Félix Población
Puede que entre los melómanos más entregados a su pasión por la escucha musical haya algunos comparables a la de Sirio, asomado sin paredes a la escucha del bosque, pero han se de ser una minoría los que puedan competir en concentración con la de este gato en su primera mañana de libre albedrío.
Los sonidos perceptibles son los de las gallinas en el vecino huerto, los de un par de urracas en el tejado de la casa vecina, el de los mirlos sobre los castaños que me dan sombra, la conversación lejana de unos lugareños al cruzarse en el Camino Real, el trino de los pinzones en la fronda más distante que se adentra en una pequeña hondonada con pomaradas, el vuelo de las moscas y alguna que otra abeja de los panales próximos, el sonido propio de las teclas del ordenador, el de algún vehículo al pasar por la carretera que serpea por las montañas.
Sirio está delante de mí tal como se observa en la imagen, embebido en el paisaje como si supiera que está ante un espectáculo singularmente atrayente y provisional del que no quisiera perder ni un solo detalle, visual o sonoro. Ahora mismo, las urracas muestran un cierto furor en su grajeo ante la presencia del felino al pie de un viejo castaño en el que posiblemente tengan su nido.
Hasta más allá del mediodía no se despejará la niebla, que cada mañana empaña los bosques de hayas, robles, castaños y abedules. Que te sorprenda el sol entre esos árboles, algunos de ellos centenarios, es como despertar a la más honda y trascendente luz de la vida, tal como nos ocurrió ayer, de camino a uno de los poblados de la gran presa en donde fueron enterrados no pocos trabajadores forzados de la dictadura, según versión de quienes lo escucharon de sus mayores, esa memoria oral de la que hoy carecemos.
Salvo esas, hay muy pocas referencias a esa memoria. No la encontramos tampoco en la sinopsis que el organismo Parque Histórico de Navia hace en el mural expuesto en el ruinoso poblado de A Paicega del embalse de Grandas de Salime, en donde residieron durante un decenio una parte de los miles obreros (más de 3.000) que trabajaron en la construcción de la imponente presa. Lo más vistoso y mejor conservado en su abandono es la iglesia, que algunas guías de montaña ignoran, si bien apuntan que el poblado llegó a contar con policía propia.
De modo reiterado, las voces descendientes de la memoria oral -esa que nadie escuchó en su día- insisten cuando preguntas en que entre el cemento quedaron para siempre los cadáveres de algunos de los presidiarios del régimen franquista, procedentes en su mayor parte de Andalucía, como ocurrió en la construcción de otras obras hidráulicas durante la posguerra.
DdA, XVII/4900
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