miércoles, 7 de abril de 2021

SI LA DERECHA EXTREMA PASA EN MADRID, PASARÁ TAMBIÉN EN EL RESTO DE ESPAÑA


 Raúl Solís

Son las 8 de la mañana. Me dirijo a coger el metro de Serrano para ir a trabajar y antes me paro en el quiosco de la prensa. Un señor alerta a la quiosquera: “Hoy hay una reunión de los empresarios más importantes de Madrid con abogados para acordar que si gana Podemos las elecciones se van todos a Portugal”.

Se lo cuenta a la quiosquera a grito pelao, como si el espacio público fuera suyo y se creyera con el derecho a ocuparlo. Lo que afirma es mentira, puesto que ha pasado la fecha anunciada y los empresarios de Madrid no han anunciado nada, pero lo que sí es verdad es que el fachaflautismo está fuera de madre y que, mientras tú te vas a trabajar pensando que todo el mundo está agobiado porque tiene que dejar a los niños en el colegio y sortear los atascos para llegar al curro, una España reaccionaria se alimenta de medios de comunicación tóxicos que se nutren de la mentira y han instalado el odio en la convivencia.

El peligro de las Ana Rosa Quintana, Jiménez Losanto o Vicente Vallés no es que manipulen la información, es que degradan la democracia porque un sistema democrático está herido de muerte cuando el odio se instala en su cotidianeidad. Mientras yo ojeaba una revista para comprarla e ir leyéndola en el metro, este vecino del Barrio de Salamanca, que a buen seguro ha sido de los manifestantes más activos en sacar el palo de golf a la calle Núñez de Balboa en contra del estado de alarma, estaba a lo suyo, que es a lo que se dedica la derecha ultraderechizada desde hace mucho tiempo. Es el bolsonarismo castizo, referenciado en Ayuso, que a su vez fue parida por Esperanza Aguirre. En tiempos de normalidad democrática, Ayuso no sería apta ni para ser concejal de la oposición de un municipio de 3.000 habitantes. Ahora gobierna la región con mayor PIB de España.

El señor del quiosco representa a la derecha hiperventilada, la que colapsó la Plaza de Colón, la que aplaude que haya guardias civiles que afirman que hay que matar a 26 millones de españoles, la que grita libertad porque le obligan a llevar mascarilla, la que no quiere pagar impuestos porque tiene sus clínicas privadas, la que ha heredado todos los privilegios de los que goza, la que no conoce el esfuerzo de la gente trabajadora para salir adelante con todo en contra, la que se ha independizando de los barrios del sur de la capital, de ciudades como Parla, Leganés, Getafe, Alcalá de Henares, Móstoles, Alcobendas o Pinto y de Andalucía, Extremadura o Canarias.

En un momento dado de la conversación entre este señor del Barrio de Salamanca y la quiosquera, levanté mis ojos de la revista que estaba ojeando y grité en defensa propia: “Pues yo voy a votar a Podemos”. Se hizo el silencio. Los ojos le dieron la vuelta como platos y la expresión se les salió del marco de la cara. “¿De verdad vas a votar a Podemos”, me dijo el buen señor, realmente preocupado. “¿Pero de verdad tú votas a Podemos?”, añadió la quiosquera, con inusitada vehemencia, tanta o más que el señor. “Claro, les vengo votando ya desde hace unos años”, les reafirmo de nuevo. “¿Pero por qué votas a Podemos?”, repregunta la quiosquera, que no da crédito que por esa calle tan elegante haya pasado un votante de Podemos sin perro y sin flauta, bien vestido, con colonia, educado, que dice buenos días, que no tiene rabo ni cuernos y que encima no tiene vergüenza en decir lo que vota.

Al estar informados por unos medios de comunicación que desprecian la verdad y  difuminan la realidad, este señor y la quiosquera se han construido una imagen endiablada sobre el votante de Podemos. Los medios de comunicación han deshumanizado no sólo a Podemos y a sus líderes, sino también a quienes votamos a este partido porque creemos que es la herramienta más útil para acabar con la desigualdad galopante que sufre España y especialmente la región más rica de España, donde la diferencia entre la esperanza de vida de un distrito rico y otro más humilde, dentro de la misma ciudad, es casi de diez años.

Podría no haber dicho nada y dejarlos allí con su conversación de fachas hiperventilados. Sé que no los voy a hacer cambiar de opinión, pero creo que es necesario que las personas progresistas nos apropiemos también del espacio público que la ultraderecha cree que le ha caído en herencia. Seguramente esas dos personas no hayan escuchado nunca a nadie decir abiertamente que es votante de Podemos, seguramente sea la única vez en su vida que se hayan dado cuenta de que el mundo es mucho más grande, a Dios gracias, que el Barrio de Salamanca, donde hay zapaterías que venden zapatos por el mismo precio que lo que cobra al mes la cajera del supermercado de enfrente que, para llegar a su trabajo, necesita coger todos los días tres metros y salir dos horas antes de su casa.

Si el día 4 de mayo todos los madrileños salen a la calle y se dirigen a su colegio electoral con la papeleta de voto de un partido progresista, la sonrisa soberbia de los ricos se quedará congelada. Lo que ocurre en Madrid es muy grave, es una sociedad rota en dos. Aún peor, es una sociedad incomunicada socialmente entre sí. A diez paradas de metro de la calle Serrano se encuentra un Madrid desigual, empobrecido, sin horizonte, con miedo al futuro y trabajos intermitentes y precarios. La ruptura social de Madrid es propia de las sociedades latinoamericanas en las que conviven urbanizaciones de lujo, con seguridad privada y tiendas de alta gama con barrios en emergencia social a tres manzanas. Madrid se parece más a Buenos Aires que a Berlín.

Lo que se juega el 4 de mayo en Madrid es si los ricos sin empatía van a culpar a los pobres de su situación social o si se van a hacer cargo, a través de impuestos, de la reconstrucción de una sociedad devastada por 26 años de privatizaciones, recortes, corrupción y sadismo contra la gente corriente. Los ricos madrileños se quieren independizar de España, de los artículos sociales de la Constitución de 1978, por eso amenazan con llevarse las empresas al extranjero,a la vez que de sus balcones cuelgan banderas rojigualda y por sus calles circulan coches con matrícula de Andorra. Si esta derecha antisocial, extrema, inmisericorde y soberbia de privilegios pasa en Madrid, pasará también en el resto de España. El proyecto de Ayuso es la descivilización. No es Madrid, es España.

La última hora DdA, XVII/4812

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