lunes, 17 de enero de 2022

RECUERDO DE JUAN CUETO, TRES AÑOS DESPUÉS

Víctor Guillot

Este fin de semana, el escritor Manuel Rivas convirtió Twitter en un recordatorio de Juan Cueto. Porque uno, a veces, se levanta de la cama soñando con muertos y después los celebra porque sí, sin necesidad de acudir a la efeméride de turno. Lo hace por puro instinto animal, por querencia, por necesidad.  Unos sueñan con muertos y otros soñamos con la tintorería. Se lamentaba Rivas en su cuenta de Twitter de lo poco que se habla de Juan Cueto que es lo mismo que decir que se habla poco del futuro o, mejor dicho, del pensamiento que produce el futuro. Efectivamente, el futuro no es un tiempo, es una fábrica de pensamiento.

Juan Cueto fue la modernidad de los años 80 pensando en el presente siglo. El que fuera fundador de los Cuadernos del Norte y columnista de las páginas de televisión en El País vivía instalado en el siglo XXI. Nada de lo que hoy sucede le era entonces ajeno. Despeinado y con el puro de la inteligencia encendido como un televisor las 24 horas del día, analizaba el medio que, como nos dijo McLuhan, siempre es el mensaje. Si Cueto siguiera vivo, hoy sería un gurú de la semiótica en las redes sociales, un chamán de la palabra en el Twitter, un sociólogo enganchado a Instagram, un verdadero mago de la verdad escondida tras la imagen que nos explicaría la razón última de una fake news posicionada en la cúspide de Google.

Me dice Edu Galán que tiene la sensación personal de que nada de lo que ha hecho Cueto ha influido en el periodismo de hoy, como si Juan Cueto fuera una anomalía digital, una isla interior, una especie de Avalon perdida en el sueño de los tiempos. Pero yo creo que sí ha influido en el periodismo español otorgándole a la columna la necesidad de aferrarse a la novedad. La novedad hoy está hiperrevolucionada. Nos desborda. Es más difícil escoger un tema que escribir sobre él. La novedad es una estrella que ha nacido ante nuestros ojos, muerta. Toda novedad desvela nuestra propia estupidez, un cúmulo de contradicciones que nos devuelve a la condición de homínido, un antropoide que se bajó del árbol hace tres días con la sonrisa y la ambición de una bestia que ha reconocido cierta bondad en el mundo.

Basta leer sus artículos recopilados en Exterior Noche o Pasiones Catódicas para ver que Cueto dejó un legado, una manera de pensar y ejercer la ironía desde el ludismo, esa mirada despierta que comprendía las tecnologías del mundo y les otorgaba cierta humanidad por la vía de la compasión.  De adolescente, no nos perdíamos una sola conferencia de Cueto en Oviedo o Gijón, auténticas clases de sociología, ensayismo en acto, siguiendo la estela de Gustavo Bueno. Aquello sí era una fiesta. Fue precisamente él quien afirmó que Oviedo vivía en una novela y Gijón en 24 imágenes por segundo, contraponiendo dos espíritus marcados por un libro y una película. Asturias era así.

No hace mucho, el maestro Gonzalo Suárez me recordaba lo mucho que añoraba a Cueto y Quirós cuando regresaba a Asturias. No hacía falta salir de Villa Ketty para contemplar la vida cosmopolita desde la vidriera emplomada de su chalet con la perspectiva de un escritor de Brooklyn o de un periodista en Roma. Para Cueto era más fascinante una valla publicitaria que un cuadro de Dalí, un anuncio de telefonía móvil que una peli de Pasolini. Su legado era, sobre todo, una manera de pensar y de escribir la modernidad. Periodistas como Víctor García Guerrero desde en RTVE, filósofos como Pablo Huerga Melcón, el propio Edu Galán, Enric González o Manuel Rivas destilan en sus trabajos la actitud de Cueto. Que se lo pregunten a Sergio del Molino, a Joaquín Estefanía o Juan Cruz. Varias generaciones somos lo que somos, en una parte, aunque sea minutísima, a la obra de Cueto. Todos ellos han seguido esa actitud política ante el presente y todo lo que vendrá después, desde una ironía desbordante, cómplice, casi fetiche. No hace falta citar a Cueto todos los días en una columna para saber que sigue ahí, activo, con el monitor de sus escritos encendido y vigente, presentísimo y entrañable. Lean a Cueto. Verán que escribe de lo que ha pasado hoy, o sea, de lo que sucedió ayer, esto es, de lo que nos pasa siempre.

     Nortes DdA, XVIII/5068     

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