Octavio Colis
En la teoría teísta de la existencia e
historia de las cosas, la Naturaleza (territorio local) y el Cosmos (mapa
general) son sólo el campo de acción de la raza humana, como afirmaba el
Génesis y sostiene todavía hoy el Humanismo sustantivizado en tendencia
política. Pero Naturaleza y Cosmos son anteriores a la humanidad y seguirán
existiendo cuando la raza humana se extinga, a pesar de que en el Apocalipsis
se predice que sucumbirán y desaparecerán juntas. Con ello, Génesis y
Apocalipsis establecen el principio teísta de subordinación de la Naturaleza y
el Cosmos, con su vida mineral, vegetal y animal, al destino de la humanidad.
Pero mientras que el teísmo mantiene la idea de que tras este mundo material
habrá otro de pervivencia eterna para la raza humana en un lugar espiritual con
su Paraíso, Purgatorio e Infierno dantescos, frente a esto el ecologismo
posmarxista advierte (más o menos sólo hace un cuarto de hora) de la capacidad
de la raza humana de cambiar las condiciones propicias del territorio local, la
Naturaleza, para con ella misma y hacer inhabitable el único mundo posible para
la vida material de la especie.
El humanismo y el inhumanismo como
adjetivos que indicaban moralmente lo que era propio o impropio de la actuación
humana, aparecieron antes en la razón discursiva de la raza que el humanismo
como sustantivo, que viene a ser una forma predeterminada de actitud bondadosa
positiva de un tipo de actuación sociopolítica concreta, cuya característica
más notable es la ausencia de concreción del lugar político que ocupa, porque
tratando de situarse siempre en el centro mismo de la razón y razones tanto de
los explotadores como de los explotados está con unos y con otros, según
convenga, según convenga a los humanistas, que son muy cuánticos.
El humanismo como adjetivo vino a
aparecer con el concepto griego de la filantropía, una especie de generosidad
optativa que no influye en las leyes, sino en la actuación privada de las
personas; y también se instruyó en la “paideia” o reglamentación del proceso de
aleccionamiento de los niños en los valores cívicos (no éticos en sí) que
interesan a la sociedad productiva. Por lo que el concepto contiene una
heterogeneidad incalificable, porque enseguida entraron en su uso los valores
religiosos y culturales más diversos y clasistas y, sobre todo, los valores
dominantes. De manera que el humanismo sólo podían y pueden ejercerlo las
clases explotadoras sobre las explotadas, como una actividad conmiserativa y
privada del rico hacia el pobre, pero sin tocar las leyes, el humanismo sólo
concierne al ser individualmente.
Y por bajar de la nube teórica al
ejemplo: “Por humanismo” Amancio Ortega, el rico epulón, regala bienes sociales
de uso hospitalario mientras explota en los países pobres a los que trabajan en
sus empresas manufacturando sus productos. Y mucha gente pobre lo aplaude (la
servidumbre voluntaria), incluso dicen amarle los lázaros por su generosidad
tan humana; porque el humanismo entendido como generalmente se entiende por
epulones y lázaros se aplica a actos aislados, no pertenece a una ética del
comportamiento general, sino casual (y generalmente muy contradictoria). Pablo
Escobar podría ser otro ejemplo de humanista cuando regalaba a manos llenas a
los pobres el producto de lo que les vendía a los ricos en perico. Así, el
humanismo se aplica también a la actitud caritativa (hipócrita), o incluso al
cuidado de la naturaleza y los animales de empresas como Repsol (también se ha
unido al ecologismo humanista, al menos en su publicidad) pero no de las leyes que
debieran tratar eso, sino dentro de los códigos de conducta personales y
circunstanciales, tanto empresariales como sindicales. En el humanismo entra
todo, es un cajón de sastre filosófico que viene muy bien a la retórica
política, porque no propone nada que no sea optativo o contingente. Kant
desarrolló una teoría propositiva del humanismo ético ilustrado a modo de guía
para las clases dirigentes que, por supuesto, no influyó sino en la filosofía,
pero no en la práctica social y política. Nietzsche trató de resignificar el
concepto humanista volviendo atrás en la exploración del conocimiento del
sujeto, pero cuanto más entra en el concepto humanidad más se aleja del
humanismo.
También el humanismo entró en el arte y
la literatura, Goethe a pesar de su indudable inteligencia (dentro de lo que es
posible en la raza humana) trató de humanizar el sentimiento, el pathos griego,
elevándolo hacia el humanismo perfecto que sólo se consigue a través de “la
gracia” divina. Esa es su conclusión en obras como Ifigenia en Táuride, que
pervierte la idea de Eurípides en Infigenia en Áulide; o Fausto, una reunión
tan humanista como imposible entre el clasicismo moral y el Romanticismo
amoral. Otra cosa es la belleza estética que el humanismo, y Goethe, suelen
utilizar muy contradictoriamente.
Hay un cierto humanismo también en la
poesía, como en el poema de Unamuno que ayer publicaba aquí Lluís de La Encina;
poema que me repele, pero sólo porque como a Krahe, Jesús me produce repelús.
Cuando alguien se declara humanista
sencillo (sabiendo lo que dice, como en el caso de Unamuno), o humanista
trascendente (sabiendo lo que dice, como en el caso de Goethe) yo los veo como
si fueran el gato del experimento mental paradójico de Schrödinger. Y me parece
que ellos dos, como toda persona humanista, también se sienten así, entre vivos
y muertos.
DdA, XVII/4874
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