Alicia Población / Fotografía: Ferrán Pereyra
A pesar de disfrutar de una soleada, aunque fría, mañana de domingo, la
tenue luz que iluminaba la Sala Roja de los Teatros
del Canal era apenas una penumbra en la que, con esfuerzo, te podías
ubicar para encontrar tu butaca. En el escenario, un tímido foco alumbraba un
piano de cola abierto, como si le hubieran quitado el caparazón para animarle a
dar todo lo que tuviera dentro.
Moisés P. Sánchez fue recibido con calurosos aplausos desde una platea sumida ya en la
oscuridad. El pianista madrileño se sentó y bajó la cabeza, una especie de
reverencia ante el instrumento, como pidiéndole permiso para las caricias que
vendrían. El primer movimiento de la sonata número 8 en do menor, Patética, de Ludwig
van Beethoven se distinguía entre las sombras de la tormenta que el
músico iba entretejiendo en las teclas, mezclando la improvisación con el alma
de Beethoven. Poco a poco la música fue evolucionando en un ostinato de cuatro
notas que derivó en tiempos irregulares y compases de amalgama. De vez en
cuando salían a la luz motivos conocidos de la obra original, como relámpagos,
fogonazos que poco después se envolvían en nuevas armonías y ritmos propios,
nuevos, frescos.
Moisés Sánchez se crió con Beethoven. En una entrevista, el pianista
hablaba de sus crisis existenciales que, como niño de 14 o 15 años, sufrió al
tener que estudiar largas horas a la vuelta del colegio. Aprender la música
así, como él lo hizo, desde pequeño, le hizo crecer con ella y percibirla como
un lenguaje, como un idioma. Esa manera de aprender música fue, probablemente,
la responsable de que la mañana del pasado domingo 20 de febrero le
escucháramos tocar con la precisión que lo hizo esa reinterpretación de dos de
las sonatas más famosas para piano de Beethoven.
El segundo movimiento de la sonata, un poco más ligero y cotidiano, nos
liberó en parte del dramatismo que había envuelto la sala durante los primeros
diez minutos. Si Moisés ya había logrado ser reconocido por su particular
manera de tocar y por el excepcional control de las dinámicas, en esta ocasión
el pianista combinaba todo eso con la obra magistral del alemán, quien , en su
tiempo, despuntó también por sus contrastantes matices. Si cerrabas los ojos se
percibía un diálogo entre un compositor y otro como si el alma de Beethoven
asomara entre las teclas para escuchar las sugerencias del pianista y
viceversa. Los dedos de Moisés eran el medio a través del cual la música
atravesaba la cortina de la mera interpretación y lograba expresar el interior
de dos almas puestas en común.
Durante el tercer movimiento, se intuyó un ritmo de bulería, sutil,
escondido, como si no quisiera que lo notáramos, pero sí que lo sintiéramos en
la raíz del inconsciente. En el solo improvisado que sonó hacia la mitad del
tema, se distinguió el estribillo del famoso tema Smells Like Teen
Spirit, de Nirvana, como si Sánchez quisiera compartir y
enseñar a su interlocutor otros estilos en un breve guiño.
Al término de la primera sonata, Moisés Sánchez nos habló del
proyecto Beyond Beethoven, cuyo álbum pronto verá la luz.
Este nació por encargo de la Dirección General de Patrimonio de
la Comunidad de Madrid y fue estrenado en octubre de 2020 bajo el
comisariado artístico de Lo Otro. “Es salir y entrar de Beethoven
tratando de encontrarte a ti”, nos decía.
Comenzó la segunda parte del concierto. El primer movimiento de la sonata
op. 27 número 2, Claro de luna, nos dejó subsumidos en una especie
de trance. Durante el tercero, se dejó ver la impecable precisión del clásico
que también domina un pianista más conocido en el mundo del jazz. Se escucharon
fugaces toques de estándar y, con claridad, el inicio del tema Genesis,
incluido en el disco a trío Metamorfosis (2017). De ese motivo
latente de cuatro notas despegaban las características y rapidísimas escalas
del originario movimiento de Beethoven, vestidas de otro groove y
mezcladas con desplazamientos y juegos rítmicos. Al final del concierto, en un
delicado registro agudo, sonaba el inconfundible motivo de Para Elisa,
que arrancó un aplauso lleno de vítores que dejaban escuchar la emoción
contenida.
El bis que nos regaló Moisés fue una reinterpretación de la bagatela Für
Elise o Für Therese, corta y precisa, aderezada en el
final con algunas notas de la novena sinfonía del compositor alemán.
Desde luego, el concierto no solo dejó exhausto al intérprete. Moisés
Sánchez nos bañó de mucho más que música, nos puso en común con Beethoven, con
su alma, con su mundo, a través de nuestro presente. Fue capaz de viajar en el
tiempo, traernos y llevarnos con él para conectar con una música antigua e
inevitablemente universal, pero cargada de la frescura que siempre caracteriza
los proyectos del pianista. Nos hizo testigos de un diálogo entre el pasado y
lo actual, entre la historia de la música y la pura improvisación, nos conectó
verdaderamente con la música clásica, más allá de protocolos. Nos mostró, al
fin y al cabo, la esencia de lo que la música nos hace ser a través de la
memoria.
MasJazz Digital DdA, XVIII/5100
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