“Valle-Inclán estaría hoy con nosotros, con cuantos sentimos y abrazamos la causa del pueblo". Del prólogo de Antonio Machado a una edición de “La corte de los milagros”, publicada en Barcelona en agosto de 1938
Félix Población
Como bien conocen quienes leyeron la obra, La corte de los milagros, de don Ramón María del Valle-Inclán, fue publicada por primera vez en 1927 y forma parte de la primera serie de El ruedo ibérico bajo el título general de Los amenes de un reinado. La seguirán Los aires nacionales (incorporada después a La corte), ¡Viva mi dueño! (1928) y Baza de espadas. Vísperas septembrinas (1932), todas ellas publicadas como folletón en el diario El Sol y teniendo como asunto el reinado de Isabel II, que don Ramón ya había tocado en Farsa y licencia de la reina castiza. Abarca esta serie, por lo tanto, el periodo comprendido entre los años finales del reinado de Fernando VII y la revolución de septiembre de 1868, también conocida como La Gloriosa. El autor compone un mosaico esperpéntico de la corte isabelina a través de la historia de la familia Torre-Mellada, con toda una serie de tramas y conspiraciones en las que no faltan los amantes de la reina y personajes tan propios del género como Sor Patrocinio, la llamada Monja de las llagas.
Siguiendo con su meritísima labor como compilador de las prosas de la guerra de don Antonio Machado, Manuel Álvarez Machado, sobrino-nieto del poeta andaluz que ha empezado a publicar el año pasado en la editorial Rilke el prolífero fruto de sus investigaciones, nos ofrece en una de las entregas digitales de la Revista Machadiana el prólogo que don Antonio escribió para una segunda edición muy poco conocida de la obra del escritor gallego, publicada en Barcelona en 1938 por la editorial Nuestro Pueblo. O sea, durante la estancia de Machado en esa ciudad antes de emprender el amargo camino del exilio y de su fallecimiento en la localidad francesa de Collioure, víctima de una neumonía, al poco tiempo de cruzar la frontera.
Ciertamente, Antonio Machado se extiende
mucho más en este prólogo en hablarnos de la singular personalidad del creador
del esperpento que del libro en cuestión, pero creo que puede ser interesante
para el lector saber que don Antonio conoció a don Ramón María cuando era poco
más que un adolescente y Valle-Inclán había llegado a Madrid procedente de
México, luciendo “un sombrero a la mejicana, negra y lustrosa melena, barbas
tan crecidas como bien peinadas y un cuello de pajarita”, y que su apariencia
era tan extravagante que la ingenuidad o inventiva de los madrileños –tan dada
a la ironía- dio en decir que se trataba del hijo de Julio Verne.
El encuentro entre el joven Machado y don Ramón María ocurrió en 1896 en una
tertulia de café que presidía el escritor, matemático y lingüista Eduardo Benot
(1822-1907), político del Partido Demócrata Federal. Es muy
posible que el poeta mantuviera desde ese año la amistad y admiración que
sintió por el autor de Tirano Banderas
hasta su muerte en enero de 1936. Se sabe que pocos años después de conocerse,
a finales de 1902, Antonio Machado acompañó a Valle-Inclán en una gira teatral
por las provincias de Granada y Sevilla, al tiempo que se publicaba el primer
libro de versos del poeta, Soledades. Una parte de ese poemario, Salmodias
de abril, está dedicada a su amigo, y en Soledades. Galerías. Otros
poemas, publicado en 1913, encontramos un soneto que bajo el título Elogios lleva
por epígrafe Flor de santidad. Novela milenario, por don Ramón del
Valle-Inclán, que servirá de prólogo a la segunda edición de este libro:
Esta
leyenda en sabio romance campesino,
ni
arcaico ni moderno, por Valle-Inclán escrita,
revela
en los halagos de un viento vespertino,
la
santa flor de alma que nunca se marchita.
Es
la leyenda campo y campo. Un peregrino
que
vuelve solitario de la sagrada tierra
donde
Jesús morara, camina sin camino,
entre
los agrios montes de la galaica sierra.
Hilando,
silenciosa, la rueca a la cintura,
Adega,
en cuyos ojos la llama azul fulgura
de
la piedad humilde, en el romero ha visto
al
declinar la tarde, la pálida figura,
la
frente gloriosa de luz y la amargura
de amor que tuvo un día el SALVADOR DOM. CRISTO.
Esa amistad y admiración de Antonio Machado no podían faltar en el número de homenaje monográfico que la revista La Pluma, fundada por Manuel Azaña y Cipriano Rivas Cherif, dedicaron a Valle-Inclán en enero de 1923, con ilustraciones de Ángel Vivanco y José Moya del Pino, ilustrador a su vez de una estupenda edición de La lámpara maravillosa. Una carta del poeta a Manuel Azaña, a finales del año anterior, deja constancia del interés de don Antonio por participar en ese homenaje y colaborar asimismo en la revista:
Hacia
Madrid, una noche,
va el
tren por el Guadarrama,
bajo
un arco-iris
de
luna y agua.
¡Oh
luna de abril serena
que
empuja las nubes blancas!
La
madre lleva a su niño
dormido
sobre la falda.
Duerme
el niño y todavía
ve el
campo verde que pasa,
y
arbolillos soleados,
y
mariposas doradas.
La
madre, ceño sombrío,
entre
un ayer y un mañana,
ve
unas ascuas mortecinas
y una hornilla con arañas
Es muy recomendable la lectura del magnífico texto de Antonio Machado que introduce la edición de La corte de los milagros de 1938, con no pocas y poco conocidas anécdotas acerca de quien sembró de ellas su vida, como la que se refiere a la voluptuosidad del ayuno, desconocida para quienes -según don Ramón- ponen su pluma al servicio de intereses bastardos: "Reparad en esta magnífica frase de don Ramón -nos dice Machado-, y decidme qué otra ironía hubiera preferido el capitán a quien se intima la rendición por hambre de la fortaleza que, en trance desesperado, defiende. ¡La voluptuosidad del ayuno! Nuestro gran don Ramón la conoció muchas veces, aunque nunca se jactó de ella. Porque Valle-Inclán, consagrado en los comienzos de su carrera literaria a una labor de formación y aprendizaje constante y profunda, a la creación de la Palabras Por Primera Vez, tuvo que renunciar para ello a todas las ventajas materiales que se ofrecían entonces a las plumas mercenarias, a las plumas que se alquilan hechas para el servicio de causas tanto más lucrativas como menos recomendables. Desde este punto de mira -reparadlo bien- ningún escritor menos fascista que don Ramón María del Valle Inclán".
En cuanto a La corte de los milagros en sí, tal como el autor tituló la de Isabel II, anota Machado que la obra fue escrita en plena madurez creativa del autor, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Dado que Valle-Inclán nació en 1869, un año después de La Gloriosa -la revolución que acabó con la caída de Isabel II y su salida para el exilio en París-, no falta en el libro de don Ramón la descripción de aquellas jornadas. El poeta aconseja la lectura de esos hechos políticos en los manuales de Historia, a modo de complemento de la obra literaria, “porque las postrimerías del reinado de Isabel II son ya para ellos muy distantes. Los jóvenes no tienen ya, como tuvimos nosotros en nuestra juventud, fuentes vivas de información. Don Ramón y el círculo de sus amigos escuchamos, de labios de nuestros abuelos, de nuestros padres y de nuestros maestros relatos de hechos vividos o presenciados, los más autorizados juicios sobre aquellos sucesos, y la historia escrita tiene para nosotros mucha menor importancia que tuvo la inmediata tradición oral. Don Ramón, que escribe para la posteridad y, por ende, para los jóvenes de hoy, olvida a veces lo que nunca olvidaba Galdós: mostrar al lector el esquema histórico en el cual encuadraba las novelas un tanto frívolas de sus Episodios Nacionales. Pero Don Ramón, aunque menos pedagogo, es mucho más artista que Galdós, y su obra es, además, mucho más rica de contenido histórico y social que la galdosiana”.
No deja de apuntar Antonio Machado, al
final de su prólogo, fechado el 1 de agosto de 1938, las circunstancias históricas
en que se publica esta nueva edición de La corte de los milagros,
cuando el país vive el segundo año de la Guerra Civil de 1936 a la que dio
lugar la sublevación militar de julio de ese año, el mismo en el que falleció
el autor de Luces de bohemia: “Don Ramón, a pesar de su
fantástico marquesado de Bradomín, -afirma don Antonio- estaría hoy con
nosotros, con cuantos sentimos y abrazamos la causa del pueblo. Sería muy
difícil, ciertamente, que encontrase un partido del cual pudiera ser militante ortodoxo
o que coincidiese exactamente con su ideario político. Pero, ante la invasión
de España por el extranjero y la traición de casa, habría renacido en Don Ramón
el capitán de nobles causas que llevaba dentro, y muchas de sus hazañas soñadas
se hubieran convertido en realidades. Los capitanes de nuestros días no
tendrían ni amigo más sincero ni admirador más entusiasta que Don Ramón María
del Valle Inclán y Montenegro".
Otro homenaje al que concurrió Antonio Machado, del que fue protagonista
Valle-Inclán, fue el celebrado un mes después del fallecimiento del escritor,
el 14 de febrero de 1936, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, y que teniendo
en cuenta las elecciones celebradas dos días después, que dieron por resultado
la victoria del Frente Popular, constituyó un acto de claro significado
electoralista. Según la información aportada por el diario Ahora,
María Teresa León introdujo el homenaje y Federico García Lorca leyó el
soneto de Ruben Darío dedicado a don Ramón, cuyos dos primeros cuartetos dicen
así:
Este
gran don Ramón, de las barbas de chivo,
cuya sonrisa es la flor de su figura.
parece un viejo dios, altanero y esquivo.
que se animase en la frialdad de su escultura.
El cobre de sus ojos por instantes fulgura
y da una llama roja tras un ramo de olivo.
Tengo la sensación de que siento y que vivo
a su lado una vida más intensa y más dura.
El poeta Luis Cernuda leyó un artículo de Juan Ramón Jiménez sobre el autor de las Sonatas, y le correspondió a Rafael Alberti, promotor de la iniciativa, leer unas cuartillas escritas por Antonio Machado, que si no asistió al acto -según el citado periódico- fue por no contrariar a la viuda de Valle, la actriz Josefina Blanco, (sin que se nos expliqué en qué), y eso que se había hablado de su presencia para presidir el homenaje. Aparte de esas cuartillas, de las que no tenemos constancia, un poema más escribiría el poeta sevillano en memoria de Valle-Inclán:
Yo era en mis sueños, don
Ramón, viajero
del áspero camino, y tú,
Caronte
de ojos de llama, el fúnebre
barquero
de las revueltas aguas de
Aqueronte.
Plúrima barba al pecho te
caía.
(Yo quise ver tu manquedad en
vano.)
Sobre la negra barca aparecía
tu verde senectud de dios
pagano.
Habla, dijiste, y yo: cantar
quisiera
loor de tu Don Juan y tu
paisaje,
en esta hora de verdad
sincera.
Porque faltó mi voz en tu
homenaje,
permite que en la pálida
ribera
te pague en áureo verso mi
barcaje.
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