TONI ALVARO
Más que
luchar, hemos soñado.
De
nuestros sueños poco queda.
Hace
cinco años nos dejaba Angelina Gatell Comas. Nos dejaba una vida de integridad
y poesía. Nacida en Barcelona, familia humilde, cuando aún no tenía 5 años, su
padre, charolista curtidor, sindicalista, la llevó sobre sus hombres a Las
Ramblas para celebrar la II República, ‘siempre he tenido la convicción de que
en aquel momento yo me sentí unida a algo, a alguien, yo supe que pertenecía a
aquella gente’.
Un
cierre patronal dejó en la calle y la pobreza al padre, trasladando familia a
Santa Coloma de Gramenet. Y la guerra que desata el fascismo. Su hermano Josep,
17 años, parte voluntario al frente de Aragón en la Columna Durruti. Y será una
niña de 12 años la que verá pasar, junto a su padre, en la puerta de su casa en
Lliçà de Vall, a los derrotados.
Fueron
pasando, uno tras otro, los vencidos
por mis
ojos de niña,
bajo las
balas últimas
que
partían
de los
avellanos,
de los
bosques fríos, de la tarde...
Los vi
pasar –eran los míos–
caminando,
ay,
hermanos valientes, al destierro
En esas
hilachas de la derrota va también su hermano, que acaba en Argelès y luego en
la Resistencia. Capturado por los alemanes fue enviado a un campo de
exterminio, pero saltó de un tren en marcha y volvió a España, a la lucha
clandestina, antes de partir al exilio en Brasil.
La
familia Gatell Comas está señalada en Santa Coloma, vigilada de cerca. Fusilan
a un amigo íntimo de la familia que escribe una última carta a su hija, amiga
íntima de Angelina, con una línea que es poesía terrible y la tatúa a fuego:
‘Cada grano de arena que echen sobre mi cuerpo es un beso para vosotras’.
Angelina
marcha a València con sus padres. Allí abren una tienda de objetos y ropa
usados. También una tapadera que pasa material al maquis. Angelina Gatell entra
en Socorro Rojo Internacional, pasando ayuda a presos políticos y sus familias.
Un día verá morir a una compañera, atropellada por un camión al intentar huir
de la policía. Ella tendrá más suerte. El amor. Su novio, José Sánchez Peinado,
es policía y aprovecha para meterse en las dependencias de la Brigada Político
Social para ayudar a falsificar documentos y salvar vidas.
Angelina
participa en la tertulia del café El Gato Negro con los poetas de la revista
Corcel, y en casa de Francisco Ribes y María de Gracia Ifach contacta con el
ambiente intelectual de la Valància de esos años. También se hace actriz, de la
mano de Amparo Reyes, y en 1952, con su marido Eduardo Sánchez Lázaro, fundan
el teatro de cámara El Paraíso. En 1954 gana el Premio Valencia por su poemario
Poema del soldado. No se lo quieren dar porque es la tercera mujer en ganarlo
de manera consecutiva, y menudo ejemplo, habrase visto. La violinista Josefina
Salvador, miembro del jurado, amenaza con liarla si lo hacen. Y no queda otra
que entregárselo. Se lo harán pagar. Empiezan a cerrarle puertas y marcha a
Madrid. Malos tiempos, ‘indefensos, perdidos en la ciudad que se llamó
posguerra’.
Asidua a
las tertulias de Gerardo Diego en el Café Gijón, de Vicente Aleixandre en
Velintonia y de José Hierro en el Ateneo de Madrid, acabará creando con otros
la tertulia literaria de Plaza Mayor. Publica su segundo poemario, ‘Esa oscura
palabra’, y trabaja en teatro y televisión como actriz. Se empieza a hacer un
nombre y pone ese nombre entre los firmantes de la carta que 102 intelectuales envían
a Fraga Iribarne por la brutal represión desencadenada contra los mineros
asturianos en 1962.
El
Director General de Información, Carlos Robles Piquer, cuñado de Fraga, la
llama a su despacho. Le propone retractarse en público a cambio de un puesto
fijo en RTVE y chaletito en la sierra. Angelina se guarda la poesía en el
bolsillo para contestarle ‘eso se lo ofrece usted a su padre, que seguro que
aceptará’. La echan. Robles Piquer sería Ministro de Educación y Ciencia y
director general de RTVE. También llaman a la empresa SAGO, donde trabaja como
dobladora, para que la pongan de patitas en la calle, pero su jefe, Francisco
Sánchez, se niega.
Su guión
para la mini serie Marie Curie será ninguneado. Primero cancelan la emisión, y
cuando se emite un año más tarde, no aparece en los créditos. No se calla y
amenaza con demandar. Vuelven a llamarla a despachos y le chulea el jefe de
programación, un tal Adolfo Suárez, que acabará tragando y pagando sus
derechos. Y poniéndola en la lista negra.
En 1969
publica su poemario Las claudicaciones, ‘quiero decirte ahora tantas cosas… y
siento que el silencio es la manera más leve de llorar…!. Título que avanza 30
años de silencio poético. O no, que publica antologías como Poesía femenina
española 1950-1960, o Mis primeras lecturas poéticas, dirigida a los niños. O
haciendo poesía de otra manera. Como actriz y directora de doblaje y adaptadora
de guiones se encarga del doblaje de la serie japonesa Heidi. En el guión
original, el perrote del abuelo se llamaba José, y Angelina le cambia el nombre
por Niebla, en recuerdo al perro abandonado, ‘rayo tierno de brizna
despeinada’, que recogió Pablo Neruda por las calles del Madrid bombardeado y
que fue compañero de Rafael Alberti y María Teresa León.
En el
Archivo General de la Administración quedó la copia censura de la antología
poética de 1968, Con Vietnam, recuperada para el público en 2016. Fue en los
primeros pasos del siglo XXI que Angelina Gatell volvió a publicar poesía de la
mano de Manuel Rico y Bartleby Editores, bandadas de palabras para alimentar la
memoria.
Una vez
más quiero volver al tiempo
del que
siempre hablaré
porque
le pertenezco
como el
azul al mar,
como la
luz al alba.
Y quiero
bajar a
su memoria
como
quien baja
al
sótano que guarda
objetos,
actos, versos, actitudes,
días,
que con frecuencia hojeo
como
páginas,
y con
ellas pegadas a los dedos
salgo a
la calle, aparto con denuedo
la
oscuridad y pregunto,
-por si
alguien lo supiera-
dónde
están los cadáveres,
desde
dónde nos mira
la ausencia
de sus ojos,
en qué
lugar esperan
la
cercanía de una rosa,
su
fragancia vedada por la ira,
el aire
que
disipe el silencio.
Y
pregunto también
los
nombres de los asesinos,
aunque
los sepa bien, sílaba a sílaba,
pero los
quiero dichos en voz alta,
a gritos,
no
guardados con celo en sus estuches
de
dorada penumbra
desde el
instante mismo en que el invierno
dejó
caer su frío sobre el suelo
que ya
nunca fue patria,
sino
desgarradura.
Muy
pocos saben de qué hablo.
Sin
embargo, no falta quien se aleje
obviamente
molesto.
Y están
los que, confusos,
se
llevan a los labios
el
índice gastado por el miedo
y se
alejan también
aunque
más lentamente,
no sé,
quizá afligidos.
Otros,
susurran evasivos: hace
ya tanto
tiempo... Y vuelven la cabeza,
como si
alguien de pronto los llamara.
También
los hay que opinan sin sonrojo,
como
haciendo equilibrios
sobre el
filo de la conciencia,
que
sería mejor dejarlo todo
dormido
en el sosiego,
cubierto
de benignos crisantemos
y así
nadie podría
dañarse
con su roce.
Después
se van a Roma y, conmovidos,
debajo
de los pórticos
donde
Bernini,
hace ya
más de cuatro siglos
guardó
la luz del mármol,
recogen,
con unción, sin miedo a herirse,
los
nombres trémulos de gracia
de otros
cadáveres,
los
guardan en sus dijes con cuidado
y
sonríen en paz.
No
consigo entenderlo. Escucho. Miro.
Me
quedan ya muy lejos las palabras
que con
el tiempo cambian de sentido,
y
acomodan sus dúctiles metales
a la
oscilante
valoración
de los conceptos.
Y más
lejos aún, mucho más lejos,
perdida
entre la niebla,
la luz
que fue habitada por la idea,
o el
aroma, no sé, tal vez por nada.
No
consigo entenderlo.
Reúno
amargamente mis preguntas
y releo
las páginas
donde mi
tiempo amarillea y sufre.
Como yo
está cansado. Y como yo no entiende.
Y como
yo, se niega a ser destruido
por esa
desmemoria
más
grave que el olvido porque en ella
crece y
se ramifica,
estercolada
por la indiferencia,
la
planta obscena
de la
conformidad y el beneplácito.
(Para
más información vayan a las páginas de Memorias y desmemorias. Autobiografía.
Fundación AIGSE. T&B Editores, 2014).
DdA, XVIII/5059
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