Félix Población
Creo que fue por los primeros años setenta del
pasado siglo cuando algún zopenco con mando en plaza tuvo la malhadada idea de
eliminar la vieja cúpula del que se conoce como edificio Varsovia, uno de los
que se salvaron de aquel tsunami urbanístico que acabó con buena parte del
patrimonio arquitectónico de Gijón en la década desarrollista de los años sesenta
y siguientes.
Como no residía en ese tiempo en la histórica
villa, no tengo referencias de que semejante castración arquitectónica fuera
motivo de polémica o resistencia. Parece ser que el personal andaba muy ocupado
por entonces en sacarle motes despectivos a la excelente y dramática estatua de
la Madre del Emigrante, obra de Ramón Muriedas, o en contabilizar el número de
plantas de los nuevos edificios en alza y comparanza con el de la Torre de
Bunkunión, el primero y más cimero de todos, merecedor de una esmirriada falla
en el solar cercano de la Plaza de los Mártires de la Cruzada Nacional, Plaza
del Humedal a partir de 1980.
Desde los setenta hasta 2006 estuvo decapitada la
cubierta de ese edificio, al que la cúpula otorgaba la culminación de una
belleza de planta y singularidad incuestionables. Fue en 2006 cuando alguien
con sensibilidad para advertir semejante chapuza emprendió una meritoria y
minuciosa labor de recuperación del Varsovia, llevada adelante por el equipo
del arquitecto Fernando Martín Ibáñez.
Este edificio es una obra más del arquitecto
Manuel del Busto, del que se conocen otras construcciones no menos admirables
en Gijón y Asturias, y representa lo que él mismo dio en llamar renacimiento
moderno. Se trata, según leo, de una obra bisagra que enlaza los avances
industriales con las artes aplicadas, eclecticismo y modernismo, elementos
neogóticos con elementos neobarrocos. No se tuvo en cuenta nada de eso en los
setenta, pues además de la decapitación inmisericorde de la cúpula de zinc
tipo pagoda, también se perpetró la eliminación de parte de la decoración
existente en la fachada.
Nunca tuve la oportunidad de visitar el interior
del edificio, a no ser la afamada y acogedora coctelería de la planta baja que
le da nombre popular a unos metros del salto de las olas, pero creo que también
es de admirar por su decoración, según explica y bien sabe Héctor Blanco en su
Ave Fénix, la recuperación del edificio de la calle Cabrales nº 18.
Gracias a la agudeza de encuadre de Goti del Sol, fotógrafo del fragmento
memorioso, podemos advertir en la primera imagen el contraste entre la
arquitectura amazacotada e impersonal de nuestros días y la estilizada cúpula
que parece insertada en medio de los macizos rascacielos, remedando una de las
más carismática señas de identidad arquitectónica de la bahía desde principios
del pasado siglo. Recuperar esa cúpula, aunque ya no sea la misma desde la que
se otearon tantas mareas, es algo que debemos agradecer al mencionado
arquitecto y a su equipo.
Las ciudades con memoria, como lo son las que respetan
su arquitectura histórica, cumplen al preservarla una función primordial en el
devenir del tiempo: tener presente, evocar y respetar la vida de las
generaciones que nos precedieron en ese mismo ámbito urbano y pretendieron con
su trabajo y su legado hacer más entretenido y deleitoso el entorno civil.
La airosa belleza de esa cúpula nos evoca
aquellos afanes y por esta razón, sobre todo, es una pieza fundamental en el
paisaje gijonés desde los tiempos en que se podía avistar por encima del
balneario Las Carolinas, fundado por Justo del Castillo cuando expiraba el
siglo XIX para solaz de nuestros abuelos.
*Artículo publicado hoy en MIGIJÓN.COM
DdA, XVII/4844
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