Manuel Monereo
Algunos, pocos, siempre dijimos que
Pedro Sánchez tenía un objetivo claro: ser el Felipe González de la
nueva etapa de Felipe VI. El abrazo entre los dos ejemplifica muy bien
esto. El PSOE ha sido verdaderamente el partido del régimen, no solo por los
años que ha gobernado sino por su capacidad de asegurar un amplio consenso
popular reforzando, a la vez, el poder de los que mandan y no se presentan a
las elecciones. A esto se le llama centralidad. La presencia también de Pérez
Rubalcaba dice mucho de la conexión profunda con la casa de los
Borbones y con la operación que llevó a la salida del Rey Emérito. Se ha dicho
que las derechas nunca ganan las elecciones; las pierde el PSOE, bien porque
una parte de sus votantes pasa a la abstención, bien porque otros votan a
formaciones políticas a su izquierda.
Las condiciones de las que partía Pedro Sánchez eran muy singulares: descrédito del bipartidismo, 15M, emergencia y desarrollo de Podemos… Recuperar el Partido Socialista era especialmente complejo y lleno de dificultades. El secretario general de PSOE nunca se podemizó, se mimetizó y se camufló con una orientación más a la izquierda y con una disputa muy dura con el viejo aparato del partido. La imagen de la “troika” de los viejos discípulos de Pepe Blanco —Hernando, López, Sánchez— trabajando juntos de nuevo, expresa muy bien esta parábola de un PSOE que vuelve a su centralidad. La clave ha sido siempre la misma, que el Partido Socialista no tuviese un competidor sólido a su izquierda. Si se observa la trayectoria del Secretario se verá que su línea siempre ha sido la misma, reducir el espacio electoral de Unidas Podemos costase lo que costase. Los intentos de alianza con Ciudadanos y la convocatoria de nuevas elecciones se hicieron con este propósito. Solo cuando no quedaba otra posibilidad, se alió con una UP que ya no tenía la fuerza del pasado.
El Congreso del PSOE en realidad ha sido
una convención. Es típico de la forma-partido que progresivamente se va
imponiendo en Europa. Los viejos Congresos de las fuerzas de izquierdas van
desapareciendo, no hay debates de gestión, el programa político no es otra cosa
que un conjunto de eslóganes electorales y las viejas discusiones sobre los
estatutos desaparecen ante un liderazgo único, direcciones homogéneas y
laminación de las minorías. Asombra la falta de grandeza, la carencia de ideas
y la cruel monotonía en torno a un pensamiento único que sigue siendo
dominante; para decirlo más claro: ni imaginación y ni principios.
La referencia constante a la socialdemocracia nada dice. El tema da para mucho
y, desde luego, un debate en serio sobre qué significa aquí y ahora esa vieja
posición habría conseguido situar verdaderamente este Congreso más allá de
lugares comunes y de significantes vacíos.
Lo que parece haber de fondo, tanto en
el PSOE como en UP, es que después del COVID-19 se han acabado las políticas de
austeridad y que retorna un nuevo keynesianismo; es decir, que las políticas
reformistas en países como España tendrían el apoyo de la Unión Europea. Se
pone como ejemplo la Next Generation, los fondos de
recuperación. ¿Realmente la UE ha cambiado de política? No lo creo. Lo
que sí sabemos —la Comisión lo ha recalcado siempre que ha podido— es que estos
fondos son excepcionales y únicos y que las famosas cláusulas de Maastricht
están suspendidas temporalmente. Lo lógico sería que la izquierda europea y los
gobiernos del Sur de Europa estuviesen luchando en favor de una plataforma
común para cambiar estas reglas y realizar políticas realmente keynesianas más
allá de las palabras en vez de esperar a ver qué hace el próximo gobierno
alemán. La recuperación-milagro llega con dificultades, no solo con la amenaza
de inflación sino por el encarecimiento de materias primas, alimentos y energía
y, sobre todo, por la ruptura de las cadenas de valor que tienen que ver con
las múltiples fracturas de la globalización capitalista.
Pasado el Congreso del PSOE, garantizada su unidad esencial en torno a Sánchez, se han dado una serie de acontecimientos que amenazan con romper el gobierno de coalición y que han llevado a una crisis, una más, en Unidas Podemos. Me refiero a los acuerdos PSOE-PP para desbloquear algunas instituciones del Estado, la sustitución de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, como negociadora principal para la reforma laboral y la amenaza de querella criminal contra la presidenta del Congreso por no defender al diputado Alberto Rodríguez. Soy poco dado a las teorías de la conspiración. De que las hay, no tengo duda; simplemente creo que la política real no se puede explicar por ellas. La reafirmación del PSOE como la fuerza central del sistema político lleva implícito asegurar a los grandes poderes económicos que ciertas líneas rojas no se van a sobrepasar. No es casualidad que reforma de pensiones y del mercado laboral están especialmente vigiladas por la Comisión Europea y que son, además, rechazadas de una u otra forma por la gran patronal española.
La ministra Calviño no
lo es por casualidad. Sánchez buscó a alguien de confianza para saber siempre
los límites de sus políticas. Calviño representa en el gobierno de España a la
UE; que gane poder e influencia significa que las demandas de los poderes
económicos están siendo atendidas y que la Ministra de Economía va a cumplir
con su tarea enérgicamente. La unanimidad de las fuerzas políticas en favor de
la Unión Europea está siempre unida a la falta de información y a situar a esta
como un simple actor externo. El Reino de España no es un Estado soberano, está
obligado a negociar sus políticas con los órganos de la Unión y los
Presupuestos Generales del Estado deben ser aprobados previamente por la
Comisión. El comisario Gentiloni, que ha acudido en apoyo de la
ministra Calviño, lo ha dicho con toda la claridad: nuestro gobierno se ha
comprometido a determinadas políticas y si no las cumple, no recibirá los
fondos y será sometido a un expediente previo; así de simple.
La decisión de sustituir a la ministra
Yolanda Díaz como interlocutora básica en la negociación sobre la reforma
laboral es una medida muy pensada de Pedro Sánchez. Tiene que ver con dos
asuntos interrelacionados: la derogación —contenido y límites— de las
contrarreformas laborales del PP, que como es sabido tienen el rechazo frontal
de la patronal y, por otro lado, el excesivo protagonismo de una vicepresidenta
que se está convirtiendo en la gran esperanza de una parte significativa de la
izquierda y que, según Iván Redondo, puede terminar siendo posible
alternativa para presidir el gobierno de España. Se trata, no hace falta
subrayarlo, de un conflicto especialmente duro que expresa las nuevas y viejas
contradicciones entre el PSOE y UP, y, lo que es más significativo, en la
propia coalición. Como es fácil entrever, las dos cuestiones se comunican
ampliamente.
Sánchez juega fuerte. Una ruptura del
gobierno en este momento y por este motivo es difícil de explicar a la opinión
pública en general y a la izquierda en particular. Ir a elecciones sin
presupuestos y sin el maná europeo es, se tarde más o se tarde menos, darles la
victoria a las derechas. Luego se debe tratar de otra cosa: ¿cuál? Dirigir el
conflicto obligando a UP —y a los sindicatos— a una derogación débil de la
reforma laboral del PP y, de paso, erosionar a la ministra en alza; si, además,
se fractura Unidas Podemos, mucho mejor. Hipótesis del secretario
socialista: que la coalición de izquierdas (UP) no tiene el coraje moral ni la
fuerza política para poner en crisis al gobierno y, eventualmente, romper con
él.
Yolanda Díaz sabe que está ante un pulso
político crucial que llega antes de lo esperado. No puede ceder; entre otras
muchas razones, porque esta batalla es la preparatoria de la decisiva, las
pensiones. Si algo enseña la experiencia del movimiento obrero organizado es
que las batallas del Palacio se ganan fuera, es decir, acudiendo a la opinión
pública y negociando con luz y taquígrafos. La fuerza de una tribuna de la
plebe siempre fue el apoyo de la ciudadanía, de las clases y familias
trabajadoras; ser parte de ellas y nunca aislarse en territorios marcados por
los amigos de los poderosos. El conflicto solo está en sus comienzos. Nos
jugamos mucho.
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