Pilar Gómez Rodríguez
El autor se lo pregunta literalmente:
“¿Por qué una escritora como tú, que habías alcanzado el ansiado —y vano, ya
sé— prestigio literario, que publicabas en la editorial más poderosa del
momento y que además estaba vinculada al partido que tenía casi todo el poder,
que eras considerada una voz distinta, peculiar dentro de la ‘nueva narrativa
española’, diste ese volantazo y decidiste perderte en un lugar solitario (...)
donde solo podían esperarte el olvido y la desaparición?”.
Y la respuesta fue tan larga que a Miguel
Ángel Muñoz le salió un libro, Aposento (La Navaja Suiza,
2021), donde da cuenta de las lecturas de la obra de Mercedes Soriano y sus
resonancias; donde la trata personalmente y la incorpora a su día a día; donde
la escribe, donde la busca en los lugares que habitó y junto a algunas de las
personas que la trataron. La convierte, además, en una “interlocutora desde el
lugar en el que ella aparecía ante mí: olvidada, referencia breve en algunas
historias de la literatura española y con sus libros descatalogados”. ¿Sus
razones? “Me atraía enormemente ese enigmático apartamiento, porque en cierto
modo ella encontró lo que parecía buscar con ese alejamiento del centro y de su
generación. Y al lograr ese olvido, las pistas fueron siendo borradas”.
El ‘mundillo’ no es para raros
Pasado el desajuste inicial, la desaparición voluntaria de Soriano debió de sentar bien en su antiguo medio —los círculos literarios y de poder de la época— donde su figura, a través de su apocalíptica escritura de denuncia, había empezado a resultar extraña como poco. Muñoz lo explica así: “Mi opinión personal es que en su peripecia biográfica encontró una cristalización de una incomodidad generacional. Desde su primera novela, Soriano detectó las inconsistencias de la España que su generación estaba construyendo, las analizó, las señaló, las denunció y decidió no seguir formando parte de ese sistema cultural, al tiempo que encontró en el cabo de Gata cierto ideal de pureza. En todo caso, más allá de especulaciones, parece evidente que el sistema editorial español no admite a los raros ni a los que se ocultan, salvo que pueda exponerlos como trofeo anecdótico. Parece que Mercedes Soriano, al apartarse, se convirtió en una rara”.
O quizá ya lo era y por eso se apartó. O
se tuvo que apartar. O la apartaron y seguramente lo que pasó fue que se
juntaron esa hambre con las ganas de comer y todo el mundo quedó satisfecho con
la distancia moral que a menudo otorga la distancia física. La escritora Belén
Gopegui, que la trató y ha sido una de las pocas personas que —en los que años
que median desde que Soriano falleció prematuramente en 2002 hasta hoy— la ha
recordado, lo explica así: “Se abrió camino en el tiempo del pelotazo y la
literatura de pseudogénero y la nueva narrativa autosatisfecha de aquellos años,
contando lo que estaba pasando, y no solo lo que se quería creer que estaba
pasando. No fue escuchada, y cuando lo fue solía haber cierta condescendencia,
parecía que lo importante era ella, su figura, su conocimiento del mundo de la
movida, también de la movida literaria, ella y no sus textos. Tal vez haya
quien hoy encuentre en ellos un grito excesivo, desmandado, pero hay que
recordar que fueron escritos en ese ambiente de autocomplacencia ligada a la
larga transición. Años después Muñoz Molina entonaría un mea culpa quizá
no muy creíble sobre aquellas actitudes en Todo lo que era sólido,
pero entre tanto, Soriano —a quien por cierto trató mucho— estaba ya diciendo
que algo iba a mal y apuntando rectificaciones que, estimo, fueron bastante
leídas —a menudo para extraer y usar, sacado de contexto, lo que a cada cual le
convenía sin citarlo—, pero no fueron atendidas”.
Un portazo meditado
A la búsqueda de las razones de su
apartamiento, Gopegui pone el acento en el contexto, en la ética más que en la
estética: “A mi modo de ver, quizá la palabra autoexilio no sea la más
adecuada. Creo que Mercedes Soriano se largó, como quien da un portazo no
adolescente, sino muy meditado. Entiendo que su decisión está muy lejos de
cualquier pretensión metaliteraria en la estela de Bartleby y compañía. Por lo
que pude conocerla, no creo que se hubiera sentido cómoda tampoco en grandes
lecturas metafísicas tipo Chandos-Hofmannsthal y el deseo de callar porque lo
vivido no podría ser replicado por el lenguaje”.
Desde luego que el deseo de callar no iba
con ella. El monólogo final de Contra vosotros es un chaparrón
enfurecido disfrazado de poca ficción contra todos los que comulgan; los que se
adaptan; los que adoran y adulan con el objetivo de ser adorados y adulados de
vuelta; los que establecen transacciones intangibles, pero ciertas; los que
trafican con favores debidos y concedidos; los que tienen contactos en vez de
amigos… “Bichos sociales”, los llama Soriano.
“Sois duchos en distinguir por dónde sopla
el aire, listos para olfatear dónde se distribuyen las prebendas, hábiles para
haceros pasar por respetables”. ¿Más pistas? “Trabajáis rápido, la industria
cultural así lo exige”. Y más adelante: “Que la agitación prosiga…”.
Es el monólogo final de alguien llamado Nadie y que cierra un libro hecho a base de monólogos de igual extensión y titulados Memoria, Relevo, Control, Completa, Hallazgo, Pasión y Desertor. Contra vosotros es el título elegido por La Navaja Suiza para acompañar Aposento, la obra de Miguel Ángel Muñoz, en un puzle literario y editorial fascinante incluso desde el primer golpe de vista: las cubiertas de ambos títulos forman una sola ilustración, que firma Pablo Monforte.
“El tipo de novela que ella escribía resultaba incómoda —explica Muñoz— y sigue resultándolo hoy. Esos escritores que señalan las miserias que no queremos ver pueden llegar a caer mal, en un momento dado, sobre todo a sus compañeros generacionales, lo que no deja de ser lógico. En aquellos momentos en que triunfaban novelas puramente narrativas, la suya era una propuesta excéntrica. Solo en el éxito posterior de las novelas de Chirbes encuentro libros con una búsqueda paralela a la suya. Además, por cuestiones personales tal vez, por puro cansancio, o porque la lejanía del centro hace que se pierda la noción de dónde queda ya el centro, Soriano dejó de publicar novelas durante casi una década, antes de morir a los 49. No sé hasta qué punto ella quiso seguir escribiendo y no fue publicada o, simplemente, se dio por vencida y abandonó la literatura. Lo que parece claro es que no se la echó de menos y su obra no tardó en verse oscurecida y desaparecer”.
Ya se va dibujando el perfil de una autora
que alcanzó el éxito en una época que no le gustaba, que detestaba incluso, y
con la que decidió romper en la literatura y en la vida. Sabemos que se marchó
de Madrid y que murió pronto, con cuatro libros publicados y sin cumplir cinco
décadas de vida. Pero falta saber quién era Mercedes Soriano antes de
convertirse en Mercedes Soriano. Para ello, el periodista veterano Luis Algorri
es una fuente inagotable de información. La entrevistó cuando estaba a punto de
publicar su primer libro, se convirtió en su amigo y colaborador y la reclamó
cuando —ya desde su retiro en Almería, en Presillas Bajas— él se convirtió en
director de opinión de Diario 16.
Este es su retrato: “Mercedes se hartó
completamente de vivir una vida que no era la que quería vivir y de tener que
hacer un montón de cosas que no le gustaban y de tener que aguantar a muchos
gilipollas. Escribió un cuento, un paseo nocturno por la Gran Vía, que fascinó
a Juan Cruz. Lo publicó y lo difundió: era profundamente duro y tan almado como
desalmado, como toda su literatura, por otra parte, que es bastante cruel
incluso formalmente”.
Léase@también: La nostalgia contra nosotros, por Carlina León, en elsaltodiario.com
El Salto DdA, XVII/4986
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