Alicia Población Brel
Inner es
aquello que es íntimo, privado, que está dentro de ti, la introspección en sí
misma. Symphonies, etimológicamente, alude a la cualidad
de lo que suena junto, y hace referencia a esas obras monumentales en las que
un grosso sonoro te baña y te hace partícipe de la inmensidad de la música, su
lenguaje y su poder de comunicación.
Las luces de la Sala de Cámara eran diferentes
el pasado sábado 18 de diciembre en comparación con otro tipo de conciertos que
ha acogido el Auditorio Nacional. Había dos grandes lámparas de
tulipa en el escenario que iluminaban los dos puntos de luz donde se situarían
las artistas. El resto de la sala se sumía en una luz amarilla, cálida, como de
vela. Este ambiente estaba preparado para acoger uno de los últimos conciertos
de la gira de las polacas Hania Rani, nombre artístico de
Hanna Raniszewska, pianista, y Dobrawa Czocher, cellista, para el Centro Nacional de Difusión Musical en su ciclo
Fronteras (en coproducción con el Instituto Polaco de Cultura) dos músicas que
se conocen desde la adolescencia y que presentaban su primer álbum como dúo, Inner
Symphonies.
El silencio que fue haciéndose entre el público, señal de
que el concierto daba comienzo, se fue mezclando con unas texturas electrónicas
que empezaron a crear una atmósfera difusa. Sobre ella, el cello fue entrando
veladamente con unos armónicos que fueron cogiendo cuerpo poco a poco hasta
resonar con ánimo y vibrato en cada rincón de la sala. A la Overture le
siguió Con Moto, un tema que recogía toda una suerte
de dinámicas en continuo movimiento, sumidas en el imperturbable pulso de la
mano derecha de Czocher, que se dejaba mecer en un latido regular, sólido, como
una base de todo el maremágnum que se iba creando alrededor.
A medida que escuchábamos aparecían reminiscencias de las
músicas de los autores minimalistas más reconocidos, como Michael Nyman o Phillip
Glass, aunque la mezcla con la electrónica también traía a la memoria al
islandés Olafur Arnalds. El dúo reconoce sin tapujos la influencia de Glass
como principal inspiración en sus composiciones. Y es que la repetición que
caracteriza a la corriente minimalista musical, se perfilaba perfectamente en
las obras de Rani y Czocher, aunque bien es cierto que dentro de esa
reincidencia armónico-rítmica se podía navegar hacia muchos sitios. Ya nos lo
decían ellas: “Todo tipo de emociones son bienvenidas”.
El mar también tuvo cabida en la velada. Apareció de entre
las cuerdas del cello, sobre las que planearon gaviotas y se escuchó el susurro
de las olas lamiendo la orilla. Mientras tanto, los acordes modales y los
arpegios pentatónicos que sonaban desde el piano de cola daban esa sensación de
amplitud, de piélago eterno, dando forma al tema Whale’s
Song. Si cerrabas los ojos podías escuchar los cantos de
ballena como si estuvieras sumergida en el océano. Hasta el crujir de las
butacas que sonaban al moverse las músicas en sus asientos tenía su sentido,
como si representara el crepitar de la madera de un barco sobre el agua.
Desprendiéndose de la calma marina, hacia la mitad del
concierto, unos pizzicatos que sonaban como kalimbas, nos llevaron a un nuevo
lugar, salpicando toda esa intensidad que se había quedado estancada, y nos
fueron despertando poco a poco del trance anterior. Las energías fluctuaban de
un lado a otro por cada pieza que comenzaban. En el tema Malasana,
que en yoga se identifica con una postura para combatir el miedo, unos
glissandos sutiles se dejaban caer por el mástil de Czocher sustentados por el
templado caminar de las teclas del piano. En Dunkel,
oscuro en alemán, se reconocía efectivamente cierto tenebrismo y la dureza de
todo un año sumido en la pandemia. En contraposición, aparecía tímidamente Spring,
como una elección de la luz y la esperanza, que nos llenaba poco a poco cada
rincón del alma, dejándonos una puerta abierta hacia la certidumbre. “Hope (esperanza),
es la palabra que resuena en nuestros procesos compositivos”, admitía Czocher.
Uno de sus bises fue en acústico y, aunque perdieron un
poco esa intensidad sinfónica que apoyaba la amplificación, se agradeció una
pieza sin tintes electrónicos, que reconectara con la pura madera, con las
teclas y las cuerdas desnudas en su naturaleza.
Al escuchar Inner Symphonies en directo se entra como en una especie de bucle en el que te ensimismas, entras dentro de ti y, guiada por las emociones de las notas, después de todo el viaje, vuelves al mismo punto, como si no te hubieras despegado del todo de la tierra, como si esa reconexión no te hubiera soltado de tus raíces. El concierto fue una burbuja de tiempo para pensar, para ser, para encontrarse, viajar hacia adentro, pero también hacia afuera, para sentir todo lo que suena junto, como ente global y sinfónico. Esto último se reflejó claramente en el entregado público del que disfrutaron las artistas, que se levantó al término del concierto en un coordinado y enfebrecido aplauso. Sin duda el dúo supo aunar dos conceptos que parecían opuestos en principio y nos demostró que al final terminaban por darse la mano.
Foto © Elvira Megías
*Reseña crítica publica en la revista Ritmo Digital
DdA, XVII/5044
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