miércoles, 2 de marzo de 2022

QUIERO UN MUNDO EN EL QUE NO SE PUEDAN COMPRAR Y VENDER SERES HUMANOS


Quique Peinado

Hace un tiempo entrevistamos a una mujer que había estado viviendo en la calle. Nos contó su historia, la tremenda peripecia que le llevó a perderlo todo, incluso la cabeza. Por unas razones que, creo yo, jamás deberían justificar que a una mujer el Estado le quitara a sus hijos, esta señora acabó perdiendo la custodia de sus dos niños. Narraba encuentros horribles con ellos en instituciones de acogida, episodios horrorosos de desarraigo de una madre sin sus hijos y de unos hijos sin su madre. Esta mujer perdió la salud mental absolutamente. Acabó viviendo en la calle, sufriendo todo tipo de violencias, y fuera del mundo. Ahorro los detalles porque solo aportarían dolor a esta historia, que es bonita.

El caso es que esta mujer se recuperó. Rearmó los trozos de su existencia, gracias a la ayuda de personas que dedican su tiempo a recomponer vidas, y cuando se vio bien decidió, claro, que quería volver a ver a sus hijos. Esos niños, que ya eran casi adultos, vivían con una familia que los acogió. La señora que perdió la cabeza y casi la vida nos contaba que solo tenía palabras de agradecimiento para esa gente que le dio a su carne la vida que ella no pudo darles, o no le dejaron. Pero que, claro, le daba miedo cómo iban a reaccionar cuando ella decidiera reaparecer en la vida de esos niños que le arrancaron. Nos contaba que los contactó por Facebook y sí, esta historia tiene final feliz: pudo recomponer su vida con sus hijos gracias, además, a esa familia que se hizo cargo de ellos.

Nos citó con lágrimas en los ojos una frase increíble que le dijeron los padres de acogida: "Tú eres su madre y siempre serás su madre. Ahora simplemente somos una familia más grande".

Recuerdo que al escuchar esto me emocioné mucho y pensé en que esos niños, ya adultos, que habían vivido una infancia que no le desearía a nadie, tenían suerte. Que por el camino más torcido habían acabado formando parte de una familia envidiable. Una familia en la que el amor dista de la genética, en la que se quiere porque se quiere querer, en la que la propiedad se aplica a las cosas y no a las personas. Que esos chavales tienen una familia como deberían ser todas. Que ojalá tomáramos nota.

Me vino esta historia a la cabeza cuando vi esa escena que ha dado tantas vueltas estos días. Esa entrevista en la que una señora que ha comprado un vientre en Ucrania, preocupada por la situación, tenía tiempo de puntualizar a la presentadora cuando se refería a la mujer que dará la vida a un ser humano como "madre": "La madre soy yo. Ella es la gestante", puntualizaba, altanera, la propietaria del futuro bebé, como el viejo marqués a quien alguien se refiriera solo como "señor". "Soy madre, que me lo he comprado", parecía querer decir. Sigo sin entender para qué cojones se dedican los medios a tratar de normalizar una situación que otra cosa será, pero normal no es. Pero bueno, eso es otro tema.

Me dio por pensar en el mundo que quiero. Ya he dicho, y casi nada de lo que he escrito me ha costado más odio en las redes, que quiero uno sin gestación subrogada. En general, un mundo en el que no se puedan comprar y vender seres humanos. Pero, al margen de eso, quiero compartir planeta con familias como la de la señora que perdió la cabeza pero no a sus hijos, y como la de esos padres de acogida que tuvieron claro que amar es un verbo grande y valioso. Simplemente, que quiero ese mundo. Y que, desgraciadamente, para garantizarlo hay que batallar contra todas las personas que creen que el dinero vale más que la vida.

Infolibre  DdA, XVIII/5098

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