Lo escribió Paul Valery: «la
sintaxis es una facultad del alma». Bergoglio y Yolanda
Díaz manejan la misma sintaxis. Manejan el latín de la clase obrera,
las clases populares, así que nadie debe extrañarse de una reunión en la que se
fue a hablar de derechos, empleo y medio ambiente con todo el idioma del
cristianismo de base que el Papa Francisco desde el Vaticano
y la Ministra de Trabajo desde el Ministerio de Trabajo han venido declamando
desde que llegaron a sus despachos.
Ni Bergoglio ni Díaz forman parte de la crema de la intelectualidad, pero escriben en decente. Uno siempre tuvo veneración por Ratzinger, que venía a ser el teólogo oscuro de la cristiandad, el emperador de la guerra de las religiones. Yolanda Díaz tampoco es Berlinger ni Gramsci, pero lee los tiempos políticos como nadie. Quiere expandir la izquierda social, convertir lo que una mayoría desea, una reforma laboral que mejore la negociación colectiva, los salarios y el crecimiento estable del empleo, en más votos para las próximas elecciones generales. Su mayor campaña política es una reforma laboral. Ha demostrado desde el ministerio que navega para una mayoría y que su mejor aval son los acuerdos con los sindicatos y la CEOE sustanciados, como el milagro del pan y los peces, en el Boletín Oficial del Estado.
Mientras tanto, se mantiene la hoja de
ruta parternalista de Pedro Sánchez: dejaz que crezca para que todo
esto siga siendo mio. Nadia Calviño se ha hecho pequeña
después del último encontronazo con la ministra, a cuenta de quién estaba y
quién no en la mesa de negociación de la reforma, a cuenta de quién mediaba y
quién no entre la patronal y los sindicatos. Como decíamos al principio, la
sintaxis es una facultad del alma. Yolanda Díaz no sólo maneja la grámatica de
Dios, también ha hecho suya el sermo vulgaris de la Ministra de Economía.
Su espacio político crece dentro del gobierno, imparable.
Así las cosas, parece que el mayor
obstáculo de Yolanda Díaz es el partido que la elevó hasta los altares de la
gran política. Este verano me decía Juan Carlos Monedero como
un profeta veterotestamentario que el partido tiene vida propia y debe ser el
órgano que mande sobre los ministros, sobre los alcaldes, los concejales, los
parlamentarios. La responsabilidad de todos estos cargos recae en el partido
que los ha elegido para ocupar esos puestos. Ciertamente, el discurso de
la ministra desborda la acción política de IU y de Podemos.
No me gustan las mujeres que asumen liderazgos sin partido, aunque el partido
sea un lastre para alcanzar mayorías parlamentarias más amplias. Tampoco sé
hasta qué punto el aura mágica que despliega Diaz, capaz de sostener su
discurso populista con la gestión racional de su trabajo, es una baza
cortoplacista que oculta un escaso recorrido. Mientras ella se distancia de su
organización, Pedro Sánchez se reconcilia con los despojos de
la suya porque sabe que sin la unidad interna del PSOE sólo le queda la
mudanza. La sintaxis de los partidos, querido y desocupado lector, es otra
facultad del alma.
Me han comentado que en la página que contempla el papa Francisco está escrito solamente un ¡Hay que pagar el IBI!. Goti del Sol
NORTES DdA, XVII/5037
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