jueves, 24 de junio de 2021

PRIMER CIELO VESPERTINO DEL VERANO



Lazarillo

Primer cielo vespertino del verano en tierras del viejo reino de León. En la imagen apenas se pueden advertir en la línea del horizonte las montañas de la Sierra de Gredos y las aspas blancas de los molinos de viento, porque lo que se pretendía resaltar es esa caprichosa estampación de las nubes aquietadas  poco antes del ocaso, después de unos días de tormentas cotidianas. Ahí queda por si algún artista tiene a bien darles curso en su paleta. Hace ya muchos años, este Lazarillo paseaba el cochecito de su hija por los caminos de la meseta al abrazo de esos cielos, en la esperanza de que su ojos se empaparan de esa referencia y pudiesen al cabo del tiempo ser más diestros que los míos en la perspicacia cromática. Aprovecho la oportunidad que me brinda ese primer cielo del verano nuevo para resaltar que aquellas excursiones a cielo abierto, en la primavera inicial de mi niña, puede que hayan dejado en ella esa saludable y admirable capacidad de discernir  muchos más colores que los que yo puedo distinguir. Quizá por eso también compone música y canta. A veces, si la tarde invitaba a ello por lo estimulante de su luz y horizontes, yo le cantaba el poema La monja gitana que Federico García Lorca dedicó a José Moreno Villa y que llevo en el almario de la memoria desde la lejana adolescencia, como ella lleva otros para que den luz a su camino:

Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como un oso panza arriba.
¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh, qué llanura empinada
con veinte soles arriba!
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.


DdA, XVII/4885

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