Lazarillo
Barcelona acaba de rendir un público homenaje a la memoria de uno de los más notables poetas en lengua castellana. Antonio Machado residió en esa ciudad desde la primavera de 1938, después de haber vivido en Valencia y antes de iniciar con su anciana madre y sus hermanos el camino del exilio durante el invierno de ese año en guerra hacia la localidad francesa de Collioure, en donde falleció en febrero de 1939, "casi desnudo, como los hijos de la mar". Una placa recuerda desde ayer esa estancia en la calle que lleva su nombre en el distrito de Nou Barris, coincidiendo con la edición de un libro que contiene los últimos y muy interesantes artículos del poeta sevillano en el diario La Vanguardia, en los que su autor manifiesta su inquebrantable compromiso con el gobierno republicano y sus críticas a la política de no intervención nefastamente aplicadas por las amedrentadas democracias europeas. Celebramos que en medio de la turbamulta independentista, por fortuna en regresión y que tanto habría criticado don Antonio, una de las ciudades más cultas de España haya tenido esta consideración para quien defendió todas las culturas -entre ellas la catalana- como canales de comunicación y entendimiento, y no al revés. Machado tenía 62 años cuando llegó a Barcelona. Allí, en una palacio abandonado -según José Bergamín- lo visitó el poeta y escritor ruso Ilya Ehrenburg (1891-1967), que lo vio "tan viejo como la misma España". Su poesía no ha dejado de vivir desde que le dio voz.
DdA, XVII/4974
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