Laura Casielles
Hace justo un siglo, en julio de 1921, España vivía un momento que iba a
cambiar en muchos sentidos el curso de su historia. Ocurría, como muchas veces
los puntos de giro, en la periferia, fuera de foco. En una guerra que hasta
aquel momento apenas si salía en las noticias: la que se libraba en el norte de
Marruecos, donde aquel verano la pretendida metrópolis iba a sufrir la mayor
derrota militar de su historia. Fue lo que aún hoy se llama “desastre” de
Annual, en una muestra casi inconsciente de que nuestro país no ha hecho los
deberes en lo que se refiere a revisar su historia colonial –como también en el
caso de 1898, a lo que se llama “desastre” es al momento en el que un país
colonizado se levanta contra la metrópolis y tiene éxito–. En España,
lo colonial forma parte de un silencio que se entreteje con muchos otros: los
que tocan a la guerra civil, la dictadura y la democracia. Una caja negra
de la memoria que solo ha sido abierta muy tímidamente, por más que sus
consecuencias lleguen hasta nuestros días.
La colonización del norte de Marruecos comenzó a mediados del siglo XIX,
cuando “un grupo de militares españoles empiezan a articular un discurso que
pronto se hará muy popular, según el cual España tiene en ‘África’ (referido a
Argelia y, sobre todo, Marruecos) unos ‘derechos históricos y geográficos’ que
la dotarían de una mayor legitimidad colonial que cualquier otra potencia
europea”, según explica la investigadora Itzea Goikolea-Amiano, especialista en
historia, cultura y política del Marruecos colonial. Se trata de una curiosa
retórica que permitirá blanquear la colonización con la idea de una “hermandad”
que se remite a la historia de Alándalus, convenientemente mitificada.
Y que contrasta con que, en realidad, la mayor constante de esa colonización,
al menos en su primera etapa, fue la guerra. La llamada “guerra del Rif”, que
durará más de 15 años, es solo la última de las que vivió la zona, en un
proceso de casi 70 años al que la administración española se refería sin
embargo con el eufemismo de “pacificación”. Eran guerras de pobres contra
pobres: solo iban a luchar a Marruecos quienes no podían pagar para evitarlo.
En general, la opinión pública española no era particularmente favorable a
aquel conflicto que se veía como fuente de más gastos que alegrías.
Pero entre conflicto y conflicto, las conferencias internacionales blindaron el control de España sobre el territorio. En 1912 se estableció un “protectorado” –otro eufemismo– en la zona, pero España no lo firmó directamente con el Sultán, sino con Francia, a la que correspondía la zona sur del país. Es decir, que en tanto potencia administradora, nuestro país siempre fue subsidiario de su vecino del norte. También cuando, 44 años más tarde, se firmasen la independencia y sus acuerdos.
El intento español de controlar el territorio no quedaba sin respuesta. En
el Rif se producía una contestación que siempre se ha vestido de guerra santa,
pero que tenía mucho más que ver con una resistencia al expolio de las minas de
la zona. España respondía a esas revueltas con la ayuda de los llamados “moros
amigos”, élites locales que mejoraban su posición gracias a sus acuerdos con la
administración colonial. El que sería el gran héroe rifeño de Annual,
Abdelkrim El Jatabi, procedía de una de estas familias de “moros pensionados”,
pero a principios de los años 20 cambió de bando para llevar a cabo una
decisiva labor de organización de la guerrilla.
Frente a esa política de atracción, había también sectores dentro de la
administración y el Ejército españoles que pedían más guerra. Esta opción
tomará fuerza sobre todo a partir de 1920, cuando se puso al frente de la
Comandancia General de Melilla a Manuel Fernández Silvestre. Bajo su mando, se
abandonó la actitud defensiva y se comenzó a intentar avanzar para ganar nuevas
posiciones en la zona de Annual.
María Rosa de Madariaga –autora de libros como España y el Rif. Crónica
de una historia casi olvidada o En el barranco del lobo: Las
guerras de Marruecos– destaca las precarias condiciones de las tropas que
sufrían las consecuencias de aquella decisión: “La defensa de los recintos era
endeble, casi siempre de sacos terreros y alambradas. En lo que respecta a la
tropa, la instrucción de los reclutas era muy deficiente, de solo un mes.
Muchos no sabían tirar y algunos ni cargar el fusil”.
Todo empezó a recrudecerse en junio de 1921, cuando el puesto español de
Igueriben cayó bajo el asedio de las harcas –las formaciones de guerrilla de
las tribus rifeñas– lideradas por Abdelkrim. La situación se fue complicando
progresivamente para los españoles por el desabastecimiento de víveres y agua.
Pero el momento que más presagió lo que iba a venir fue quizá la batalla de
Abarrán, ya a principios de julio, que los españoles perdieron por algo que
parecía esperable: las “tropas indígenas” abandonaron por primera vez
de manera masiva sus puestos para pasarse al lado de sus compatriotas.
De Madariaga cuenta que fue un incidente más bien anecdótico el que marcó
un giro en los acontecimientos. El 20 de julio había concentrados en Annual,
según sus cálculos, unos 5000 soldados españoles–. Según el relato de esta
historiadora, Fernández Silvestre decidió abandonar la posición por un aviso de
ataque que podría haber sido una exageración: “No había ni mucho menos miles de
harqueños que avanzaban sobre Annual, sino un nutrido grupo de rifeños que, por
haber celebrado una reunión aquella madrugada, se dirigían a relevar las
guardias más tarde que de costumbre”. El caso es que “cuando se dio la orden de
salida, las unidades salieron del campamento en precipitada fuga”.
El relato que transmite De Madariaga es todo lo contrario a la épica: una
huida movida por el pánico, en la que muchos oficiales dejaron atrás a sus
tropas, que escapaban encontrando a su paso cada vez más posiciones abandonadas,
en un camino de salida encajonado. Los refuerzos llegados de la Península
tampoco fueron capaces de cambiar la situación, por más que incluyeran a Millán
Astray desfilando por Melilla al mando de la Legión. El 10 de agosto los
rifeños ocuparon la última posición de la zona. El territorio conquistado en 12
años se había perdido en 21 días.
En las dos orillas
No se sabe con seguridad qué ocurrió con el general Silvestre: desaparecido en la desbandada, hay quien sostiene que se suicidó y quien sostiene que cayó abatido en combate. Otra cosa que no se sabe con seguridad es cuántas personas murieron en aquellas semanas. Para María Rosa de Madariaga, la cifra puede oscilar entre 8.000 y 10.000 soldados españoles, aunque “cabe preguntarse si los que figuraban en sus puestos solo lo estaban en el papel, pero no lo estaban físicamente en el momento de los hechos”. Según explica, “hubo unidades que marchaban al mando de un sargento porque a sus capitanes o tenientes los habían perdido de vista. [Otros] se arrancaban las estrellas y los emblemas para no ser reconocidos como oficiales”. En todos esos detalles se ha venido jugando a lo largo del siglo otra batalla: la del honor.
Si hasta aquel momento las crónicas de la guerra de Marruecos pasaban
bastante desapercibidas frente a urgencias más imperiosas como la subida del
precio del pan, a partir de aquel momento se convirtieron en el tema estrella.
Ante el estupor de la opinión pública por la debacle, comenzaron a florecer
los discursos en los que la salvaguarda del orgullo patrio iba de la
mano con la demonización del “moro”, presentado por la prensa como enemigo
sanguinario a través de relatos y fotografías.
La derrota en Marruecos había causado una fuerte crisis política en España.
Alfonso XIII encargó a Antonio Maura un gobierno de concentración nacional, una
de cuyas primeras acciones fue abrir una investigación sobre lo ocurrido: el
llamado Expediente Picasso, un voluminoso documento que se presentará
en el Congreso en otoño de 1922, revelando un inmenso cúmulo de errores
militares y políticos que no hicieron sino aumentar la tensión. Menos de un año
más tarde, el general Primo de Rivera aprovechaba la inestabilidad para dar un
golpe de Estado.
Para Bernabé López García, experto en historia del Magreb que ha trabajado
particularmente las relaciones hispanomarroquíes, “Annual reveló todo lo
absurdo y corrupto que encerraba la guerra rifeña. La búsqueda de
responsabilidades llegó tan arriba, que estuvo a punto de salpicar al trono y
de ahí el golpe de Primo de Rivera con todo lo que ello supuso. Todo el
africanismo militar que aquella guerra encerraba trajo nuestra guerra civil y
la segunda y larga dictadura. Y si me apuras, Vox y el voxismo”. También María
Rosa de Madariaga traza una línea de filiación entre aquellos hechos y lo que
vendría luego: el deseo de revancha que se alimentó tras aquella derrota
“contribuyó a fortalecer el poder de los elementos más cerriles y ultramontanos
del Ejército, particularmente los jefes y oficiales de las fuerzas de choque,
que serían la punta de lanza de Franco”.
En cuanto a la otra orilla, los acontecimientos también tuvieron
consecuencias. En septiembre de 1921, Abdelkrim reunió a las distintas tribus y
proclamó la República del Rif, que logró mantener su independencia hasta 1926.
El profesor e investigador Mohamed Daoudi señala la ambivalencia que esto
supone para Marruecos: aunque se reconoce la importancia de la victoria de
Annual en términos de lucha anticolonial, es problemático destacar en exceso la
figura de Abdelkrim, un icono para la identidad colectiva rifeña.
“Tanto los colonizados, el Rif, como los colonizadores, España, siguen
siendo marginales en la historiografía marroquí hegemónica y el discurso
político. Por eso asuntos como la brutalidad de la guerra química solo
salen a la luz en momentos de tensión entre ambos países. El Estado marroquí
normalmente se desentiende y de manera oficiosa fomenta (o tolera) que las ONG
e investigadores saquen el tema contra España cuando la situación política es
tensa”, explica Daoudi. Un juego interesado que dificulta, a su entender,
cualquier posible conversación en términos de reparaciones.
En cuanto a España, un siglo más tarde solo la derecha más recalcitrante
parece querer recordar lo que ocurrió en Annual. Y lo hace desde la perspectiva
de recuperar algo así como un honor perdido: restaurar la memoria de los
mártires, esclarecer el número de muertos –españoles, por supuesto– y rendirles
homenaje. Como mucho, se proponen cierres simbólicos en clave de equidistancia,
como cuando el ministro de Asuntos Exteriores, UE y Cooperación, Josep Borrell,
invitaba hace unos meses a que la efeméride sirviera para iniciar con Marruecos
un proceso de “cerrar heridas de unos y de otros” que tuviera en cuenta “los
daños que se generaron las dos partes”.
Para Itzea Goikolea-Amiano, uno de los problemas para abordar esta historia
es que nos ha llegado sobre todo a través del relato militar: una
mirada centrada en las “hazañas” y anclada en la mirada colonial que continúa
repitiéndose de manera acrítica. “En algunos reportajes sobre el centenario de
Annual que he tenido la ocasión de leer se han repetido ideas coloniales como
que los habitantes de la zona del Protectorado eran salvajes y, sobre todo
referido al Rif, que vivían en un territorio sin ley ni gobierno. También he
visto que en eventos específicos se ha aprovechado la ocasión para reforzar un
sentido de “respetabilidad” del ejército. Es lamentable que no se haga una
revisión, ¡hace un siglo de Annual!”.
Pero ese siglo no ha disipado los fantasmas, e incluso ha alimentado otros,
como el conflicto del Sáhara Occidental –también de raíz colonial– que constituye
una bisagra clave de las relaciones entre España y Marruecos. Los
acontecimientos recientes en Ceuta y Melilla ponen de manifiesto la pervivencia
de un imaginario que se apoya en “la imagen negativa construida de un sur
asociado a violencia, a guerra, a muertes y sufrimientos inútiles de soldados
que algunos transforman en gestas heroicas y episodios de honor y orgullo”, en
palabras de Bernabé López García.
Y también aquello que, según recuerda este profesor, escribió Manuel Azaña
en 1923: “Lo que se ventila en nuestro problema marroquí es la subsistencia o
la caducidad de los valores creados hace siglos por los dueños de España, que
administran su historia. Ciego estará (ciego de soberbia), quien no advierta
que los moros influyen en España mucho más que los españoles influimos en
Marruecos”. Recordar el centenario de Annual no es una cuestión de heroísmos o
mitologías nacionales. Se trata, simplemente, de encajar una pieza que suele
faltar en un puzle cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días.
La Marea DdA, XVII/4905
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