Félix Población
El arzobispo de Oviedo no es el de
Madrid. Pareciera que a la iglesia española le afecta también, con la
pederastia clerical de por medio, una guerra similar a la que ahora enfrenta a
la derecha española con la corrupción y el espionaje como leitmotiv para las cuchilladas mutuas. El arzobispo de
Oviedo, en su carta semanal (Pederastia,
piedra de molino, 6-2-2022), asegura que sobre la pederastia en
la Iglesia no hay tanta verdad, sino que son más bien cortinas de humo que el
gobierno echa para ocultar la verdad de su gobernanza.
Para el prelado Sanz Montes, barbado y
devoto de la reconquista, esos lamentables sucesos son “insidias, calumnias
para desgastar a su adversario cultural”, que se supone es la propia
institución que representa, “o a su enemigo político”, que se supone es la
derecha con la que su eminencia está extremadamente encariñado. Reconoce el
prelado Sanz algunos desmanes de pederastia entre su clero, pero no pierde la
oportunidad para manifestar al tiempo: “Ha habido una consigna que ha señalado
a los cristianos como diana”. Pobrecita institución, gozosa del robo de las
inmatriculaciones y del beneficio fiscal del IBI que el gobierno vigente no va
a tocar, a pesar de que esa ventaja tributaria va más allá de los edificios de
culto y cubre muchos otros inmuebles con los que la Iglesia hace pingües
negocios.
El arzobispo de Oviedo, puesto a echar
culpas, las encuentra también en “la pornografía tan fácilmente asequible, la
educación ideologizada por el género, la hipocresía cínica de la inmoralidad o
amoralidad en tantos casos, que hacen de campo de cultivo para que se sigan
cometiendo estas tragedias deleznables”. Luego se permite asegurar que no son
tantas las agresiones sexuales cometidas por los clérigos, sin reparar en los
porcentajes que se dieron en otros países donde se han investigado los hechos
desde hace décadas y la religión católica no tuvo el papel todopoderoso que
aquí le permitió su alianza con la dictadura: del, 2,5 por ciento en Francia al
7,5 en Irlanda.
No, el prelado Sanz no se parece al
vicepresidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Carlos Osoro, que en un
vídeo de poco más de cuatro minutos de la oficina de su arzobispado, dado a
conocer recientemente, sostiene: “Que no haya
denuncias no significa que no haya casos. Los casos del pasado son casos del
presente”. Con este mensaje, el prelado Osoro y su diócesis hacen notar que se
da actualmente sobre este asunto una diferencia de criterio en la Iglesia
española, con una parte de la obispalía que se niega a revisar el pasado de la
institución en algo tan grave, condenado por el pontífice de Roma, insistente
en su llamada a una investigación activa para que las víctimas de la pederastia
clerical obtengan después de muchos años y callado sufrimiento la verdad y
reparación que merecen.
El arzobispo
de Oviedo nunca hubiera escrito lo que se dice en el aludido vídeo: “A aquellos
que sostienen que la denuncia daña a la Iglesia, Repara [la oficina arzobispal
madrileña] les recuerda que, en realidad, las denuncias por posibles abusos
ayudan a afrontar y prevenir que se produzcan este tipo de situaciones. Lo que
realmente le perjudica es el silenciamiento”.
El Partido
Socialista se inclina porque sea el Defensor del Pueblo quien investigue esa
lacra, pero la voz y el testimonio de quienes fueron agredidos sexualmente en
su niñez o pubertad no debería faltar en el Congreso, pues se trata del órgano institucional
que representa a la ciudadanía. Es donde de verdad corresponde escuchar y
reparar a las víctimas de aquello radicalmente condenado por Jesús de Nazaret,
también llamado Cristo: “Al que escandalice a uno de estos pequeños, más le
vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los
asnos y le hundan en lo profundo del mar" (Mt, 18,6 ss).
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