jueves, 10 de junio de 2021

EMMANUEL CARRÈRE Y EL GÉNERO DEL YO

Víctor Guillot

Al Premio Princesa de Asturias de las letras lo han galardonado con un Carrère que en poco más de una década se ha convertido en el referente literario de eso que ha venido en llamarse la autoficción. Tengo que reconocer que a mí, el Carrère que más me gusta es el anterior a El adversario o Limonov, cuando era capaz de hacer de un simple bigote una novela surrealista, poderosamente kafkiana, a un tiempo terrorífica y divertida.

Con el premio, el jurado está reconociendo al género del yo que extiende su soberanía sobre la memoria sentimental, la crónica, la novela o el reportaje. Cuando la vida escrita entra en conflicto con la vida real, siempre gana la vida escrita. Este diario, que habla de los demás cada día irreverentemente, en realidad, siempre habla de uno mismo, convertido en género literario de sí.

Cuando Vila-Matas comenzó a sonar en las librerías, la autoficción en España empezó a ganar prestigio entre la crítica y los académicos. Pero la literatura del yo era tan vieja como modernos son los ensayos de Montaigne, que siempre indagó en su propia vida para darnos a conocer la verdad que se oculta en todos los demás, desde entonces hasta hoy. Autoficción es En busca del Tiempo perdido de Proust, que necesita contarse a sí mismo, expresarse a través de toda esa burguesía decadente y toda esa aristocracia marchita, consiguiendo que todo eso sea literatura de sí, artística, melódica y sorprendente en cada línea.

Semprún también fue un gran escritor de su propia existencia. Me lo confesó en una ocasión. Para que el exterminio en los campos de concentración fuera realmente creíble, no bastaba con redactar un testimonio. Fue necesario inyectar el veneno de la literatura para que el lector tomara verdadera conciencia del significado del genocidio nazi. Otra vez ganaba la literatura sobre la vida real, que es vulgar como una redacción funcionarial, si no se le inocula una verdad íntima y subjetiva capaz de deslumbrar.

Mi amado Henry Miller ha sido otra clave de la autoficción. Probablemente, el escritor que más se nutrió de los sentidos, con permiso de Proust, para contarnos lo que se habla, lo que se oye, lo que se ve, lo que se paga, lo que se debe, lo que se escribe, come y folla y así en este plan. Miller impregnaba a aquella realidad sucia de París un lirismo de corte surrealista que nos ha llegado hasta hoy a través de la generación beat, con BurroughsKeruak Robert Stone.

Antes que Vila-Matas y Semprún, y podríamos seguir citando más ejemplos, querido y desocupado lector, la autoficción en España ha sido el territorio de Francisco Umbral, aunque Umbral, que escribió siempre contra la crítica ortodoxa y la academia, habría dicho que llamarlo autoficción es, por lo menos, de mal gusto. Como ya se habrá dado cuenta, después de 80 columnas de lunes a viernes, uno aprendió a leer y a escribir con Umbral y lo tengo tan metido en el ADN que me resulta imposible despegarme de él sin sentir que me están arrancando la piel. Mortal y Rosa, Trilogía de MadridLos helechos arborescentes, cada diario y cada ensayo son, en realidad, un juego del yo, en el que se juzga su presente, nuestra historia, nuestra vida y nuestro dolor.

Se observa, tranquilamente, que Francia desde Montaigne hasta Carrère, antes que un género propio, ha cultivado la rosa mortal de un yo perenne que necesariamente filtraba la realidad para poder aprehenderla y comprenderla mejor. Todos ellos vivieron la vida para contarla. No hay mejor manigua literaria que una realidad rota y desencantada de uno mismo. Ay.

miGijón DdA, XVII/4872

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