiones no conculquen ley alguna y serán reprendidos, pero absueltos de toda responsabilidad penal.
De toda la vida han existido los pequeños comisionistas que andaban siempre en trapicheos contables de mercadillo, como los subasteros y los estraperlistas, y los representantes políticos los utilizaban como correveidiles. Pero hoy en día esa figura del correveidile la personifica el político, que lo es directamente del capitalismo instalado como amo y señor de todo, y que todo lo ha convertido en mercancía, por lo que ya no deja que se rebañe nada fuera de su control. Así, el político se ha convertido en un estraperlista de la democracia idealista.
Por cierto que el origen de este acrónimo: estraperlo, viene del nombre dado a una ruleta fraudulenta, la que Strauss y Perlovich (straperlovistas) introdujeron en España en 1935 a través de un comisionista, sobrino de Alejandro Lerroux, presidente del Partido Republicano Radical, quien desde 1933 ejercía la presidencia del Consejo de Ministros. Por ese chanchullo de la ruleta trucada, y por otras corrupciones, el PRR se hundió en las elecciones de 1936, Lerroux se exilió a Portugal y acabó declarando su adhesión a Francisco Franco.
El historiador Gabriel Jackson (al que tuve la suerte de conocer y entrevistar hace algunos años, trabajo que se puede encontrar a través de Google en internet) ofrece una interesante versión del asunto del estraperlismo, y de los dineros de los bancos, los políticos, la corrupción, en aquella España de los años 20 y 30 del siglo pasado. Porque aunque es cierto y verificable que todo cambia, a veces lo hace para volver a un remoto punto generador de cambios, como si hubiera una fuerza centrípeta que impide que las cosas se expandan sin rumbo o con rumbo incierto, para explorar otras posibilidades desconocidas (las que ofrece la democracia material, por ejemplo). Como si todo estuviera sujeto en política a una atracción extravagante, de la que desconociéramos su estructura fractal y su número pi, una fuerza que atrajera los acontecimientos hacia un horizonte girante de sucesos, una puerta o portal circular que diera paso al fin aparente de la historia en el capitalismo salvaje. Sólo a veces los acontecimientos políticos suceden de otra manera porque han encontrado la fuerza centrífuga que les hace salir de la atracción fatal que les lleva al mismo lugar en el que todo vuelve a ser lo mismo. Esa fuerza centrífuga -que Gramsci creyó estaría en la revolución de los trabajadores previamente educados, informados y preparados, y Marx y Engels en las clases medias de los países desarrollados, y el Che Guevara en el internacionalismo revolucionario contra el imperialismo- está ahora en los movimientos populares y ciudadanos internacionales e internacionalistas, ecologistas y feministas, tratando de influir con voluntad centrífuga en los proyectos políticos de los partidos.
Asuntos como los del emérito y la tal Corinna Larsen; el del alcalde Martínez y el hijo de Nati Abascal y el duque de Feria; el de la presidente Ayuso y su hermano; o el de Rubiales y Piqué, no son sino ejemplos de las tradicionales relaciones entre los correveidiles y los comisionistas de toda la vida. La democracia material afrontaría estos casos aplicando la ley, pero la democracia ideal que soportamos colocará estos chanchullos dentro de lo moralmente reprobable, si es que el clamor popular les mueve a ello, porque si no, ni eso.
(notas y apuntes para un estudio sobre DIOS, PATRIA, NACIONALISMO Y PROPIEDAD).
DdA, XVIII/5147
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