jueves, 19 de agosto de 2021

GARCÍA LORCA PODRÍA ESTAR ENTERRADO DONDE CREÓ LO QUE LE MANTIENE VIVO

Félix Población

Han pasado ya más de treinta años desde que Juan Antonio Bardem dirigió para TVE (1988) la magnífica serie documental en seis capítulos Lorca, muerte de un poeta, que estas noches atrás pudimos ver en dos sesiones en La Dos, coincidiendo con octogésimo quinto aniversario del asesinato de Federico. Habría sido mejor idea ofrecer la serie al menos en tres noches sucesivas, habida cuenta su duración total.

Al margen de esa biografía documental que nos da idea de lo mucho que degeneraron la series en TVE si se las compara con aquella, vuelve a ser noticia en los periódicos del verano el desconocido lugar en el que fueron enterrados el poeta, el maestro Dióscoro Galindo y los dos banderilleros que fueron asesinadoS en Granada el 18 de agosto de 1936. La nieta adoptiva del maestro ha vuelto a llevar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo la negativa de nuestro país de investigar la muerte de su abuelo, de cuyos restos nada se sabe.

En cuanto a los de García Lorca, es bien sabido que la familia del poeta se negó en su día a que se realizara esa búsqueda, algo que nunca entendí ni entenderé, sobre todo si se tiene en cuenta que la de Lorca era una familia poderosa en Granada que sí logró desenterrar los restos mortales del alcalde de Granada, Manuel Fernández Montesinos, igualmente fusilado por las tropas facciosas.

Basándose en eso, el investigador Benjamín Amo, que lleva veinte años estudiando el caso, sostiene en su documental El enigma Lorca (Rebelión editorial), que el cadáver del poeta fue desenterrado por su familia para ser inhumado después en su querida Huerta de San Vicente, la finca de verano a la que acudía el poeta cada año y en la que se encontraba cuando se produjo el golpe militar contra el gobierno del Frente Popular de la segunda República.

Según expone Amo en su documental sonoro de tres horas de duración, no es comprensible que si en esos atroces días de represión en Granada la familia del marido de la hermana de García Lorca logró desenterrar los restos mortales del alcalde fusilado, no fuera posible hacer lo propio con los de Federico e inhumarlos posiblemente allí donde quizá lo hubiera preferido este.

Cuando visité la Huerta de San Vicente hace un par de años no dejé de pensar en lo que apunta Benjamín Amo. Puede que sus huesos se hayan afincado para siempre allí donde tanto quiso a los suyos y creó buena parte de sus mejores obras, aquellas que hacen que siga vivo en la memoria de la literatura universal y su muerte sea uno de las mayores ignominias de aquel régimen de terror impuesto por los militares sublevados.


PS. "Mientras no podamos resolver esta situación, nunca se podrá estudiar la historia de España como realmente fue", dice en conversación con InfoLibre la nieta de Dióscoro Galindo, quien lucha en solitario por localizar la fosa de su abuelo, un maestro liberal. 


MANTENERSE ERGUIDOS SI EL ALBA 

ANUNCIABA PAREDÓN Y PLOMO

     Leticia Gondi


Ni todos los billetes sin vuelta del gran éxodo republicano. Ni esa paz ausente, fratricida, de hermanos enfilando a hermanos.
Ni los niños, que dejaron a sus madres con la sal en los ojos y la leche en los senos. Las canicas en los agujeros de sus bolsos descosidos y aquel perro en saeta persiguiendo al camión por el camino.
Tener que sajarse los labios, tragarse la rabia, apretar los puños.
Partirse el lomo.
Mantenerse erguido si el alba anunciaba paredón y plomo.
Ni los recién paridos, robados por las sor a las parias sin dote, padre, ni marido, ni los muertos de los olivos, ni siquiera los de las cunetas. Abre las piernas puta, de cara a la reja. Y el pelo trasquilado como a las ovejas.
Ni el expolio de nuestros pazos, ni los pozos donde acabaron los fugados como zafra de cantera.
El catre ahíto de piojos. La Gandula, las falanges de los dedos rotos, el garrote, y ese machismo enquistado hasta la médula de esta piel de toro zaino.
Ni la escuela de un solo Padre, vara de betula y dos escaleras.
Ni los cuervos, ni los grises, ni aquel crudo y largo invierno sin primavera.
El canto ahogado de las muchachas de mirada baja y trenzas francesas.
El campo yermo y el curso seco de las acequias.
Los cargos de honor para los criminales, el paso espetado de los señoritos, la puerta grande de los elegidos por ese Dios vertical, inquebrantable ante el oprobio de los marcados, de los vencidos.
Las banderas, siempre las banderas.
Ni la censura, ni la cartilla que racionaba el pan y el tocino.
Ni los pueblos de plazas anegadas, de campanarios combativos y ríos agostados sin peces, artes, ni rujío.
Ni el monte sembrado de minas.
Ni ese frío en blanco y negro, morderse la lengua materna, la cara al sol, el hueso al puchero, la polio, el hambre, ni el silencio obligado, ni la fe impuesta.
Lo peor de todo, fue no poder hacer nada mientras se llevaban a nuestros poetas. La cultura, la libertad, nuestra máxima riqueza.
El cálamo del libro no empezado de tantos, tantos, tantos literatos arrojados bajo tierra o exiliados lejos de esta.

Tienes razón, nací una vez muerto el tirano. Pero a mí, no lo olvides, también me los robaron.


     DdA, XVII/4926     
 

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