martes, 22 de junio de 2021

CHURCHILL NO FUE UN EXCELENTE HOMBRE DE ESTADO

Vicente Bernaldo de Quirós

Hay opiniones interesadas que se repiten tantas veces que casi se convierten en una verdad histórica y es necesario en muchas ocasiones, cuando el ruido de las subjetividades es demasiado elevado, que precisamos alzar también la voz para poner de relieve que un tópico no es un elemento axiomático, sino que es simplemente un punto de vista que puede compartirse o no, pero que no lleva a la verdad absoluta.
Este es el caso de la biografía de Winston Churchill, el que fue primer ministro británico en tiempos de la II Guerra Mundial (y después a principios de los años cincuenta) y que está catalogado por muchas personas, sobre todo conservadoras, como un verdadero estadista y uno de los mejores políticos del siglo XX. Niego la mayor.
A mi personalmente, Winston Churchill no me parece un hombre de Estado ni mucho menos y su trayectoria está jalonada por grandes fracasos y, sobre todo por no saber adelantarse tácticamente a episodios que podrían ser muy trascendentales para el futuro de su nación y de la Europa en la que vivía.
Vayamos por partes. Churchill, que nada más que Hitler llegó al poder, denunció su carácter amenazante por sus grandes inversiones militaristas, pretendió apaciguar a la bestia cuando en la guerra que siguió al golpe de Estado de los franquistas, lideró, junto al francés Leon Blum la nefasta política de no intervención para salvar a la democracia española, dejando que los alemanes y los italianos pertrechasen de equipamientos militares a los fascistas españoles y lograran inclinar la balanza de la guerra a su lado.
Si eso fue solo un error de Churchill o una metedura de pata pensando que Hitler se iba a desgastar, fue una verdadera calamidad para el socialista francés, que además era judío y que imposibilitó que la ayuda a la República erosionase la figura del Reich y que la victoria de las tropas leales a la legitimidad española pudiera frenar el ímpetu expansivo del dictador alemán. Si Francia y Gran Bretaña no hubieran mantenido una actitud inhibicioncita, a lo mejor gran número de judíos no sufrirían el Holocausto. Primer gran error.
Se considera que Churchill fue el motor de la campaña británica en la Segunda Guerra Mundial y hasta el propio primer ministro británico temió por la derrota como consecuencia de los fracasos de las tropas de Su Graciosa Majestad en Noruega, Grecia, Singapur y Birmania, por ejemplo. Estrategas miliares de reputado prestigio apuntan a que si Rusia no hubiera avanzado hasta Berlín y los Estados Unidos no hubieran invadido Sicilia, quizá los soldados de Churchill recibirían una sonora derrota. O sea que salvo la popular frase de ¡Sangre, sudor y lagrimas', con la que prometió sacrificios a sus compatriotas, pocas cosas le sirvieron as Churchill para hacerse un hueco entre los estadistas.
Los británicos le hicieron pagar sus errores en las urnas y nada más acabar la Segunda Guerra Mundial le apearon del número 10 de Downg Street colocando en su lugar al laborista Clement Atlee, ya que sus compatriotas le consideraron culpable de muchos males de su país y su participación en la conferencia de Yalta fue considerada por los historiadores como un fracaso, porque tanto Stalin en el caso de Polonia, como Roosvelt le doblaron el brazo en varias ocasiones.
O sea que, queridos amigos, la historia de un estadista se puede inventar sobre hechos anecdóticos o de marketing, pero un verdadero hombre de Estado, independientemente de que sea cruel o magnánimo, no puede tener tantos desaciertos. Espero que no me vuelvan a intentar convencer de que aquel político británico que fumaba puros y que hizo infeliz a su descendencia, fue un excelente hombre de Estado. Corte de mangas con doble salto mortal.

DdA, XVII/4883

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