miércoles, 14 de julio de 2021

YOLANDA DÍAZ: SUS FORMAS SON EL FONDO, PELEA POR EL PAN Y POR LAS ROSAS

Raúl Solís

Yolanda Díaz acaba de tomar posesión como vicepresidenta segunda del Gobierno de España. Se asoma a las escalinatas de Moncloa y posa para la prensa. Posa feliz, radiante, sonriente, tierna. Agarra su maletín como si fuera el primer día de colegio y, a la vez, como si ya estuviera graduada. Sabe dónde está, qué representa y a quién se debe, pero no necesita disfrazarse de nada. Viste un vestido vaporoso azul y peina un moño elegantísimo que permite que su sonrisa sea más visible y luminosa. Sus formas son el fondo.

Yolanda Díaz, a quien no se le conoce una voz más alta que otra en público pero que negocia con firmeza en la intimidad, transmite la ternura que debería transmitir la izquierda que tiene en el bien común el centro de su ideario, pero que, con más frecuencia de lo habitual, comunica con enfado, anteponiendo los noes a los síes y  con un lenguaje, modos y ademanes bruscos que asustan incluso a los propios castigados del capitalismo.

La líder política más amable, la que es capaz de conjugar amabilidad en las formas y determinación en el fondo, es la ministra mejor valorada por los españoles, según el CIS, y por delante incluso del presidente del Gobierno. En tiempos de bulos, noticias falsas, insultos y liderazgos hiperbólicos, la revolución es una mujer que sonríe cuando habla, hija de un trabajador gallego metalúrgico, cuyo horizonte de referencia es el Atlántico, que dice que su principal hobby es su hija Carmela y que recomienda literatura y teatro en  redes sociales, espacio convertido en la antítesis de la belleza.

Habla bien de sus rivales políticos, de antiguos compañeros de Unidas Podemos que marcharon a formar nuevos proyectos y se ha marcado como objetivo el ensanchamiento de un espacio político que está llamado a transformar España si logra reconciliarse, aprender de los errores cometidos y poner la vida real de la gente por delante de maximalismos épicos.

Yolanda Díaz es una mujer militante, con largo historial en las friegas partidistas, pero no habla como si fuera militante; echó los dientes en un proyecto político que se quedó fuera del Parlamento gallego en muchísimas ocasiones, pero habla con un lenguaje que convoca a las mayorías; creció en la lucha antifranquista, pero su mensaje es de color y no en blanco negro; está vinculada a Comisiones Obreras, pero ha sido capaz de firmar acuerdos múltiples también con la patronal. No hace falta que repita a diario que es feminista porque su sola presencia desmonta todos los cánones patriarcales de la representación del poder político.

Seguramente esté cansada, sus colaboradores más habituales confirman que lo está porque trabaja muchísimas horas, pero no transmite martirio, que es la forma que tienen de sentirse importantes muchos líderes políticos que parece que están en primera línea por obligación o castigo. Yolanda Díaz no sólo es que sea una gran ministra, es que transmite felicidad por serlo.

Lleva poco más de año y medio en el Gobierno de España, pero pisa los pasillos institucionales como si llevara toda la vida. Transmite presidenciabilidad en cantidades industriales, pero sin olvidarse de quién pasa la aspiradora en las alfombras de Moncloa, del Congreso o del Ministerio de Trabajo. Yolanda Díaz queda igual de fina en un reportaje del Mundo Obrero que en el Vanity Fair. Transmite lo más complicado que puede transmitir un líder político: dulzura por fuera y firmeza por dentro. Nadie duda cuando la escucha a quién defiende y en qué lado está de la vida, pero ni actúa ni se cree una llamada a la revolución, sino una ficha más en el hilo histórico de los hombres y mujeres que han puesto el cuerpo para defender el derecho a la felicidad de los de abajo.

Pelea por el pan y también por las rosas y lanza besos al aire en la calle cuando los ciudadanos la interpelan con cariño, como Evita, la musa de los humildes de Argentina que construyó para los trabajadores casas adosadas con jardín, como en las que vivía la oligarquía agraria que la odiaba, porque defendía para los descamisados lo mismo que tenían los privilegiados. Yolanda Díaz conecta con las clases medias y populares porque no promete un camino evangélico de sacrificios, sino que ofrece el derecho de la gente trabajadora a aspirar por el derecho a la misma comodidad que disfrutan los de arriba.

Va a construir su propio espacio político de forma discreta y conciliadora, donde quepan todos y no sobre nadie que deba estar, y mientras deshoja con cadencia narrativa la margarita de si aspirará a ser la primera mujer presidenta de España. Yolanda Díaz es elegante, amable, tierna, trabajadora y sosegada, pero además de todo eso, y quizás lo más importante, tiene en su cabeza y corazón un proyecto transformador que convoca a mucha más gente de las que ya están convencidas de la tarea de modernizar España. Yolanda quiere ganar, no tener razón, por eso huye de las polémicas absurdas que sólo son útiles para la caricatura y no resuelven los problemas de la vida real. La principal rival de la derecha y también del PSOE es la mujer que más sonríe y más bajito habla. No lo puedo evitar, soy yolandista.

La última hora  DdA, XVII/4893

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