sábado, 12 de junio de 2021

EL HUMANISMO COMO ADJETIVO O COMO SUSTANTIVO


 Octavio Colis

En la teoría teísta de la existencia e historia de las cosas, la Naturaleza (territorio local) y el Cosmos (mapa general) son sólo el campo de acción de la raza humana, como afirmaba el Génesis y sostiene todavía hoy el Humanismo sustantivizado en tendencia política. Pero Naturaleza y Cosmos son anteriores a la humanidad y seguirán existiendo cuando la raza humana se extinga, a pesar de que en el Apocalipsis se predice que sucumbirán y desaparecerán juntas. Con ello, Génesis y Apocalipsis establecen el principio teísta de subordinación de la Naturaleza y el Cosmos, con su vida mineral, vegetal y animal, al destino de la humanidad. Pero mientras que el teísmo mantiene la idea de que tras este mundo material habrá otro de pervivencia eterna para la raza humana en un lugar espiritual con su Paraíso, Purgatorio e Infierno dantescos, frente a esto el ecologismo posmarxista advierte (más o menos sólo hace un cuarto de hora) de la capacidad de la raza humana de cambiar las condiciones propicias del territorio local, la Naturaleza, para con ella misma y hacer inhabitable el único mundo posible para la vida material de la especie.

El humanismo y el inhumanismo como adjetivos que indicaban moralmente lo que era propio o impropio de la actuación humana, aparecieron antes en la razón discursiva de la raza que el humanismo como sustantivo, que viene a ser una forma predeterminada de actitud bondadosa positiva de un tipo de actuación sociopolítica concreta, cuya característica más notable es la ausencia de concreción del lugar político que ocupa, porque tratando de situarse siempre en el centro mismo de la razón y razones tanto de los explotadores como de los explotados está con unos y con otros, según convenga, según convenga a los humanistas, que son muy cuánticos.

El humanismo como adjetivo vino a aparecer con el concepto griego de la filantropía, una especie de generosidad optativa que no influye en las leyes, sino en la actuación privada de las personas; y también se instruyó en la “paideia” o reglamentación del proceso de aleccionamiento de los niños en los valores cívicos (no éticos en sí) que interesan a la sociedad productiva. Por lo que el concepto contiene una heterogeneidad incalificable, porque enseguida entraron en su uso los valores religiosos y culturales más diversos y clasistas y, sobre todo, los valores dominantes. De manera que el humanismo sólo podían y pueden ejercerlo las clases explotadoras sobre las explotadas, como una actividad conmiserativa y privada del rico hacia el pobre, pero sin tocar las leyes, el humanismo sólo concierne al ser individualmente.

Y por bajar de la nube teórica al ejemplo: “Por humanismo” Amancio Ortega, el rico epulón, regala bienes sociales de uso hospitalario mientras explota en los países pobres a los que trabajan en sus empresas manufacturando sus productos. Y mucha gente pobre lo aplaude (la servidumbre voluntaria), incluso dicen amarle los lázaros por su generosidad tan humana; porque el humanismo entendido como generalmente se entiende por epulones y lázaros se aplica a actos aislados, no pertenece a una ética del comportamiento general, sino casual (y generalmente muy contradictoria). Pablo Escobar podría ser otro ejemplo de humanista cuando regalaba a manos llenas a los pobres el producto de lo que les vendía a los ricos en perico. Así, el humanismo se aplica también a la actitud caritativa (hipócrita), o incluso al cuidado de la naturaleza y los animales de empresas como Repsol (también se ha unido al ecologismo humanista, al menos en su publicidad) pero no de las leyes que debieran tratar eso, sino dentro de los códigos de conducta personales y circunstanciales, tanto empresariales como sindicales. En el humanismo entra todo, es un cajón de sastre filosófico que viene muy bien a la retórica política, porque no propone nada que no sea optativo o contingente. Kant desarrolló una teoría propositiva del humanismo ético ilustrado a modo de guía para las clases dirigentes que, por supuesto, no influyó sino en la filosofía, pero no en la práctica social y política. Nietzsche trató de resignificar el concepto humanista volviendo atrás en la exploración del conocimiento del sujeto, pero cuanto más entra en el concepto humanidad más se aleja del humanismo.

También el humanismo entró en el arte y la literatura, Goethe a pesar de su indudable inteligencia (dentro de lo que es posible en la raza humana) trató de humanizar el sentimiento, el pathos griego, elevándolo hacia el humanismo perfecto que sólo se consigue a través de “la gracia” divina. Esa es su conclusión en obras como Ifigenia en Táuride, que pervierte la idea de Eurípides en Infigenia en Áulide; o Fausto, una reunión tan humanista como imposible entre el clasicismo moral y el Romanticismo amoral. Otra cosa es la belleza estética que el humanismo, y Goethe, suelen utilizar muy contradictoriamente.

Hay un cierto humanismo también en la poesía, como en el poema de Unamuno que ayer publicaba aquí Lluís de La Encina; poema que me repele, pero sólo porque como a Krahe, Jesús me produce repelús.

Cuando alguien se declara humanista sencillo (sabiendo lo que dice, como en el caso de Unamuno), o humanista trascendente (sabiendo lo que dice, como en el caso de Goethe) yo los veo como si fueran el gato del experimento mental paradójico de Schrödinger. Y me parece que ellos dos, como toda persona humanista, también se sienten así, entre vivos y muertos.

        DdA, XVII/4874        

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