viernes, 10 de septiembre de 2021

UN SINVERGÜENZA CON TAXI

Valentín Martín

Hace unos años yo vi a dos taxistas de Madrid pegarse guantazos por un chino. El chino venía detrás de mi sobrina que a su vez venía de Suiza. Supongo que el chino vendría de China, o a saber, que entonces ya había muchos chinos que andaban por aquí y por todo el mundo. Quiero decir que los chinos no son de ahora, no los trajo Zapatero, no vayamos a cargar al leonés también con esa gloria.
He dicho que mi sobrina venía de Suiza. Como es rubia y piel de Otero, bien podrìa confundirla cualquiera con una suiza de esas que salen en la tele dentro de las historias alemanas que escribió Corín Tellado para las tardes tan dulzonas de los sábados y domingos. Demos gracias a Dios por haber convertido a Europa en un idilio donde los mismos se enamoran una y otra vez de las mismas, y las mismas de los mismos, y todos los finales acaban como Corín y el mismo Dios mandan.
Pues los dos taxistas de Madrid despreciaron a mi sobrina por el chino. De las palabras pasaron a los hechos. Natural. ¿ Quién no mata o se deja la vida por un chino? Porque un chino en Barajas para un taxista de Madrid supone el sueldo de un mes o más allá. Sabido es que los chinos no se quejan ni dan bulla aunque les hagan aprender el callejero de la ciudad desde un taxi.
Los taxistas de Madrid no tienen su leyenda negra sino su historia. Aquel alcalde nazi por el que Félix Maraña me pregunta a veces sentó a buena parte de ellos a su mesa. Hubo entonces licencias, adepciones y adicciones. Y de todo ese tinglado de posguerra nació un servicio que ellos prestaron: ser los ojos y los oídos de la brigada político social que custodiaba en la calle, la universidad, las fábricas, en todas partes, la sagrada doctrina que salvó a España.
Algunos policías tuvieron aún peor suerte que los huelebraguetas destinados a cazar homoxesuales en los urinarios públicos, los mismos apaleados que justifica un líder de un partido que no quiero ni nombrar. Para eso está la tele de la rubia tan afín.
Cuando un grupo de muchachos españoles fue cazado y destinado al castigo del supremo frío y del olvido nevado, no estuvieron solos con los carceleros que les meaban el desayuno. En una de las literas estaba también Gutiérrez prestando ese servicio a la patria. Todos los policías infiltrados olían a Gutiérrez, y el tufo de Gutiérrez les llegó a los disidentes al minuto. Qué manía con meter a un Gutiérrez hasta en los tanatorios antes de tiempo.
Bueno, que me voy al pasado sin remedio. Es lo que pasa cuando uno anda escaso de futuro.
La otra noche yo volvía en un taxi de ese pasado tan literario y tan lejano. El taxista era uno de ellos, de los mismos que hicieron de la delación un oficio compatible con el volante. Lo digo porque después de poner a caer de un burro a Pablo Iglesias y mandarle yo que se callase, enseguida vio en mí a un chino. Debe de ser por los tambaleos, los pasitos cortos, el aturdimiento de una ciudad que me empieza a ser extraña.
El caso es que me pasó lo mismo que a uno de mi pueblo cuando vino a Madrid por un asunto. Se ve que para los taxistas los de pueblo y los chinos somos lo que se dice un chollo. Pero no hablo sólo por los chinos, sí por los de mi pueblo. Tontos, no. Así que cuando mi paisano vio pasar dos veces el taxi por las puertas de un edificio, empezó a mosquearse. Y cuando el taxi pasó la tercera vez, se le acabó la fiesta al taxista. El final hay que suponerlo.
Pues cuando la otra noche yo abrí los ojos para ver si estaba en mi suburbio, me di cuenta de que estaba lejos. Saqué la poca mala hostia que me queda. Y cuando el taxista que había visto en mí a un chino llegó a la plaza donde juego a veces con mis nietos, la tarifa de la vuelta triplicaba a la del honrado taxista de la ida.
La tristeza de aprovechar las grietas chinas, viejas o maltrechas ya no hay dios que lo remedie. Dios. Hay más de 4.200 en el mundo, que yo sepa. ¿ Y no hay entre ellos al menos uno bueno?
Lo peor de todo es que este taxista ni siquiera olía a Gutiérrez.

DdA, XVII/4946

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