Raúl Solís
“Cuando tenía todas las
respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”, dice una cita, atribuida
al poeta uruguayo Mario Benedetti, que aparece con frecuencia en los
sobres de los azucarillos del café. Nunca pensé que una frase de filosofía
de azucarrillo fuera a servir para analizar una cosa tan compleja como una
campaña electoral. Sin embargo, esta cita explica a la perfección en qué estado
se encuentra la carrera por llegar a la Puerta del Sol.
Cuando Isabel Díaz Ayuso convocó
anticipadamente las elecciones, lo hizo para pedir estabilidad y segura de que
el intento de Ciudadanos de desbancar al PP en Murcia, a través de
una moción de censura negociada previamente con el PSOE, al PP le permitía
dirigir la campaña electoral. La izquierda ni estaba ni se le esperaba. El PSOE
nadaba en la insustancialidad en la que se puede resumir la labor de oposición
de su candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Ángel
Gabilondo. Más Madrid, liderado por Mónica García, se conformaba con los
16 escaños que le daban algunos sondeos y soñaba con que Unidas Podemos bajara
del 5% para hacerse en exclusiva con el mercado electoral a la izquierda del
PSOE.
Por su parte, Unidas
Podemos, con su entonces candidata Isa Serra, condenada por frenar un desahucio
y a la espera de que el poder judicial -tan conectado con la derecha política-
la inhabilitara en medio del fragor de la campaña electoral. Díaz Ayuso tenía
escrita su campaña electoral como el que escribe un guion de una
serie. Esperaba no hubiese mayores sobresaltos. Sólo necesitaba que los barrios
populares, el Corredor de Henares y las ciudades del sur, feudos
históricos de la izquierda, no se sintieran interpelados a votar.
En un principio, el enemigo de
la campaña elegido por Ayuso fue Pedro Sánchez y sus héroes fueron los hosteleros a
los que no ha dado ni un solo euro de ayuda pública. De ahí que sólo acudiera a
un debate y rechazara la oferta de debatir en otros medios. ¿Quién se
acuerda ya de los hosteleros?
La Juana de Arco madrileña creyó,
o le hicieron creer, que la campaña electoral sería un paseíllo por la Plaza
de Toros de las Ventas, pero a Díaz Ayuso se le congeló la sonrisa cuando Pablo
Iglesias hizo lo que nadie esperaba. Dimitir como vicepresidente segundo del
Gobierno de España, dejar su escaño en el Congreso y bajar al barro de la
política autonómica como candidato. La pregunta de la campaña cambió y el PSOE,
que entonces se las veía muy felices porque creía poder poder arañar los votos
del naufragio de Ciudadanos, argumentó que “con este Iglesias, no”.
Más Madrid rechazó la oferta de
unidad de Pablo Iglesias utilizando argumentos feministas para no decir
abiertamente que el no de los de Errejón era más en clave de partidismo que de
política. A Isabel Díaz Ayuso se le congeló la sonrisa, pero a PSOE y Más
Madrid también. La entrada de Iglesias cambió el foco de la campaña. Tanto Más
Madrid como PSOE creyeron que la entrada en el terreno de juego de
Iglesias aumentaría la movilización de la derecha, como si no estuviera ya
suficientemente movilizada. No lo dirán, pero todos saben que la entrada en
campaña de Pablo Iglesias ha abierto una grieta de esperanza para
ganarle al PP.
De hecho, los argumentarios
oficiales de PSOE y Más Madrid en los primeros días de la precampaña electoral
usaron esos marcos conceptuales, que se instalaron con la ayuda de El País y
la Cadena Ser, medios de comunicación siempre tan dispuestos a diabolizar
a Pablo Iglesias usando a líderes progresistas que ponen siempre el tacticismo
por delante de la ética y la transformación social.
Del “socialismo o
libertad” de Ayuso, la pregunta ahora era “comunismo o libertad”.
La pregunta era favorable tanto para los intereses del PP como para los
de PSOE o Más Madrid, quienes pensaron que Unidas Podemos recogería solamente
los votos de la izquierda identitaria, alrededor de un 10% de los
electores, dejándoles a estas dos formaciones del moderantismo castizo el
lado de la transversalidad.
Cuando todas las fuerzas
políticas y el poder mediático tenían todas las respuestas, de pronto,
cambiaron todas las preguntas. Entonces llegó una carta con cuatro balas y
una amenaza de muerte a nombre de Pablo Iglesias, del ministro del
Interior, Grande-Marlaska, y de María Gámez, la directora de la
Guardia Civil.
Todo hubiera sido diferente si
la amenaza de muerte sólo la hubiese recibido Pablo Iglesias, pero al recibirla
también dos socialistas, el Grupo Prisa, por primera vez, comenzó a usar
el marco que Unidas Podemos lleva usando desde que hace dos años la
ultraderecha entrara por las puertas del Parlamento andaluz.
De pronto, periodistas de
la Ser que hasta ayer estuvieron difundiendo informes policiales falsos
contra Podemos y participando de lleno en la campaña de diabolizacion contra
Pablo Iglesias empezaron a usar el lenguaje que deben usar los demócratas para
frenar a la ultraderecha. El debate de la Cadena Ser, que abandonó Pablo
Iglesias por la no condena del acto terrorista de la candidata de Vox, levantó
todas las caretas. Ángels Barceló tenía cara de otra.
De hecho, Ángels Barceló hizo
algo que habitualmente no hacen los periodistas estrellas, como es dar
entrevistas en otros medios de comunicación para hablar de lo ocurrido en
su propia emisora. Barceló se ha hecho un paseíllo por diversos medios de
comunicación, ajenos al Grupo Prisa, porque sabe que su actitud de tolerancia
con el fascismo no se entendió en la calle. El sentido común ha cambiado
con respecto al tratamiento de la ultraderecha. La salida de Pablo
Iglesias de la Ser simbólicamente tiene una fuerza ética imposible de
diabolizar. Saliendo del debate de la Ser, Iglesias se situó como el líder
de la defensa de la democracia.
PSOE y Más Madrid no se
levantaron junto con Pablo Iglesias, sino que se quedaron en el debate pensando
que esa actitud de líder de Podemos sería leída por la ciudadanía como parte
del espectáculo propio de la campaña y que la moderación era quedarse a debatir
con la ultraderecha. A Mónica García, candidata de Más Madrid, Rocío Monasterio
la llegó a llamar “amargada” y ni siquiera se levantó de la silla.
Después de Iglesias, a la hora, se levantó Gabilondo y al poco le acompañó
Mónica García.
No lo hicieron por un
compromiso ético con la democracia ni en solidaridad con Iglesias, sino porque
sus asesores desde fuera le empezaron a enviar mensajes a los móviles
de que las redes sociales ardían y le preguntaban qué hacían allí debatiendo
con una fascista con Twitter ardiendo. Por primera vez, la
moderación, que no es más que el sentido común, había cambiado de bando. La
pregunta de campaña había vuelto a cambiar. Ni socialismo o libertad, ni
comunismo o libertad, ahora la pregunta de la campaña es democracia o
fascismo.
Pablo Iglesias, que había
estado toda la noche sin dormir de la tremenda preocupación tras recibir una
amenaza de muerte contra él mismo, su pareja, su padre y su madre, llegó al
debate convencido de que si Monasterio no condenaba las amenazas de muerte no
iba a seguir debatiendo y blanqueando fascistas. Cuando Iglesias se
levantó del debate, haciendo caso omiso a las llamadas para que se quedara de
Ángel Gabilondo, Mónica García o la propia moderadora, Ángels Barceló, se
convirtió en ese momento en el director de la campaña electoral.
El simbolismo es tan grande
que hasta la propia derecha anda preocupada desde entonces porque
saben que la movilización de los votantes de izquierdas puede ser histórica
para frenar una amenaza real de que el fascismo entre a gobernar en la región
con mayor PIB de España y una de las capitales del mundo.
En enero de 2019, mientras que
se celebraba el pleno de constitución del Parlamento andaluz en el
que la ultraderecha entró por primera vez en España, un periodista estupendo me
preguntó si pensaba que Vox era un partido fascista: “Yo creo que es un
partido de gente cabreada”, me dijo. Desde hace tres días este mismo periodista
escribe mensajes en su cuenta de Twitter que parece salidos directamente de
un soldado del Ejército Rojo en su lucha contra el nazismo. La culpa
la tiene que la emisora de radio donde acude de tertuliano, y que le sirve para
complementar el sueldo de redactor, ha cambiado de línea editorial y
ya habla abiertamente de Vox como un partido fascista.
Ayuso no sabe a qué santo
rezarle para frenar la movilización de la izquierda que todas las
encuestas y el ambiente empiezan a reflejar. Iglesias, que entró en la campaña
de 'outsider', se ha convertido en el director de la misma y en el capitán de
la estrategia de la izquierda para echar al PP de la Comunidad de Madrid
después de 25 años de poder absolutista. Y Gabilondo, que no terminaba de
entrar en la campaña electoral, ha pasado de “con este Iglesias, no” a
unirse al marco de alerta antifascista que Podemos inauguró hace dos años en el
Parlamento andaluz con críticas a izquierda y derecha.
La última hora DdA, XVII/4829
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