Lazarilo
Mi estimado amigo Joaquín de la Buelga, que con Rodrigo Alperi lleva muchos años haciendo de La caravana del verso una actividad itinerante y divulgativa de la poesía digna de encomio (en breve presentarán en Langreo un homenaje a Luis Eduardo Aute), nos recuerda hoy un admirable poema de José Manuel Caballero Bonald, Azulada por el nocturno oleaje, para cuya lectura es aconsejable un recogido silencio y la sobria, pausada e intensa declamación de Joaquín:
Azulada por el nocturno oleaje,/entre el ocio lunar y la arena indolente,/ la casa está viviendo, decorada de cenizas votivas,/ hecha clamor de memorables días dichosos o palabra más bien, / que ahora escribo en la sombra,/ apoyando mi sueño en sus muros de solícitos brazos./ La casa está en el sur; es lo mismo que un cuerpo/ ardoroso, registro de certeza embriagada,/ donde estuvo mi vida, orillas de un emblema marino,/resonante de alegres impaciencias/ o de ilusorias lágrimas que otros ojos cegaban./ Sus ventanas, a veces, están dando a mi nombre,/ porque son todas ellas como bocas que acunan,/ como labios que brillan bajo el furtivo pétalo del cielo,/ aberturas que el mar vuelve sonoras/ y en cuyo fondo habitan verdades como pechos,/ palabras semejantes a manos que se juntan/ o acaso esa tristeza que hay detrás del amor./ Recuerdo sus paredes, sus puertas de madera entrañable,/ la verídica cal en cuyas lindes/ se estaba congregando toda la luz de aquella casa,/ sin poder ocultar cosa alguna por detrás de sus lienzos,/ sin poder ser distinta a un cristal desnudado,/ a un renglón transparente de tiempo sin edad./ Recuerdo también sus rincones más hondos y ocultos,/ su razonada disposición de alegría,/ la distribución de sus sueños con afán perdurable./ Todo allí se contagia de una idéntica vida,/ y es para siempre su estación humana,/los ciclos de su fe, raíz de cuanto soy,/ de todo lo que ordena mi palabra y sus márgenes:/ las dudas con que erige sus muros la verdad,/ los recuerdos que a veces son lo mismo que llagas,/ el olvido, ese moho que corroe el rostro de la historia,/ lo que está sin remedio convirtiéndose/ en una misma forma de aprender a volver,/el miedo al desamor por donde sangra el mundo./ Sí, la casa es un cuerpo: mi corazón la mira,/ la habita mi memoria; sé que está restaurándose/ como la abdicación del mar en las orillas,/como las germinales herencias del verano,/ y quizá sea posible que esta casa no pueda nunca envejecer,/no pueda cumplir nunca más tiempo que el de entonces,/porque sus habitantes son lo mismo que llamas/ sin quemar, frágiles al aliento de la grieta más tenue,/ y ellos están haciendo que las paredes vivan,/que los peldaños latan como olas,/ que cada habitación respire y reproduzca/los irrepetibles y anónimos hechos de cada día./ Casa sin tiempo junto al mar, cumbre/ sonora entre los astros, libre razón con muros,/criatura en donde acaban mis fronteras,/soy menos si me faltas,/tu paz rige mi vida y la hace humilde,/ 55 justifica mi espera tu paciencia,/ bogas, persistes, reinas, como un ave en la noche,/acaso ya recibas el nombre de José.
DdA, XVIII/5077
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