Félix Población
Se dice que desde
la Edad Media el caballo fue el modelo de juguete preferido por los niños, dada
la importancia que tenía en ese tiempo ser jinete. El juguete no pasaba de ser
un palo al que se le encajaba la cabeza de madera pintada de un caballo. Fue en
el siglo XV cuando se empezaron a trabajar los primeros caballitos de cuerpo
entero, sostenidos en una plataforma con ruedas.
De ahí se pasó a
los caballos balancines, ya en el siglo XVII, y a un juguete de acabado más
realista en el siglo siguiente, con la incrustación de ojos de cristal y la
aplicación de pelo auténtico de caballo para las crines y el rabo. Fue en el
XIX cuando se prodigó la fabricación de los caballitos de cartón piedra que
llegaría hasta los años de la primera niñez de algunos, mediada la pasada
centuria.
No recuerdo, sin
embargo, haber visto en mi ya lejana infancia un caballo de cartón piedra tan
alto de cruz como el de la fotografía, de la que no conocemos fecha, si bien
podría datar de los años cuarenta o cincuenta, según apunta el rótulo
publicitario que advertimos por detrás de la imagen. Sorprende el juguete no
solo por sus grandes dimensiones sino por su ubicación en un céntrico lugar de
la ciudad.
Por la indumentaria de las dos mujeres y la niña que aparecen en la imagen, el hecho ocurre en verano y se sitúa en La Escalerona, uno de los enclaves emblemáticos de la bahía de San Lorenzo. Es muy posible que a requerimiento de la pequeña amazona, montada a la mujeriega -no cabía otra en pleno nacional-catolicismo-, las dos mujeres accedieran al capricho de la niña, encantada de mostrar su magnífico juguete en uno de los lugares de paso más transitados.
Por sus
dimensiones, cuando lo habitual era que no pasaran del medio metro, no era esa
una pieza al alcance de todos los bolsillos en esos años -cuando tantas cosas
estaban lejos de los bolsillos-, por lo que bien pudiera desear la chica hacer
una cierta ostentación de su cabalgadura. Aunque lo más probable es que,
puestos a desear, lo que la pequeña hubiese apetecido fuera galopar por el
arenal húmedo de San Lorenzo y adentrarse en las olas. No era cualquier cosa un
caballo de cartón piedra de esa hechura para ponerse a soñar, cuando casi
cualquier cosa valía entonces para eso, por las muchas de las que se carecía
para vivir.
El archivo de la
memoria ha querido que esa fotografía sobreviviera al tiempo y nos mostrara, tanto
tiempo después, un fondo urbano de los pocos que han permanecido inalterables
en la ciudad. Sigue entre nosotros, después de haberse librado repetidamente de
la piqueta, el edificio del llamado Martillo de Capua, cuya arquitectura
ecléctica de fines del XIX -obra de Mariano Morín- mantiene en pie un retazo
del Gijón decimonónico, cuando los caballos de cartón tenían su coetánea correspondencia
con la habitual andadura de las caballerías que surcaban el callejero de la ciudad.
Como quien esto
escribe, habrá entre quienes lo lean muchas miradas que no habrán perdido de
vista, allá en el fondo de lo vivido, el estacionamiento de las xarrés por los
años cincuenta en el entorno del Mercado o Plaza del Sur, como la llamaban nuestras
madres. El olor del orín y los excrementos de los caballos se mezclaba con el
de los productos hortícolas traídos desde las vecinas aldeas del concejo. Aquel
abigarrado estacionamiento de vehículos de tracción sangre también sintonizaba en
sus postrimerías con los caballos de cartón piedra de un tiempo que algunos
tenemos ya al borde del olvido.
MiGIJÓN.COM DdA, XVII/4888
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