Félix Población
Es inimaginable que en Alemania ocurriera con Joseph Goebels, jefe del ministerio del Reich para la
ilustración pública y propaganda, lo que acaba de ocurrir en Madrid con el
general felón José Millán Astray, jefe de prensa y propaganda de Franco durante
la guerra de 1936. Claro que en el Madrid actual es también donde una parlamentaria
de un partido de extrema derecha que gobernará en la Puerta del Sol presumió de
estampa ante un monumento vandalizado por la extrema derecha que representa a
una víctima de los campos de exterminio nazis (Francisco Largo
Caballero).
El
Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM), alegando que no está probada la
participación de Millán Astray en el golpe militar del 18 de julio
de 1936, ha dictaminado que su nombre permanezca en una calle del
barrio de Carabanchel y no sea sustituido por el de Avenida de la Inteligencia
que le había otorgado la alcaldía de Manuela Carmena hace años, en homenaje a
la defensa que hizo de la inteligencia Miguel de Unamuno cuando escuchó en el paraninfo
de la Universidad de Salamanca “¡Muera la intelectualidad y viva la muerte!”,
según escribió don Miguel en El
resentimiento trágico de la vida.
Algunos
jueces de ese tribunal, los suficientes, han pasado por alto que Millán Astray
fue el fundador de la Legión, cuyo comportamiento durante la guerra fue
brutalmente represivo. Con este militar al mando, según el escritor Arturo
Barea, “cuando atacaba el batallón del Tercio de la Legión, no reconocía
límites a su venganza”. Con la Legión en primera línea de la llamada
“columna de la muerte” desde Cádiz a Madrid, Millán Astray combatió a los
rojos con la misma fiereza que si fueran los rifeños africanos, en
palabras del historiador Francisco Espinosa.
Para
el TSJM, sin embargo, como ese general se unió a las tropas golpistas pasada la
fecha del 18 de julio, no tiene delito el haberlo hecho luego, sumándose al
proceso delictivo. Tampoco lo tiene el haber sido no solo el mayor panegirista
del dictador sino el de aquella sublevación que comportó una atroz represión
durante el conflicto armado y después en la posguerra. Tal como señala el
historiador Antonio Cazorla, de la Trent University de Ontario, el general al
que se le vuelve a honrar en el callejero madrileño jugó un papel esencial en
la difusión de la mensajería del odio, directamente importada de la propaganda nazi
y fascista, y hoy regurgitada por
ciertas redes sociales en alza.
Así
dictan justicia algunos jueces españoles, posiblemente muchos más de los que
cabría esperar y desear después de cuarenta años. En el próximo gobierno de la
Puerta del Sol se celebrará sin duda que el fundador de la Legión y propagandista
del odio suba otra vez al callejero madrileño y que la Avenida de la
Inteligencia acabe en los trasteros municipales. El hecho ocurre muchos años después
de la defensa que hizo de la inteligencia en el paraninfo de Salamanca Miguel
de Unamuno.
Por
su arrojo intelectual, don Miguel fue destituido como rector y sometido a un
arresto domiciliario que acabó en una extraña muerte dos meses después, sobre
la que Luis García Jambrina y Manuel Menchón han arrojado algunas luces para
dudar al menos de la versión oficial dada por los sublevados y nunca
cuestionada hasta ahora (La doble muerte
de Miguel de Unamuno). Enterrado con honras falangistas, a Unamuno se le
condenó a una segunda muerte simbólica, en la que no faltó como última
ignominia la de poner a un campo de concentración el nombre del escritor vasco.
Los jueces del
TSJM le acaban de dar a Unamuno en Madrid una tercera muerte. Es lo que se
desprende del cambio de nombre de esa calle de Carabanchel.
*Artículo publicado en La última hora.
DdA, XVII/4848
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