En presencia de su padre el dictador, el fundador de Falange fue el encargado de pronunciar el discurso en el hotel Ritz, después del exitoso estreno de La Lola se va a los puertos.
Félix Población
Una vez sabidos los derroteros
de la historia con dos de los protagonistas de la imagen que encabeza este artículo, el poeta republicano Antonio Machado -fallecido en el exilio al
poco de cruzar la frontera pirenaica en febrero de 1939-, y el fundador de
Falange Española José Antonio Primo de Rivera, fusilado en la prisión de
Alicante por el gobierno republicano por conspirar y apoyar a los militares
sublevados contra el gobierno del Frente Popular en julio de 1936, me ha
parecido interesante saber por qué a finales de 1929 compartieron instantánea
los hermanos Machado, el entonces presidente del Gobierno y dictador Miguel
Primo de Rivera y su hijo.
Todos visten de etiqueta -el
dictador se cubre con una capa española-, con ocasión del evento que tuvo lugar
el 26 de noviembre en el hotel Ritz de Madrid para celebrar el exitoso estreno
en el teatro Fontalba de la obra de ambos hermanos La Lola se fue a los puertos, con la actriz Lola Membrives y el
actor Ricardo Puga en los papeles principales. Se trata de libreto que tuvo
mayor repercusión en la escena de entre todos los escritos por ambos autores. Los
Machado aparecen en las fotografías fumando y hasta cierto punto resulta
extraño ver dibujada en el rostro de don Antonio una sonrisa una tanto pícara,
cuando tan circunspecto se nos muestra en la mayoría de las fotografías que se
le conocen.
Bien podría estar pensando el
autor de Campos de Castilla, siendo
foco mediático al lado de quien
recibió de su gran amigo Miguel de Unamuno las más acerbas críticas durante su
régimen, en la ironía de verse así, vestido de etiqueta y codo con codo con el
general y presidente del Gobierno Miguel Primo de Rivera, el mismo que le había
cesado a don Miguel como vicerrector de la Universidad de Salamanca y también desterrado a
la isla de Fuerteventura. Cuando don Antonio fue noticia junto al dictador en
los periódicos de Madrid, don Miguel residía probablemente en Hendaya, después
de haber vivido unos años en París, ciudad que lo recuerda desde 2018 con una lápida en su
memoria en el que fue su domicilio en la rue Lapérouse, cerca del Arco del
Triunfo.
Gracias a la documentación
facilitada por el entusiasta celo de Antonio Alvarez Machado al frente
la Revista Machadiana, sabemos que la función de La Lola se va a los puertos se estrenó el 8 de noviembre de
1929, en una etapa nada propicia a los éxitos, pues la inestabilidad
política amenazaba cada vez más al régimen impuesto en España con el permiso
del rey Alfonso XIII, a lo que se unía la sombría perspectiva de la crisis
económica en Nueva York, de la que desde octubre venían informando los
periódicos nacionales y que conduciría al poco a la Gran Depresión.
Esa época, sin embargo, tenía
un cariz muy distinto para los Machado, dadas las buenas y hasta
entusiastas críticas que cosechó el espectáculo basado en la citada comedia. La
historia es conocida: El amor
de un padre y de su hijo por una misma mujer, la Lola, es motivo para ensalzar la
figura de esta mujer en quien se encarna el símbolo del cante andaluz. Los
versos de los dos poetas dotan a un asunto tal elemental de una fuerza
indudable empapada en la tradición y muy arraigada en lo popular. Más que la de
Antonio es la de Manuel la inspiración que se percibe en la obra. En opinión
del biógrafo de los hermanos dramaturgos, Manuel Pérez Ferrero, La Lola se va a los Puertos es la “exaltación
de la Andalucía que canta y que llora, la expresión escenificada de un cantar
andaluz, hondo, emitido con el acento justo para conmover sin sensiblero
desbordamiento. La dignidad, la melancolía, el refinamiento, la filosofía, lo
popular y lo quintaesenciado, forman las esencias de esta obra que es en el
teatro de los dos poetas (...) una muestra impar de su talento".
Siguiendo con la sorpresa o
desconcierto mayor o menor que pueden haber causado las fotografías comentadas,
es de hacer notar también otra información que también puede parecer
imprevisible: que el organizador del acto de homenaje en el Ritz fue el
mismísimo hijo del dictador y que, como tal, también fue quien pronunció el
discurso en honor a los hermanos Machado. José Antonio Primo de Rivera calificó
el acto como fiesta de la cordialidad y sus palabras fueron interrumpidas
innumerables veces con grandes ovaciones. Se trataba de un homenaje “a dos
intelectuales henchidos de emoción humana, receptores y emisores de la gracia,
la alegría y la tristeza populares. Sentido estilo de intelectuales que
contrastó con el intelectual inhospitalario y frío, encerrado en su torre de
marfil, ajeno, insensible a las vibraciones del verdadero pueblo”. El periódico
concluía la información con estas palabras: El vino rubio de España sirvió para
brindar anoche por estos dos grandes poetas y dramaturgos. Salud”.
Resulta asimismo significativo
que el redactor de este mismo medio del dorado brindis anotó la presencia en el
homenaje de "la gran figura hispánica del general Sanjurjo" -según frase
literal-, el mismo que al cabo de algo más de dos años va a protagonizar el
primer intento de golpe militar contra la joven república española, que apenas
contaba año y pico de vida. La intentona acabó con la condena a muerte del
general, luego amnistiado por el gobierno de Lerroux y después huido a
Portugal, en disposición de preparar el golpe militar que se daría cuatro años
más tarde, en el que si no llegó a tomar parte activa no fue por falta de
ganas. Se lo impidió un extraño y tonto accidente aéreo en Cascais, el 20 de
julio de 1936, en el que el único fallecido fue el general felón cuando volaba de
Portugal a España.
Además del homenaje del hotel
Ritz, cuya repercusión mediática fue extraordinaria en aquel Madrid en el que
ya se podía percibir los vientos de un posible cambio de régimen, Antonio y
Manuel recibieron otro más en el vecino teatro Español, organizado esta vez por
los escritores, poetas y actores: Ricardo Calvo, Eduardo Marquina, Cristobal de
Castro, el duque de Arnalfi, Ángel Lázaro, Adela Calderón, Antonio Zazoya, etc.
La obra representada de los Machado fue en este caso Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel, a cargo de la
compañía María Guerrero/Fernando Díaz de Mendoza, con Ricardo Calvo y Adela
Calderón en los papeles protagonistas. El diario La Libertad dedicó toda una página al evento, bajo el titular La fiesta de los poetas, con una
exhaustiva crónica en la que se incluyen los poemas que los autores españoles
leyeron como homenaje a Manuel y Antonio Machado.
A propósito de la labor
desarrollada por ambos hermanos como dramaturgos sobre unas mismas obras
(aparte de las citadas se conocen Las
adelfas, La duquesa de Benamejí, El hombre que murió en la guerra, Juan de Mañara y La prima Fernanda), puede tener interés esta respuesta de Manuel a
un periodista cuando se les preguntó por su forma de trabajar: “No hay secreto.
Charlamos sobre la escena por hacer, y el que la ve mejor la escribe.
Luego, el otro se hace cargo de las cuartillas; quita y pone a su antojo, y se
las devuelve al primero. Es una colaboración tan batida que al final no sabemos
muchas veces cual es la de Antonio y cual la de Manuel. Por eso, no nos
sorprendemos cuando algún comentarista dice ver la mano de Manuel en una cosa
de Antonio o viceversa. Esta es una pequeña e inocente diversión que nos
proporciona el teatro”.
En ese mismo año de 1929 figura
como académico electo de la Real Academia de la Lengua Antonio Machado, que
cuatro años después se puso a preparar el discurso correspondiente que no
llegaría a leer nunca en la docta casa por
el estallido de la guerra y que sí encontró acogida en un acto popular
celebrado en la calle, en la primavera de 1979, al pie del edificio académico,
y al que tuve la oportunidad de asistir como informador. Participaron en el
mismo, entre otros escritores y poetas, José Manuel Caballero Bonald, Gabriel Celaya, Alicia Cid, Celso Emilio
Ferreiro, Ángel González, Lauro Olmo, Julio Rodríguez Puértolas y Julio Vélez,
y el texto de don Antonio empezaba así:
“No
soy humanista, ni filólogo, ni erudito. Ando muy flojo de latín, porque me lo
hizo aborrecer un mal maestro. Estudié el griego con amor, por ansia de leer a
Platón, pero tardíamente y, tal vez por ello con escaso aprovechamiento... Si
algo estudié con ahínco fue más de filosofía que de amena literatura. Y
confesaros he que, con excepción de algunos poetas, las bellas letras nunca me
apasionaron. Quiero deciros más: soy poco sensible a los primores de la forma,
a la pulcritud y pulidez del lenguaje, y a todo cuanto en literatura no se
recomienda por su contenido. Lo bien dicho sólo me seduce cuando dice algo
interesante. La palabra escrita me fatiga cuando no me recuerda la
espontaneidad de la palabra hablada. Amo a la naturaleza, y al arte sólo cuando
me la representa o evoca, y no siempre encontré la belleza allí donde
literalmente se guisa”.
Las
últimas palabras de discurso se refieren al silencio del genio, que calla,
termina, porque nada tiene que decir cuando el arte vuelve la espalda a la
naturaleza y a la vida, y los ingenios invaden el estadio y se entregan a toda
suerte de ejercicios superfluos.
*Artículo publicado hoy también en elsaltodiario.com
DdA, XVII/4958
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