Luis García Montero
La realidad convertida en vértigo es una de las
características del tiempo que habitamos y que nos habita. Ese
vértigo hace que las opiniones se enreden hasta el punto de que resulta necesario ser
conscientes no sólo de lo que se dice y se habla, sino del lugar en el que se
dice y se habla, y del enredo inmediato de usos, abusos, interpretaciones y
malentendidos que convierte la realidad en un laberinto. Baudelaire, según Jean
Paul Sartre, había fundado la modernidad poética no sólo al decir, sino al
tomar conciencia del lugar que ocupaba al decir. Hoy Baudelaire sería un simple
aficionado, porque la velocidad de su París y su época es pura calma comparada con
el vértigo del pan nuestro de cada día.
Y ese vértigo sirve para confundir
los debates y para normalizar actitudes poco presentables. Del mismo modo que pueden llamarte sectario por decir que
está mal apropiarse del dinero público o que es inadmisible desatar la
violencia con un golpe militar, el protagonista de un robo puede extender la
idea de que no es un ladrón, sino que está envuelto en una polémica política, y
el golpista o agresor afirmar que su decisión de cubrir el mundo de cadáveres
es un acto de amor a la humanidad y a la patria.
La imaginación impertinente es un viejo
recurso para no caer en la dinámica de las confusiones. Se trata de hablar con
uno mismo de lo que en verdad se quiere hablar. En una sociedad española que
había convertido en farsa la vida oficial, Valle-Inclán utilizó el esperpento
para darle la vuelta a las cosas y descubrirnos la realidad al deformar lo ya deformado.
En estos días de vértigo, yo dedico algunas horas de mis soledades a darle la
vuelta a las polémicas para hablar conmigo mismo más allá de las polémicas
lanzadas como consignas. La oposición política española, convertida en
esperpento, sólo puede comprenderse si se llega al reverso del verso, si somos capaces de desenmascarar lo enmascarado.
Así me acerco, por ejemplo, al
escándalo que afecta a la Comunidad de Madrid y al PP desde que se descubrió
que el hermano de la presidenta Ayuso hacía negocios para la Comunidad y
cobraba comisiones en los peores momentos de la pandemia. El problema serio no
es que Ayuso sea o no una política corrupta. Lo grave
es que hayamos llegado a un punto en el que una consejería de salud y un
gobierno necesiten de intermediarios para comprar mascarillas. Desarticular lo público, renunciar al cuidado del bien
común, convertir en esqueletos las instituciones…, ese es el verdadero
problema, el gran problema. ¿Qué pinta un intermediario en la compra oficial de
mascarillas? No hace falta decir, claro está, que también es muy feo
facilitarle negocios de intermediario a un hermano cuando se está muriendo la
población por culpa de una pandemia. Pero eso tiene que ver con la ética
individual, no con el programa político que se defiende.
Tampoco me gusta asumir que la pérdida de votos del Partido
Popular se deba a la crisis de Ayuso y Casado. Quizá sea así, pero me gustaría vivir en un mundo en el que
tuviesen más importancia otros motivos. Me gustaría que un partido político
fuese castigado electoralmente por oponerse a una reforma laboral que ha
dignificado en lo posible la vida laboral con acuerdo incluido entre sindicatos
y empresarios. Me gustaría que un partido político pagase factura por
entorpecer una humilde mejora de las pensiones. Me gustaría que se penalizasen
los esfuerzos por enturbiar las subidas del salario mínimo. Me gustaría que la
apuesta por los ERTE, capaces de salvar 3 millones de puestos de trabajo,
pusiese en evidencia las actuaciones en crisis económicas anteriores,
sobrecargadas de hermanos, amigos, aliados y negociantes dispuestos a sacar
rédito del empobrecimiento de la mayoría. Me gustaría también que viajar a
Europa para intentar que no lleguen a España los fondos europeos o para
defender de manera ridícula la deslealtad fiscal fuese mal visto por los
votantes españoles.
Y me gustaría que los debates de un
partido político se centraran en fijar posturas sobre las leyes laborales, las
pensiones, el salario mínimo, los ERTE, la acción exterior…. Es decir, que no se tratase sólo de tapar organizaciones
mafiosas y de callarle la boca al que denuncia casos de corrupción.
Todo eso sería lo más sensato, los más
lógico, lo más justo, en un mundo menos apresurado. Un mundo
que nos diese el derecho a elegir nuestras conversaciones.
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