miércoles, 16 de febrero de 2022

VALLE-INCLÁN, CON LA REPÚBLICA*

“Valle-Inclán estaría hoy con nosotros, con cuantos sentimos y abrazamos la causa del pueblo". Del prólogo de Antonio Machado a una edición de “La corte de los milagros”, publicada en Barcelona en agosto de 1938

Félix Población

Como bien conocen quienes leyeron la obra, La corte de los milagros, de don Ramón María del Valle-Inclán, fue publicada por primera vez en 1927 y forma parte de la primera serie de El ruedo ibérico bajo el título general de Los amenes de un reinado. La seguirán Los aires nacionales (incorporada después a  La corte), ¡Viva mi dueño! (1928) y Baza de espadas. Vísperas septembrinas (1932), todas ellas publicadas como folletón en el diario El Sol y teniendo como asunto el reinado de Isabel II, que don Ramón ya había tocado en Farsa y licencia de la reina castiza. Abarca esta serie, por lo tanto, el periodo comprendido entre los años finales del reinado de Fernando VII y la revolución de septiembre de 1868, también conocida como La Gloriosa. El autor compone un mosaico esperpéntico de la corte isabelina a través de la historia de la familia Torre-Mellada, con toda una serie de tramas y conspiraciones en las que no faltan los amantes de la reina y personajes tan propios del género como Sor Patrocinio, la llamada Monja de las llagas.

Siguiendo con su meritísima labor como compilador de las prosas de la guerra de don Antonio Machado, Manuel Álvarez Machado, sobrino-nieto del poeta andaluz que ha empezado a publicar el año pasado en la editorial Rilke el prolífero fruto de sus investigaciones,  nos ofrece en una de las entregas digitales de la Revista Machadiana el prólogo que don Antonio escribió para una segunda edición muy poco conocida de la obra del escritor gallego, publicada en Barcelona en 1938 por la editorial Nuestro Pueblo. O sea, durante la estancia de Machado en esa ciudad antes de emprender el amargo camino del exilio y de su fallecimiento en la localidad francesa de Collioure, víctima de una neumonía, al poco tiempo de cruzar la frontera.

Ciertamente, Antonio Machado se extiende mucho más en este prólogo en hablarnos de la singular personalidad del creador del esperpento que del libro en cuestión, pero creo que puede ser interesante para el lector saber que don Antonio conoció a don Ramón María cuando era poco más que un adolescente y Valle-Inclán había llegado a Madrid procedente de México, luciendo “un sombrero a la mejicana, negra y lustrosa melena, barbas tan crecidas como bien peinadas y un cuello de pajarita”, y que su apariencia era tan extravagante que la ingenuidad o inventiva de los madrileños –tan dada a la ironía- dio en decir que se trataba del hijo de Julio Verne. 

El encuentro entre el joven Machado y don Ramón María ocurrió en 1896 en una tertulia de café que presidía el escritor, matemático y lingüista Eduardo Benot (1822-1907), político del Partido Demócrata Federal.  Es  muy posible que el poeta mantuviera desde ese año la amistad y admiración que sintió por el autor de Tirano Banderas hasta su muerte en enero de 1936. Se sabe que pocos años después de conocerse, a finales de 1902, Antonio Machado acompañó a Valle-Inclán en una gira teatral por las provincias de Granada y Sevilla, al tiempo que se publicaba el primer libro de versos del poeta, Soledades. Una parte de ese poemario, Salmodias de abril, está dedicada a su amigo, y en Soledades. Galerías. Otros poemas, publicado en 1913, encontramos un soneto que bajo el título Elogios lleva por epígrafe Flor de santidad. Novela milenario, por don Ramón del Valle-Inclán, que servirá de prólogo a la segunda edición de este libro:
 

Esta leyenda en sabio romance campesino, 

ni arcaico ni moderno, por Valle-Inclán escrita, 

revela en los halagos de un viento vespertino, 

la santa flor de alma que nunca se marchita. 

Es la leyenda campo y campo. Un peregrino 

que vuelve solitario de la sagrada tierra 

donde Jesús morara, camina sin camino, 

entre los agrios montes de la galaica sierra. 

Hilando, silenciosa, la rueca a la cintura, 

Adega, en cuyos ojos la llama azul fulgura

 de la piedad humilde, en el romero ha visto 

al declinar la tarde, la pálida figura, 

la frente gloriosa de luz y la amargura

 de amor que tuvo un día el SALVADOR DOM. CRISTO. 

Esa amistad y admiración de Antonio Machado no podían faltar en el número de homenaje monográfico que la revista La Pluma, fundada por Manuel Azaña y Cipriano Rivas Cherif, dedicaron a Valle-Inclán en enero de 1923, con ilustraciones de Ángel Vivanco y José Moya del Pino, ilustrador a su vez de una estupenda edición de La lámpara maravillosa. Una carta del poeta a Manuel Azaña, a finales del año anterior, deja constancia del interés de don Antonio por participar en ese homenaje y colaborar asimismo en la revista:



"Querido amigo: Recibí su amable carta. Mucho gusto tendré en contribuir al sostenimiento de la revista España de que soy antiguo colaborador y lector asiduo. Le envío una composición que dedico al maestro Valle-Inclán y que V. puede publicar en España o en La Pluma. El trabajo que hice sobre Don Ramón no salió, a mi opinión, digno de él y lo rompí en honor suyo. Quise evocar el Don Ramón de mi juventud y no pude encontrar demasiados recuerdos y emociones. En lo sucesivo enviaré a España trabajos en prosa y verso. Muy conformes con las consecuentes pautas a que alude. No recuerdo haber enviado más en ninguna parte. También le enviaré alguna suscripción a España.  Muchos saludos al amigo Cherif. Y disponga de un cordial amigo y compañero. / A. Machado".

El poema al que se refiere Machado es el titulado Iris de luna, dedicado "al maestro Valle-Inclán", que en la edición del libro Nuevas canciones, publicado en 1924, aparece bajo el título Iris de noche:

Hacia Madrid, una noche,

va el tren por el Guadarrama,

bajo un arco-iris

de luna y agua.

¡Oh luna de abril serena

que empuja las nubes blancas!

La madre lleva a su niño

dormido sobre la falda.

Duerme el niño y todavía

ve el campo verde que pasa,

y arbolillos soleados,

y mariposas doradas.

La madre, ceño sombrío,

entre un ayer y un mañana,

ve unas ascuas mortecinas

y una hornilla con arañas

Es muy recomendable la lectura del magnífico texto de Antonio Machado que introduce la edición de La corte de los milagros de 1938, con no pocas y poco conocidas anécdotas acerca de quien sembró de ellas su vida, como la que se refiere a la voluptuosidad del ayuno, desconocida para quienes -según don Ramón- ponen su pluma al servicio de intereses bastardos: "Reparad en esta magnífica frase de don Ramón -nos dice Machado-, y decidme qué otra ironía hubiera preferido el capitán a quien se intima la rendición por hambre de la fortaleza que, en trance desesperado, defiende. ¡La voluptuosidad del ayuno! Nuestro gran don Ramón la conoció muchas veces, aunque nunca se jactó de ella. Porque Valle-Inclán, consagrado en los comienzos de su carrera literaria a una labor de formación y aprendizaje constante y profunda, a la creación de la Palabras Por Primera Vez, tuvo que renunciar para ello a todas las ventajas materiales que se ofrecían entonces a las plumas mercenarias, a las plumas que se alquilan hechas para el servicio de causas tanto más lucrativas como menos recomendables. Desde este punto de mira -reparadlo bien- ningún escritor menos fascista que don Ramón María del Valle Inclán".

En cuanto a La corte de los milagros en sí, tal como el autor tituló la de Isabel II, anota Machado que la obra fue escrita en plena madurez creativa del autor, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Dado que Valle-Inclán nació en 1869, un año después de La Gloriosa -la revolución que acabó con la caída de Isabel II y su salida para el exilio en París-, no falta en el libro de don Ramón la descripción de aquellas jornadas. El poeta aconseja la lectura de esos hechos políticos en los manuales de Historia, a modo de complemento de la obra literaria, “porque las postrimerías del reinado de Isabel II son ya para ellos muy distantes. Los jóvenes no tienen ya, como tuvimos nosotros en nuestra juventud, fuentes vivas de información. Don Ramón y el círculo de sus amigos escuchamos, de labios de nuestros abuelos, de nuestros padres y de nuestros maestros relatos de hechos vividos o presenciados, los más autorizados juicios sobre aquellos sucesos, y la historia escrita tiene para nosotros mucha menor importancia que tuvo la inmediata tradición oral. Don Ramón, que escribe para la posteridad y, por ende, para los jóvenes de hoy, olvida a veces lo que nunca olvidaba Galdós: mostrar al lector el esquema histórico en el cual encuadraba las novelas un tanto frívolas de sus Episodios Nacionales. Pero Don Ramón, aunque menos pedagogo, es mucho más artista que Galdós, y su obra es, además, mucho más rica de contenido histórico y social que la galdosiana”.


No deja de apuntar Antonio Machado, al final de su prólogo, fechado el 1 de agosto de 1938, las circunstancias históricas en que se publica esta nueva edición de La corte de los milagros, cuando el país vive el segundo año de la Guerra Civil de 1936 a la que dio lugar la sublevación militar de julio de ese año, el mismo en el que falleció el autor de Luces de bohemia:  “Don Ramón, a pesar de su fantástico marquesado de Bradomín, -afirma don Antonio- estaría hoy con nosotros, con cuantos sentimos y abrazamos la causa del pueblo. Sería muy difícil, ciertamente, que encontrase un partido del cual pudiera ser militante ortodoxo o que coincidiese exactamente con su ideario político. Pero, ante la invasión de España por el extranjero y la traición de casa, habría renacido en Don Ramón el capitán de nobles causas que llevaba dentro, y muchas de sus hazañas soñadas se hubieran convertido en  realidades. Los capitanes de nuestros días no tendrían ni amigo más sincero ni admirador más entusiasta que Don Ramón María del Valle Inclán y Montenegro".

Otro homenaje al que concurrió Antonio Machado, del que fue protagonista Valle-Inclán, fue el celebrado un mes después del fallecimiento del escritor, el 14 de febrero de 1936, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, y que teniendo en cuenta las elecciones celebradas dos días después, que dieron por resultado la victoria del Frente Popular, constituyó un acto de claro significado electoralista. Según la información aportada por el diario Ahora, María Teresa León introdujo el homenaje  y Federico García Lorca leyó el soneto de Ruben Darío dedicado a don Ramón, cuyos dos primeros cuartetos dicen así:


Este gran don Ramón, de las barbas de chivo,
cuya sonrisa es la flor de su figura.
parece un viejo dios, altanero y esquivo.
que se animase en la frialdad de su escultura.

El cobre de sus ojos por instantes fulgura
y da una llama roja tras un ramo de olivo.
Tengo la sensación de que siento y que vivo
a su lado una vida más intensa y más dura.
 

El poeta Luis Cernuda leyó un artículo de Juan Ramón Jiménez sobre el autor de las Sonatas, y le correspondió a Rafael Alberti, promotor de la iniciativa, leer unas cuartillas escritas por Antonio Machado, que si no asistió al acto -según el citado periódico- fue por no contrariar a la viuda de Valle, la actriz Josefina Blanco, (sin que se nos expliqué en qué), y eso que se había hablado de su presencia para presidir el homenaje. Aparte de esas cuartillas, de las que no tenemos constancia,  un poema más escribiría el poeta sevillano en memoria de Valle-Inclán:

Yo era en mis sueños, don Ramón, viajero

del áspero camino, y tú, Caronte

de ojos de llama, el fúnebre barquero

de las revueltas aguas de Aqueronte.

Plúrima barba al pecho te caía.

(Yo quise ver tu manquedad en vano.)

Sobre la negra barca aparecía

tu verde senectud de dios pagano.

Habla, dijiste, y yo: cantar quisiera

loor de tu Don Juan y tu paisaje,

en esta hora de verdad sincera.

Porque faltó mi voz en tu homenaje,

permite que en la pálida ribera

te pague en áureo verso mi barcaje.


 *Artículo del autor publicado en el número 99 de febrero de TintaLibre.

     DdA, XVIII/5085     

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