Félix Maraña
Rebelión en la granja
Las ranas de la Esperanza
y las terneras de Pablo,
tú te callas, yo no hablo,
nos mordemos, hay confianza.
Y a vivir de la pitanza
de las arcas del Estado,
porque entre Ayuso y Casado,
entre los sapos y ranas,
ella reprime sus ganas
y él, que se encuentra cansado.
Y se acuestan de costado,
él con pijama de rayas,
ella con bragas y sayas
de matrimonio enfadado.
Y le encargan al cuñado,
hermano conseguidor,
que disimule mejor,
como lo hizo Juan Guerra.
España es suya, es su tierra,
finca con depredador.
Una relación abierta,
pero sin abrir canal,
en la cocina, el puñal,
y una maleta en la puerta.
Ella se finge la muerta,
para evitar la coyunda
y se tapa con la funda
de la almohada la cabeza.
Y Pablo rumia y bosteza
en una siesta profunda.
España les pertenece,
lo aprendieron cuando Franco,
un partido es como un banco,
donde el dinero se cuece.
No es rana si el pelo crece,
ni sapo si vuela alto,
ni elefante si da salto,
ni borbón el que trabaja.
Él va de pijo, ella maja.
Escondemos la navaja
y se acabó el sobresalto.
El ranal en el asfalto
se emborracha en la Gran Vía,
de cerveza parda y fría,
esperando nuevo asalto.
Génova de azul cobalto,
la gaviota derretida
de tanto trombo suicida,
como cuando Filomena.
Pablo remata la escena
con una pala, sin Ida.
Tomemos una gragea,
tú me entregas a Rodríguez,
para seguir con el ligue
y yo te entrego al Egea.
Y que sea lo que sea,
lo nuestro es la permanencia,
una solución de urgencia
para salvar el negocio.
Tú mi socia, yo tu socio,
se acabó la virulencia.
De granjas y residencias,
de personas y animales,
ellos son corresponsales
de mortajas y vivencias.
Apelan a sus creencias,
pero el cultivo intensivo,
de cambiar muerto por vivo,
en residencias y granjas,
en eso son dos expertos:
en tanatorios, los muertos,
y los vivos, a las zanjas.
DdA, XVIII/5089
No hay comentarios:
Publicar un comentario