viernes, 7 de mayo de 2021

EL CASO DE PABLO IGLESIAS MARCA LOS LÍMITES DEL RÉGIMEN DEL 78



Javier Lezaola

A pesar de haber aumentado en tres escaños el grupo de Unidas Podemos en la Asamblea de Madrid –que pasa de siete a diez–, Iglesias ha dimitido esta semana de todos sus cargos políticos e institucionales, después de que la operación de acoso y derribo que viene sufriendo prácticamente desde que irrumpió en la política española se agudizara en los últimos 15 días hasta hacerse insoportable. Las intoxicaciones y mentiras de la cloaca mediática y el acoso de una ultraderecha impulsada desde sectores del propio régimen del 78 acabaron creando un clima que lo ha convertido en un chivo expiatorio y ha hecho imposible su continuidad en la política de partidos e institucional.

Lo que ha pasado esta semana con Iglesias –después de que contra él y contra su partido haya valido prácticamente todo desde la fundación de este– demuestra precisamente que en el régimen del 78 vale precisamente todo y que la cloaca mediática y el acoso ultraderechista pueden acabar sacando de la escena incluso a un político de gobierno y extendiendo el miedo entre el resto de dirigentes y militantes de su partido, conscientes de que estas operaciones de acoso y derribo existen y funcionan.

El caso de Iglesias es inédito, y no porque en España y en el propio régimen del 78 no existan precedentes de represión a la disidencia política e incluso de operaciones de acoso y derribo a líderes políticos –que por supuesto que existen–, sino por la propia trayectoria de Iglesias, que hace que su caso deje a la vista las costuras del régimen como ningún otro hasta la fecha.

Iglesias llegó a la política en 2014 –hace sólo siete años–, y lo hizo abanderando la principal demanda del 15M: la superación del bipartidismo de dos partidos –el PSOE y el PP– que se turnaban para gobernar, en solitario, en favor de los intereses del poder económico y en contra de los intereses de la mayoría. Ese turnismo bipartidista fue la base del régimen del 78 desde su puesta en marcha en 1978 precisamente hasta que Iglesias y Podemos irrumpieron en el Congreso con 42 diputados y hubo que repetir las generales de diciembre de 2015. El bipartidismo estaba tocado por primera vez en casi cuatro décadas de régimen, y fue hundido cuando hubo que volver a repetir las generales de abril de 2019 e Iglesias accedió a una de las vicepresidencias del Gobierno central.

Las candidaturas encabezadas por Iglesias siempre han logrado más diputados en el Congreso de los que había logrado nunca la izquierda española, que tenía el techo en los 21 conseguidos por Julio Anguita en las generales de 1996, justo la mitad de los 42 logrados por Iglesias en las de 2015 con la ley electoral de siempre, la diseñada en la Transición del franquismo al régimen del 78 precisamente para salvaguardar el bipartidismo y perjudicar a la izquierda.

Con Iglesias, la izquierda española ha llegado hasta donde nunca había llegado en el régimen del 78 y hasta donde el régimen no quería que llegara: tras las generales de 2015 llegó a ser decisiva en el Congreso y tras las generales de noviembre de 2019 llegó a formar parte del Gobierno central. El bipartidismo que había marcado el reinado de Juan Carlos I –obligado a abdicar en 2014 por sus escándalos pero también por lo delicado del nuevo ciclo político– estaba hundido, lo que ponía en peligro el “atado y bien atado” franquista.

Pero, a pesar de tratarse de dos hitos que la izquierda española no sólo nunca había logrado sino a los que ni se había acercado, Iglesias era consciente de que no bastaba con que la izquierda española fuera decisiva en el Congreso y llegara al Gobierno central, sino que además era necesario constituir un bloque histórico de profundización democrática que disputara la dirección de Estado al integrado por el rey de la dinastía borbónica restaurada por el general golpista Francisco Franco –estrechamente relacionada con instituciones como el Ejército español y la Iglesia católica–, al centralismo, al poder económico al que sirven –estrechamente relacionado con el poder mediático– y al propio bipartidismo, brazo ejecutor de todo lo anterior e instrumento necesario para dotar de apariencia democrática al “atado y bien atado” franquista. Y eso era llegar demasiado lejos.

Las operaciones de acoso y derribo contra la disidencia política no son nuevas ni en el Estado español ni en este régimen. Franco se despidió del mundo fusilando a cinco militantes antifascistas, la “pacífica” Transición se saldó con centenares de muertos –muchos de ellos, presuntos crímenes de lesa humanidad que la justicia argentina investiga en virtud del principio de justicia universal–, el régimen del 78 ha encarcelado a varios líderes políticos y tiene probados episodios de torturas a disidentes y de asesinatos y secuestros relacionados con la guerra sucia. No obstante –y sin restar un ápice de importancia a los hechos anteriores–, hay algo que convierte en inédito el caso de Iglesias, y es que se trata de un líder que –desde aquel “si queréis cambiar las cosas, presentaos a las elecciones” con el que el régimen recibió al 15M– ha seguido escrupulosamente las vías políticas e institucionales establecidas por el propio régimen; tanto, que ha llegado a sentarse, contra todo pronóstico –porque lo tenía todo en contra–, en el Consejo de Ministros.

El caso de Iglesias –empujado a abandonar la política de partidos e institucional sólo siete años después de fundar Podemos– es gravísimo, marca los límites del régimen del 78 –un régimen, heredero directo del franquismo, que parece ofrecer democracia a cambio de no ejercerla– como ningún otro hasta la fecha, deja más a la vista que nunca las costuras de este régimen y sin duda estaría constituyendo un escándalo en un Estado sin los déficits democráticos del español.


La última hora DdA, XVII/4739

No hay comentarios:

Publicar un comentario