martes, 25 de mayo de 2021

LA CULPA FUE DEL TABACO


Valentín Martín

Javier Villán y Félix Población se echaron al monte hace muchos años para cazar escritores. Pero no a la manera de los bucaneros del Partido Popular, esa banda de hijos de Franco que se negaba a que los viejos escribiéramos. Cuando unos mozos monolíticos de mollera tienen miedo a los ancianos es que andan sobrados de correaje y escasos de coraje. La cosa se medio arregló cuando Sánchez dio un golpe de Estado según mi médico gastroenterólogo que se lo ha oído a Teodoro (los médicos gastroenterólogos le tiene fe a Teodoro) y llegó al gobierno, que no al poder. Sánchez abolió enseguida nuestro contubernio de abuelos pero no pudo hacerlo con efectos retroactivos. Y ahí tenemos a los herederos de Forges o Javier Reverte cargados con las antiguas deudas del ideólogo Montoro, qué Cristóbal más secuaz.

Lo que Javier Villán y Félix Población hicieron fue ir recorriendo escritores durante dos años por toda España para aprenderlos y luego contarlos. Tengo que decir que algo parecido ya lo había hecho yo. No cuando me fui de casa a respirar durante años las Españas, la Europa que luego se convirtió en madrastra, aquellos días de literatura y comunismo en Berlín Oriental, el compadreo con el campesinado de Crimea, o las dulzuras de la Francia sureña y la felicidad Toscana donde me compré una casa para que el día que me llamaran a morir, pudiera morir en casa. Me refiero a antes, cuando el poeta talaverano Rafael Morales escribía las críticas de los libros y yo vagabundeaba entrevistas con sus autores.

A mí no me sorprendió el viaje a la literatura de Javier Villán y Félix Población porque ya se les veía el plumero: estábamos ante varias pasiones donde sacaba la cabeza la literatura. Porque ellos son amplios de sensibilidad y cabeza y con la esgrima de Sugar Ray Leonard.
A Javier Villán siempre le han tirado mucho los toros y el teatro. No tienen nada que ve, pero vivir en libertad y dejarse vivir es eso: un misterio. Yo nunca he entendido qué lazos puede haber entre Eurípides y Gitanillo de Triana, pero es que tampoco alcancé a saber dónde se equivocó la paloma de Alberti.
En el periódico había un crítico de toros que era un poeta mediocre. Como la mayoría de los críticos de toros son sobrecogedores y esto se nota en el barroquismo de su prosa al contar una corrida, al poeta mediocre se le iba la mano siempre. No importaba que Manuel Alcántara le diese algún que otro toque:
-Mira a ver, que te estás pasando y se nota ya demasiado.
El poeta mediocre y crítico de toros tenía organizada su intendencia como los antiguos cristianos perseguidos por Nerón. Las catacumbas del poeta mediocre y crítico de toros eran el conserje. Los apoderados llegaban con el sobre, se lo entregaban al conserje, decían: para don Fulano. Y se iban corriendo.
Los conserjes no son tontos. Y éste, que además por las mañanas era dependiente del Galerías Preciados de Pepín Fernández, menos. Así que empezó a abrir sobres y a cerrarlos. Y entre la apertura y la cerradura se quedaba con la mitad del dinero. Cuando el poeta mediocre y crítico de toros vio que no le salían las cuentas, protestó a los apoderados:
- Que esto no es lo acordado.
- Que sí.
- Que no.
Y al final el asesino no era el mayordomo sino el conserje. Y cuando el poeta mediocre y crítico de toros fue a protestarle, se encontró con una contra que para sí la querría el mejor parlamentario al enfrentarse a Rufián.
- Usted verá, señor poeta. O seguimos con el negocio a medias o tiro de la manta y se le acaba el menú.
Y así fue cómo el poeta mediocre y crítico de toros tuvo que agachar la lírica y formar parte de un trío.
El teatro no funciona así, está limpio. Sí, porque nada que ver esta historia como las que viví cuando yo dirigía otro periódico. Si algunas actrices jóvenes iban a estrenar, entraban por la noche en mi despacho.
- Que ya sabes que estreno.
- Ya, pero no puedo ir, trabajo.
- No, si a mí me da igual que vayas o no. Quien quiero que vaya es Antonio Valencia para hacerme una crítica.
Antonio Valencia escribía como Dios las crónicas deportivas y las críticas de teatro. De hecho una buena crítica de Antonio Valencia podía suponer el triunfo y una temporada larga para la obra en Madrid y provincias. Y con una mala crítica de Antonio Valencia, se acababa la función. Con Antonio Valencia escribiendo crónicas de fútbol aprendieron español muchos turcos. Lo digo para las señoritas que desprecian el periodismo deportivo como un género chico. Yo he sido el peor periodista deportivo de la historia de este país. Y lo explico casi tan bien como Fernando Simón. Una vez fui a hacer la crónica de un partido que jugaba el Panionos griego contra el Atlético de Madrid. Los griegos eran malos pero con mala leche también. Porque el Atleti tenía la buena tradición de dejar entrar gratis a los inválidos que estaban en sillas de ruedas. Los colocaba en una esquinita. Y lo griegos no iban hacia la portería del Atleti sino a disparar contra los inválidos. De vez en cuando uno caía al césped desde el cochecito. Yo me cebé en escribir sobre esta actividad de la raza humana de maltratar a los más débiles. Pero por la noche, cuando el director leyó la crónica, me dijo:
-Me ha gustado mucho. Pero ahora dime quién ha ganado y quién ha perdido.
Dice Félix Población que yo fui su primer redactor jefe. Que me recuerda siempre en aquel despacho, entre montañas de papeles. Puede ser, he dicho muchas veces que muy pronto en mi vida fue tarde. Y que yo sí sé cuándo se me jodió el Perú y no Vargas Llosa: cuando tuve que regresar de los viajes y quedarme a vivir entre responsabilidades. Porque un redactor jefe era el internista del hospital: sobre él aterrizaban todos los diagnósticos de todas las secciones. Y tenías que leer hasta la última línea, para que no se escapase el gazapo de la jefa de sucesos que tituló:
- Chocan dos trenes en pleno vuelo.
Y luego estaba el arbitrar los problemas de horarios. En el periódico trabajaba una chica del Opus. Y se pasaba el tiempo hablando con Pilar Urbano. Cada vez que ocurría algo o sin pasar nada, Pilar Urbano al aparato.
-¿Y qué opina de esto El Padre?
El Padre era el cura Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus, que reclamó ser Marqués de Peralta y se lo concedieron, y luego le hicieron santo porque no había ni que pedirlo. Se entraba a trabajar a las 4 de la tarde, por aquellos tiempos estaba muy mal visto que un periodista se levantase antes de mediodía. Pero esta chica del Opus nunca entraba a trabajar hasta las cinco. Un día su jefa se me quejó y yo tuve que calmarla. - Mujer, que padece del riñón y tiene que reposar una horita después de comer.
- ¡Qué riñón ni riñón, mucho Opus pero esta lo que tiene bien organizados son los polvos de 4 a 5!
Enfrente de mi despacho estaba el de la patrulla de reporteros formada por Rosa Montero, Lalo Azcona, Luis Otero y Malén Aznárez. Los cuatro tuvieron luego un espléndido futuro. Rosa era jovencísima. Y dentro de esa coalición de ideas que iban del Opus al Partido Comunista, existían las clases sociales. Las hijas de los padres de la patria vestían a la última moda, con esas faldas largas que llegaban a los tobillos anteponiéndose a Mocedades. Rosa, la hija del banderillero, usaba vaqueros de caja baja. Y cuando se inclinaba sobre una mesa, pasaba lo que pasaba.
-¡Qué escándalo, qué mal gusto! Si se le ve hasta la raja del culo.
Decía la solterona y todopoderosa secretaria que tenía muy mal carácter desde que la dejó el novio como le pasó a Nati Mistral con Tony Leblanc. Hace poco, le dije a Félix Población que había hecho un recorrido mental por todo el periódico, desde los servicios, pasillo adelante hasta el final. Y que me había entrado la angustia de comprobar que más de la mitad están muertos. Y me acordé también de que justo en los servicios me encontré una noche con Girón de Velasco. Aquel joven falangista que quiso expropiar la tierra y nacionalizar la banca se había convertido en un terrateniente con muchos millones en el banco. Girón me pidió que le sujetase la cayá mientras meaba. Le respondí que yo era el hijo del aperador de Anguas pero no un mamporrero. Creo que me expuse a un Gironazo. Pero con el tiempo nadie estuvo a salvo. Hubo noches en que se presentaba Mariano Sánchez Covisa con seis bigardos de los Guerrilleros de Cristo Rey a pedir cuentas al director.
Y días malditos, como aquel en que murió un niño. Dos años de amor, creo, y se fue el hijo pequeñín de un fotógrafo, uno de los nuestros. Recuerdo como una herida crónica ese instante en que el fornido fotógrafo jefe el padre cogió el cadáver del niño en los brazos, lo sacó del hospital, atravesó el patio, y lo depositó al otro lado mientras iban cayendo una a una las 24 horas legales hasta que el niño muerto entrase en la sepultura del cementerio. Y en ese corto viaje, el pelo rubio del niño se movió como si estuviese vivo. Era el último viento. Y cómo la madre suplicaba un minuto más, sólo un minuto más para estar con el hijo que ya estaba en otra parte o en ninguna, quién sabe.
Escribo todo esto para que ustedes conozcan la atmósfera de la vida en que pasó buena parte de la suya el excelente escritor Félix Población. No sé por qué a mí Félix Población me pareció siempre un señor de Palencia, cuando quien ya había escrito " Parábolas palentinas" era Villán. Debe de ser por su saber estar ante la vida, frente a tanta perdulería que nos salió al camino. Le nacieron en Valencia donde la dictadura desterró a su padre. Pero quizás sea asturiano, qué más da, él es de todas partes. Se ha pasado media vida investigando y escribiendo sobre la memoria histórica. Varios libros quedan para quien quiera saber. Ahora nos deja este libro de cuentos “La risa de vivir y otros cuentos sin cuento”. Lo ha escrito para su padre y para su hija, con prólogo de Félix Maraña que le entiende muy bien. En el libro hay señales de ese buen escritor que no ha querido evitar la memoria para que no sea más una piedra sedienta sino un universo con nombres, pueblos y cosas.
Debo decir también, para evitar rincones de frío y de moho, que Félix Población es mi amigo. Y como tal, me atrevo a afirmar que Félix Población recibió la última bendición para dedicarse a este oficio cuando Tabacalera Española le premió con un millón de pesetas por escribir tres folios sobre el tabaco. Tres folios, un millón.
Y libre de impuestos, Montoro, te jodes.

DdA, XVII/4857

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