viernes, 28 de enero de 2022

LA CASA ESTÁ EN EL SUR, AZULADA POR EL NOCTURNO OLEAJE

 Lazarilo

Mi estimado amigo Joaquín de la Buelga, que con Rodrigo Alperi lleva muchos años haciendo de La caravana del verso una actividad itinerante y divulgativa de la poesía digna de encomio (en breve presentarán en Langreo un homenaje a Luis Eduardo Aute), nos recuerda hoy un admirable poema de José Manuel Caballero Bonald, Azulada por el nocturno oleaje, para cuya lectura es aconsejable un recogido silencio y la sobria, pausada e intensa declamación de Joaquín:

Azulada por el nocturno oleaje,/entre el ocio lunar y la arena indolente,/ la casa está viviendo, decorada de cenizas votivas,/ hecha clamor de memorables días dichosos o palabra más bien, / que ahora escribo en la sombra,/ apoyando mi sueño en sus muros de solícitos brazos./ La casa está en el sur; es lo mismo que un cuerpo/ ardoroso, registro de certeza embriagada,/ donde estuvo mi vida, orillas de un emblema marino,/resonante de alegres impaciencias/ o de ilusorias lágrimas que otros ojos cegaban./ Sus ventanas, a veces, están dando a mi nombre,/ porque son todas ellas como bocas que acunan,/ como labios que brillan bajo el furtivo pétalo del cielo,/ aberturas que el mar vuelve sonoras/ y en cuyo fondo habitan verdades como pechos,/ palabras semejantes a manos que se juntan/ o acaso esa tristeza que hay detrás del amor./ Recuerdo sus paredes, sus puertas de madera entrañable,/ la verídica cal en cuyas lindes/ se estaba congregando toda la luz de aquella casa,/ sin poder ocultar cosa alguna por detrás de sus lienzos,/ sin poder ser distinta a un cristal desnudado,/ a un renglón transparente de tiempo sin edad./ Recuerdo también sus rincones más hondos y ocultos,/ su razonada disposición de alegría,/ la distribución de sus sueños con afán perdurable./ Todo allí se contagia de una idéntica vida,/ y es para siempre su estación humana,/los ciclos de su fe, raíz de cuanto soy,/ de todo lo que ordena mi palabra y sus márgenes:/ las dudas con que erige sus muros la verdad,/ los recuerdos que a veces son lo mismo que llagas,/ el olvido, ese moho que corroe el rostro de la historia,/ lo que está sin remedio convirtiéndose/ en una misma forma de aprender a volver,/el miedo al desamor por donde sangra el mundo./ Sí, la casa es un cuerpo: mi corazón la mira,/ la habita mi memoria; sé que está restaurándose/ como la abdicación del mar en las orillas,/como las germinales herencias del verano,/ y quizá sea posible que esta casa no pueda nunca envejecer,/no pueda cumplir nunca más tiempo que el de entonces,/porque sus habitantes son lo mismo que llamas/ sin quemar, frágiles al aliento de la grieta más tenue,/ y ellos están haciendo que las paredes vivan,/que los peldaños latan como olas,/ que cada habitación respire y reproduzca/los irrepetibles y anónimos hechos de cada día./ Casa sin tiempo junto al mar, cumbre/ sonora entre los astros, libre razón con muros,/criatura en donde acaban mis fronteras,/soy menos si me faltas,/tu paz rige mi vida y la hace humilde,/ 55 justifica mi espera tu paciencia,/ bogas, persistes, reinas, como un ave en la noche,/acaso ya recibas el nombre de José.

DdA, XVIII/5077

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