jueves, 15 de julio de 2021

LIBERTAD DE DIFAMAR: ESTAMOS ACRIBILLADOS POR LIBELOS

 


UN VASO MEDIO VACÍO DE VINO ES TAMBIÉN UNO MEDIO LLENO, PERO UNA MENTIRA A MEDIAS, DE NINGÚN MODO ES UNA MEDIA VERDAD.” JEAN COCTEAU

Alberto Vila

La transformación que los soportes digitales vienen imponiendo principalmente a la prensa escrita parece no inmutar a los medios de la opinión minoritaria españoles. Su manipulación de la Agenda Setting, o repertorio de temas a publicar, roza la indecencia. La casi inexistente cobertura de la crisis colombiana, en favor de destacar las protestas cubanas, o de los casos de corrupción vinculados a corporaciones mediáticas, sugieren que la primera víctima de la información que se difunde en la España de hoy es la verdad. Estamos acribillados por libelos. Se confunde libertad de expresión con la pura difamación.

El término “libelo”, adquirió con el tiempo el sentido de una acusación. Sin embargo, luego predominó la práctica de la acusación escandalosa e incluso de la mentira en la difusión de las diatribas. Actualmente, en concreto a partir del siglo XIX, debe entenderse por libelo un escrito principal y esencialmente difamatorio, que es frecuentemente calumnioso. Ese es el territorio de las usinas de Fakes. Generalmente en circuitos digitales. Coordinados con otros medios como programas de televisión y radio. Se alienta así la propagación de difamaciones con propósito de lesionar la imagen y dignidad de los mencionados en esos mensajes. En muchos casos forman parte de operaciones de Lawfare. Véase el Caso del Informe PISA.

A medida que los periódicos tomaron partido en los asuntos políticos, los libelos se incorporaron a las polémicas periodísticas, reales o ficticias que, en tiempos de conflictivos, son parciales, poco veraces y, tanto o más injuriosas que los puros libelos.

El arte de difamar y de insinuar maliciosamente surgió entonces, ya desde los tiempos más tempranos del periodismo, como una profesión bien pagada. Eran plumas bien consideradas, y generalmente protegidas por la espada del matón, y por el poder y la influencia del poderoso sea este aristócrata, clérigo, industrial o comerciante. Nada ha cambiado. Por el contrario, se ha institucionalizado. Los fondos que reciben estas usinas de propaganda son cuantiosos. Nadie parece sorprenderse de ello.

El libelo cambió de nombre a lo largo del tiempo. Este cambio fue en parte moderando la intensidad de la calumnia y el anonimato, para transformarse en el panfleto. En este punto nos acercamos a nuestro tiempo.

También debemos reconocer que no toda la opinión publicada minoritaria es un libelo. Sin embargo, la mayor parte de los editores que eligen esta modalidad de exabrupto, suelen ser minoritarios. Pero no están solos. Todos los practicantes de la postverdad que se adhieren al panfleto. Son amarillistas.

Este modo del panfleto suele tener una intención crítica y difamatoria, siendo su estilo mordaz y por lo general polémico. La principal finalidad de este modo periodístico, con tono agresivo y frontal, consiste en difundir una idea, punto de vista o crítica, destinada a alguien a quién se quiere deslegitimar. Estas características hacen que sea utilizado para hacer propaganda política o condenar las acciones de los opositores.

A lo largo de la historia los libelos y panfletos, frecuentemente fueron perseguidos por la ley. No obstante, como respondían a satisfacer los más abyectos deseos de las facciones en pugna, los encargados de regular su difusión se enfrentaron a la impotencia cuando la opinión pública les apoyaba. Los lectores aceptan las difamaciones sin pruebas siempre que tiendan a destruir la honorabilidad de sus víctimas. Nada cambió.

La caída en picado de las audiencias de los presuntos programas informativos de la Sexta, emisora del Grupo Atresmedia, sugieren que los públicos están reaccionando. Porque a pesar de la enorme difusión que le proporcionan, son una opinión minoritaria, que solo atiende a los intereses de los privilegios del statu quo.

La última hora DdA, XVII/4895

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