jueves, 3 de marzo de 2022

NO A LA GUERRA: "ALARGA LA LLAMA EL ODIO/ Y EL AMOR CIERRA LAS PUERTAS"


Foto de Evaldas Ivanauskas

El poeta Miguel Hernández (1910-1942) fue víctima de una guerra, falleciendo en una cárcel de la dictadura franquista, y escribió uno de los más intensos poemas contra la guerra que se pueden leer en la literatura universal. Conviene leerlo o releerlo en unas circunstancias como las actuales, cuando en un continente que soportó dos grandes y muy crueles guerras se respira una atmósfera ajena al espíritu pacifista que aconseja la propia historia de Europa. Un gran coro mediático está haciendo renacer en nuestro continente un ardor guerrero que no se recordaba desde la primera de esas terribles guerras. El exministro español Josep Borrel, máximo representante de la diplomacia europea, ha dicho que estamos en guerra y que "nos acordaremos de quienes no están a nuestro lado". Con este poema de Miguel Hernández le respondemos a Borrell, por si se siente aludido en su conciencia, que estamos y estaremos siempre en guerra contra la guerra. "Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen": 

Todas las madres del mundo,

ocultan el vientre, tiemblan,

y quisieran retirarse,

a virginidades ciegas,

el origen solitario

y el pasado sin herencia.

Pálida, sobrecogida

la fecundidad se queda.

El mar tiene sed y tiene

sed de ser agua la tierra.

Alarga la llama el odio

y el amor cierra las puertas.

Voces como lanzas vibran,

voces como bayonetas.

Bocas como puños vienen,

puños como cascos llegan.

Pechos como muros roncos,

piernas como patas recias.

El corazón se revuelve,

se atorbellina, revienta.

Arroja contra los ojos

súbitas espumas negras.

La sangre enarbola el cuerpo,

precipita la cabeza

y busca un hueco, una herida

por donde lanzarse afuera.

La sangre recorre el mundo

enjaulada, insatisfecha.

Las flores se desvanecen

devoradas por la hierba.

Ansias de matar invaden

el fondo de la azucena.

Acoplarse con metales

todos los cuerpos anhelan:

desposarse, poseerse

de una terrible manera.

Desaparecer: el ansia

general, creciente, reina.

Un fantasma de estandartes,

una bandera quimérica,

un mito de patrias: una

grave ficción de fronteras.

Músicas exasperadas,

duras como botas, huellan

la faz de las esperanzas

y de las entrañas tiernas.

Crepita el alma, la ira.

El llanto relampaguea.

¿Para qué quiero la luz

si tropiezo con tinieblas?

Pasiones como clarines,

coplas, trompas que aconsejan

devorarse ser a ser,

destruirse, piedra a piedra.

Relinchos. Retumbos. Truenos.

Salivazos. Besos. Ruedas.

Espuelas. Espadas locas

abren una herida inmensa.

 

Después, el silencio, mudo

de algodón, blanco de vendas,

cárdeno de cirugía,

mutilado de tristeza.

El silencio. Y el laurel

en un rincón de osamentas.

Y un tambor enamorado,

como un vientre tenso, suena

detrás del innumerable

muerto que jamás se aleja.

 

   DdA, XVIII/5099   


No hay comentarios:

Publicar un comentario