viernes, 6 de agosto de 2021

LAS MEDALLAS, EL BARÓN DE COUBERTIN Y SAMARANCH

Paco Faraldo

El pobre Barón de Coubertin era un santo varón que inventó las modernas olimpiadas; un pedagogo humanista que soñaba alcanzar la fraternidad universal a través del deporte desinteresado y sanador. Hoy le atruenan los oídos en el túmulo cuando oye a la tribu de comentaristas berreando como poseídos cada vez que un atleta alcanza una medalla. ¡Medallas, medallas, medallas! ¡Oro, plata , bronce!
Al barón se le abren los huesos -ya que no las carnes- y recuerda el tiempo en que bajo el lema “lo importante no es ganar, sino participar” cientos de atletas desgarbados con calzones de media pierna y camisetas descoloridas, se partían los lomos sin tener en la cabeza otra cosa que hacerse famosos en su pueblo y demostrar que era posible dar un paso más tras el Fortius, Altius, Citius que presidía las citas olímpicas de la antigüedad.
Aún sufriría más el barón si hubiese tenido la mala fortuna de conocer al fascista Juan Antonio Samaranch, el corrupto amigo de Franco y del rey golfo residente en Abu Dabi, que le regaló el título de marqués y le entregó el premio Príncipe de Asturias del deporte. Samaranch era un camisa vieja que presidió el COI durante un largo periodo y durante su mandato rebajó el prestigio del olimpismo al nivel de las cloacas, tal como denunció la prensa internacional, sin que en su país quisiéramos enterarnos de la catadura del angelito ni durante el franquismo ni después de la muerte del dictador. Samaranch abrió las puertas de par en par a la entrada de los intereses comerciales, profesionalizó las olimpiadas traicionando sin pudor alguno el proyecto de Coubertin y vendió en su beneficio las sedes al mejor postor. Y lo hizo de tal modo que consiguíó que ni siquiera sea necesaria la presencia del público, como estamos viendo, para que el formidable negocio a que da lugar este evento siga produciendo enormes ganancias al haberlo convertido en un fenómeno publicitario de gran dimensión. Un chorro de oro, del cual, eso sí, se detrae una pequeña cantidad para fabricar las medallas.
Dentro de unas semanas ya pocos se acordarán de Sandra Sánchez, la del Kata, o de los nombres de otros deportes de cuya existencia no teníamos idea, pero que también tendrán derecho a medallas; algún atleta se volverá loco porque vuelve a casa sin oro, plata ni bronce. Y dentro de cuatro años volverá a abrirse el mercado.
Altius, Fortius, Citius.

DdA, XVII/4912

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