Raúl Solís
Son las 8 de la mañana. Me
dirijo a coger el metro de Serrano para ir a trabajar y antes me paro en el
quiosco de la prensa. Un señor alerta a la quiosquera: “Hoy hay una reunión de
los empresarios más importantes de Madrid con abogados para acordar que si gana
Podemos las elecciones se van todos a Portugal”.
Se lo cuenta a la quiosquera a
grito pelao, como si el espacio público fuera suyo y se creyera con el
derecho a ocuparlo. Lo que afirma es mentira, puesto que ha pasado la fecha
anunciada y los empresarios de Madrid no han anunciado nada, pero lo que sí es
verdad es que el fachaflautismo está fuera de madre y que, mientras tú te vas a
trabajar pensando que todo el mundo está agobiado porque tiene que dejar a los
niños en el colegio y sortear los atascos para llegar al curro, una España
reaccionaria se alimenta de medios de comunicación tóxicos que se nutren de la
mentira y han instalado el odio en la convivencia.
El peligro de las Ana Rosa
Quintana, Jiménez Losanto o Vicente Vallés no es que manipulen la información,
es que degradan la democracia porque un sistema democrático está herido de
muerte cuando el odio se instala en su cotidianeidad. Mientras yo ojeaba una
revista para comprarla e ir leyéndola en el metro, este vecino del Barrio de
Salamanca, que a buen seguro ha sido de los manifestantes más activos en sacar
el palo de golf a la calle Núñez de Balboa en contra del estado de alarma,
estaba a lo suyo, que es a lo que se dedica la derecha ultraderechizada desde
hace mucho tiempo. Es el bolsonarismo castizo, referenciado en Ayuso, que a su
vez fue parida por Esperanza Aguirre. En tiempos de normalidad democrática,
Ayuso no sería apta ni para ser concejal de la oposición de un municipio de
3.000 habitantes. Ahora gobierna la región con mayor PIB de España.
El señor del quiosco representa
a la derecha hiperventilada, la que colapsó la Plaza de Colón, la que aplaude
que haya guardias civiles que afirman que hay que matar a 26 millones de
españoles, la que grita libertad porque le obligan a llevar mascarilla, la que
no quiere pagar impuestos porque tiene sus clínicas privadas, la que ha
heredado todos los privilegios de los que goza, la que no conoce el esfuerzo de
la gente trabajadora para salir adelante con todo en contra, la que se ha
independizando de los barrios del sur de la capital, de ciudades como Parla,
Leganés, Getafe, Alcalá de Henares, Móstoles, Alcobendas o Pinto y de
Andalucía, Extremadura o Canarias.
En un momento dado de la
conversación entre este señor del Barrio de Salamanca y la quiosquera, levanté
mis ojos de la revista que estaba ojeando y grité en defensa propia: “Pues yo
voy a votar a Podemos”. Se hizo el silencio. Los ojos le dieron la vuelta como
platos y la expresión se les salió del marco de la cara. “¿De verdad vas a
votar a Podemos”, me dijo el buen señor, realmente preocupado. “¿Pero de verdad
tú votas a Podemos?”, añadió la quiosquera, con inusitada vehemencia, tanta o
más que el señor. “Claro, les vengo votando ya desde hace unos años”, les
reafirmo de nuevo. “¿Pero por qué votas a Podemos?”, repregunta la quiosquera,
que no da crédito que por esa calle tan elegante haya pasado un votante de
Podemos sin perro y sin flauta, bien vestido, con colonia, educado, que dice
buenos días, que no tiene rabo ni cuernos y que encima no tiene vergüenza en
decir lo que vota.
Al estar informados por unos
medios de comunicación que desprecian la verdad y difuminan la realidad,
este señor y la quiosquera se han construido una imagen endiablada sobre el
votante de Podemos. Los medios de comunicación han deshumanizado no sólo a
Podemos y a sus líderes, sino también a quienes votamos a este partido porque
creemos que es la herramienta más útil para acabar con la desigualdad galopante
que sufre España y especialmente la región más rica de España, donde la
diferencia entre la esperanza de vida de un distrito rico y otro más humilde,
dentro de la misma ciudad, es casi de diez años.
Podría no haber dicho nada y
dejarlos allí con su conversación de fachas hiperventilados. Sé que no los voy
a hacer cambiar de opinión, pero creo que es necesario que las personas
progresistas nos apropiemos también del espacio público que la ultraderecha
cree que le ha caído en herencia. Seguramente esas dos personas no hayan
escuchado nunca a nadie decir abiertamente que es votante de Podemos,
seguramente sea la única vez en su vida que se hayan dado cuenta de que el mundo
es mucho más grande, a Dios gracias, que el Barrio de Salamanca, donde hay
zapaterías que venden zapatos por el mismo precio que lo que cobra al mes la
cajera del supermercado de enfrente que, para llegar a su trabajo, necesita
coger todos los días tres metros y salir dos horas antes de su casa.
Si el día 4 de mayo todos los
madrileños salen a la calle y se dirigen a su colegio electoral con la papeleta
de voto de un partido progresista, la sonrisa soberbia de los ricos se quedará
congelada. Lo que ocurre en Madrid es muy grave, es una sociedad rota en dos.
Aún peor, es una sociedad incomunicada socialmente entre sí. A diez paradas de
metro de la calle Serrano se encuentra un Madrid desigual, empobrecido, sin
horizonte, con miedo al futuro y trabajos intermitentes y precarios. La ruptura
social de Madrid es propia de las sociedades latinoamericanas en las que
conviven urbanizaciones de lujo, con seguridad privada y tiendas de alta gama
con barrios en emergencia social a tres manzanas. Madrid se parece más a Buenos
Aires que a Berlín.
Lo que se juega el 4 de mayo en
Madrid es si los ricos sin empatía van a culpar a los pobres de su situación
social o si se van a hacer cargo, a través de impuestos, de la reconstrucción
de una sociedad devastada por 26 años de privatizaciones, recortes, corrupción
y sadismo contra la gente corriente. Los ricos madrileños se quieren
independizar de España, de los artículos sociales de la Constitución de 1978,
por eso amenazan con llevarse las empresas al extranjero,a la vez que de sus
balcones cuelgan banderas rojigualda y por sus calles circulan coches con
matrícula de Andorra. Si esta derecha antisocial, extrema, inmisericorde y
soberbia de privilegios pasa en Madrid, pasará también en el resto de España.
El proyecto de Ayuso es la descivilización. No es Madrid, es España.
La última hora DdA, XVII/4812
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