No me defraudó cinematográficamente la última película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas, que tuve la oportunidad de ver recientemente, pero creo que la historia principal deja en segundo término la historia del olvido de las víctimas del franquismo, que el director inserta en la trama argumental. Tampoco creo que esa segunda historia haya influido en contra de que Madres paralelas tuviera más éxito en los premios de la cinematografía, según apuntó Almodóvar. Lo cierto es que después de más de veinte años de búsqueda y excavación para reparar la memoria de esas víctimas enterradas como alimañas en fosas y cunetas, ya podría el director manchego haber tenido en cuenta antes lo que mi estimado Emilio Silva ha publicado en el prestigioso diario argentino Página/12: Fuimos y somos una España al borde del olvido, en la que mientras Pedro Almodóvar cultivaba la llamada Movida madrileña los primeros familiares de las víctimas de los desaparecidos ponían sus manos a trabajar con picos y azadas para rescatar sus restos mortales y darles una digna sepultura. Este Lazarillo tuvo ocasión de comprobarlo a finales de los años setenta en la provincia de Palencia. Ninguno de nuestros cineastas ha prestado hasta la fecha atención a esa familias que se adelantaron al derecho de reclamar verdad, justicia y reparación para quienes defendieron la democracia frente al fascismo. En Castilla y León, con el nuevo gobierno de ultraderecha, posiblemente se haya cerrado la posibilidad de ese derecho. En lugar de avanzar hacia una democracia consolidada, se camina hacia una democracia cada vez más degradada gracias a la inserción de Vox en un primer gobierno autonómico. Los periodistas extranjeros han dudado de la realidad la historia de las fosas del olvido en Madres paralelas. Hasta ese punto han llegado todos estos años de una España al borde del olvido.
Emilio Silva Barrera*
Cuando Almodóvar termina la rueda de prensa de Madres Paralelas en el
Festival de Cine de Venecia sucede algo inusual. Periodistas de diferentes
países se acercan a colegas españolas para averiguar si las fosas comunes de
represaliados por la dictadura franquista que aparecen en la película son
producto de la imaginación del director de cine o existen en realidad.
Esa escena explica el éxito de las élites españolas al
esconder las violaciones de derechos humanos de la dictadura y vender al mundo
que el regreso a la democracia es ejemplar. También explica la dura lucha de
quienes han arañado la tierra para recuperar los restos de sus desaparecidos y
no quieren que la dictadura pase a la historia como un crimen perfecto.
Pedro Almodóvar forma parte de la movida madrileña, un movimiento iniciado tras
la dictadura, que se caracteriza por una contramoral juvenil que rompe los
rígidos moldes impuestos oficialmente por la jerarquía católica. Pelos de
colores, ropa provocativa y un alarde de frivolidad forman parte de esa
corriente cultural que tiene respaldo político porque disfrazaba una estructura
social y política que no ha cambiado su naturaleza.
Mientras el Almodóvar de la movida rueda Pepi, Luci, Bom y
otras chicas del montón (1978) familiares desentierran cuerpos de seres
queridos desaparecidos, sin apoyo institucional, sólo con sus manos, picos,
azadas, amor filial y el deseo de darles una sepultura digna. Quieren recuperar
las libertades y derechos sin llamar reconciliación al abandono de las víctimas
y sin convertir la impunidad en un hábito de la cultura política que ha
funcionado como un grillete atado al tobillo de la democracia.
Su intento se frena el 23 de febrero de 1981, con el golpe
de Estado. Un teniente coronel de la Guardia Civil asalta el Congreso y pistola
en mano grita ¡Quieto todo el mundo! ante un país en el que millones de
personas, como perros de Pavlov, salivan miedo y deciden no tocar el pasado
para no despertar el monstruo. Con el golpe de Estado las élites reconquistan
el silencio colectivo y las viudas, los hermanos, los hijos van muriendo sin
que el Estado gire la cabeza para decirles que sabe que existen.
Mientras tanto, el cine de Almodóvar se convierte en uno
de los grandes distribuidores mundiales de la imagen de España. Algunos le
acusan de esconder la realidad del país, pero su mirada tiene un amplio alcance
sociológico y quizá está retratando ese país que esconde su realidad.
Con el inicio del siglo XXI, los nietos de los
desaparecidos retoman la apertura de las fosas y muestran a la sociedad esos
huesos con signos de violencia. Buscan justicia, verdad, reparación. Critican
la transición que abandona a su suerte a miles de familias, deja morir sin
reconocimiento a quienes combatieron la dictadura y no escribe en los libros
escolares la terrible historia de la represión franquista.
Cuando Almodóvar estrena Madres paralelas esos nietos
llevan años de combate contra el olvido, contra la impunidad, contra la
ignorancia. No existe en España una oficina del Gobierno que atienda a las
familias. Ningún descendiente de los desaparecidos extrajudiciales ha sido
jamás indemnizado. Nadie se ha sentado en un banquillo por el asesinato y el
secuestro de los cuerpos de al menos 124.226 civiles. Y ahora se prepara una
ley que quiere hacer un censo de víctimas, pero no uno de verdugos. Y
Almodóvar, el sociólogo, ha retratado ese país, en el que la reparación no
parte del Gobierno, en el que fuimos y somos una España al borde de un ataque
de olvido.
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