lunes, 26 de abril de 2021

PABLO IGLESIAS, DIRECTOR DE LA CAMPAÑA ELECTORAL "DEMOCRACIA O FASCISMO"

 


Raúl Solís

“Cuando tenía todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”, dice una cita, atribuida al poeta uruguayo Mario Benedetti, que aparece con frecuencia en los sobres de los azucarillos del café. Nunca pensé que una frase de filosofía de azucarrillo fuera a servir para analizar una cosa tan compleja como una campaña electoral. Sin embargo, esta cita explica a la perfección en qué estado se encuentra la carrera por llegar a la Puerta del Sol.

Cuando Isabel Díaz Ayuso convocó anticipadamente las elecciones, lo hizo para pedir estabilidad y segura de que el intento de Ciudadanos de desbancar al PP en Murcia, a través de una moción de censura negociada previamente con el PSOE, al PP le permitía dirigir la campaña electoral. La izquierda ni estaba ni se le esperaba. El PSOE nadaba en la insustancialidad en la que se puede resumir la labor de oposición de su candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo. Más Madrid, liderado por Mónica García, se conformaba con los 16 escaños que le daban algunos sondeos y soñaba con que Unidas Podemos bajara del 5% para hacerse en exclusiva con el mercado electoral a la izquierda del PSOE.

Por su parte, Unidas Podemos, con su entonces candidata Isa Serra, condenada por frenar un desahucio y a la espera de que el poder judicial -tan conectado con la derecha política- la inhabilitara en medio del fragor de la campaña electoral. Díaz Ayuso tenía escrita su campaña electoral  como el que escribe un guion de una serie. Esperaba no hubiese mayores sobresaltos. Sólo necesitaba que los barrios populares, el Corredor de Henares y las ciudades del sur, feudos históricos de la izquierda, no se sintieran interpelados a votar.

En un principio, el enemigo de la campaña elegido por Ayuso fue Pedro Sánchez y sus héroes fueron los hosteleros a los que no ha dado ni un solo euro de ayuda pública. De ahí que sólo acudiera a un debate y rechazara la oferta de debatir en otros medios. ¿Quién se acuerda ya de los hosteleros?

La Juana de Arco madrileña creyó, o le hicieron creer, que la campaña electoral sería un paseíllo por la Plaza de Toros de las Ventas, pero a Díaz Ayuso se le congeló la sonrisa cuando Pablo Iglesias hizo lo que nadie esperaba. Dimitir como vicepresidente segundo del Gobierno de España, dejar su escaño en el Congreso y bajar al barro de la política autonómica como candidato. La pregunta de la campaña cambió y el PSOE, que entonces se las veía muy felices porque creía poder poder arañar los votos del naufragio de Ciudadanos, argumentó que “con este Iglesias, no”.

Más Madrid rechazó la oferta de unidad de Pablo Iglesias utilizando argumentos feministas para no decir abiertamente que el no de los de Errejón era más en clave de partidismo que de política. A Isabel Díaz Ayuso se le congeló la sonrisa, pero a PSOE y Más Madrid también. La entrada de Iglesias cambió el foco de la campaña. Tanto Más Madrid como PSOE  creyeron que la entrada en el terreno de juego de Iglesias aumentaría la movilización de la derecha, como si no estuviera ya suficientemente movilizada. No lo dirán, pero todos saben que la entrada en campaña de Pablo Iglesias ha abierto una grieta de esperanza para ganarle al PP.

De hecho, los argumentarios oficiales de PSOE y Más Madrid en los primeros días de la precampaña electoral usaron esos marcos conceptuales, que se instalaron con la ayuda de El País y la Cadena Ser, medios de comunicación siempre tan dispuestos a diabolizar a Pablo Iglesias usando a líderes progresistas que ponen siempre el tacticismo por delante de la ética y la transformación social.

Del “socialismo o libertad” de Ayuso, la pregunta ahora era “comunismo o libertad”.  La pregunta era favorable tanto para los intereses del PP como para los de PSOE o Más Madrid, quienes pensaron que Unidas Podemos recogería solamente los votos de la izquierda identitaria, alrededor de un 10% de los electores, dejándoles a estas dos formaciones del moderantismo castizo el lado de la transversalidad.

Cuando todas las fuerzas políticas y el poder mediático tenían todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas. Entonces llegó una carta con cuatro balas y una amenaza de muerte a nombre de Pablo Iglesias, del ministro del Interior, Grande-Marlaska, y de María Gámez, la directora de la Guardia Civil.

Todo hubiera sido diferente si la amenaza de muerte sólo la hubiese recibido Pablo Iglesias, pero al recibirla también dos socialistas, el Grupo Prisa, por primera vez, comenzó a usar el marco que Unidas Podemos lleva usando desde que hace dos años la ultraderecha entrara por las puertas del Parlamento andaluz.

De pronto, periodistas de la Ser que hasta ayer estuvieron difundiendo informes policiales falsos contra Podemos y participando de lleno en la campaña de diabolizacion contra Pablo Iglesias empezaron a usar el lenguaje que deben usar los demócratas para frenar a la ultraderecha. El debate de la Cadena Ser, que abandonó Pablo Iglesias por la no condena del acto terrorista de la candidata de Vox, levantó todas las caretas. Ángels Barceló tenía cara de otra.

De hecho, Ángels Barceló hizo algo que habitualmente no hacen los periodistas estrellas, como es dar entrevistas en otros medios de comunicación para hablar de lo ocurrido en su propia emisora. Barceló se ha hecho un paseíllo por diversos medios de comunicación, ajenos al Grupo Prisa, porque sabe que su actitud de tolerancia con el fascismo no se entendió en la calle. El sentido común ha cambiado con respecto al tratamiento de la ultraderecha. La salida de Pablo Iglesias de la Ser simbólicamente tiene una fuerza ética imposible de diabolizar. Saliendo del debate de la Ser, Iglesias se situó como el líder de la defensa de la democracia. 

PSOE y Más Madrid no se levantaron junto con Pablo Iglesias, sino que se quedaron en el debate pensando que esa actitud de líder de Podemos sería leída por la ciudadanía como parte del espectáculo propio de la campaña y que la moderación era quedarse a debatir con la ultraderecha. A Mónica García, candidata de Más Madrid, Rocío Monasterio la llegó a llamar “amargada” y ni siquiera se levantó de la silla. Después de Iglesias, a la hora, se levantó Gabilondo y al poco le acompañó Mónica García.

No lo hicieron por un compromiso ético con la democracia ni en solidaridad con Iglesias, sino porque sus asesores desde fuera le empezaron a enviar mensajes a los móviles de que las redes sociales ardían y le preguntaban qué hacían allí debatiendo con una fascista con Twitter ardiendo. Por primera vez, la moderación, que no es más que el sentido común, había cambiado de bando. La pregunta de campaña había vuelto a cambiar. Ni socialismo o libertad, ni comunismo o libertad, ahora la pregunta de la campaña es democracia o fascismo.

Pablo Iglesias, que había estado toda la noche sin dormir de la tremenda preocupación tras recibir una amenaza de muerte contra él mismo, su pareja, su padre y su madre, llegó al debate convencido de que si Monasterio no condenaba las amenazas de muerte no iba a seguir debatiendo y blanqueando fascistas.   Cuando Iglesias se levantó del debate, haciendo caso omiso a las llamadas para que se quedara de Ángel Gabilondo, Mónica García o la propia moderadora, Ángels Barceló, se convirtió en ese momento en el director de la campaña electoral.

El simbolismo es tan grande que hasta la propia derecha anda preocupada desde entonces porque saben que la movilización de los votantes de izquierdas puede ser histórica para frenar una amenaza real de que el fascismo entre a gobernar en la región con mayor PIB de España y una de las capitales del mundo.

En enero de 2019, mientras que se celebraba el pleno de constitución del Parlamento andaluz en el que la ultraderecha entró por primera vez en España, un periodista estupendo me preguntó si pensaba que Vox era un partido fascista: “Yo creo que es un partido de gente cabreada”, me dijo. Desde hace tres días este mismo periodista escribe mensajes en su cuenta de Twitter que parece salidos directamente de un soldado del Ejército Rojo en su lucha contra el nazismo. La culpa la tiene que la emisora de radio donde acude de tertuliano, y que le sirve para complementar el sueldo de redactor, ha cambiado de línea editorial y ya habla abiertamente de Vox como un partido fascista.

Ayuso no sabe a qué santo rezarle para frenar la movilización de la izquierda que todas las encuestas y el ambiente empiezan a reflejar. Iglesias, que entró en la campaña de 'outsider', se ha convertido en el director de la misma y en el capitán de la estrategia de la izquierda para echar al PP de la Comunidad de Madrid después de 25 años de poder absolutista. Y Gabilondo, que no terminaba de entrar en la campaña electoral, ha pasado de “con este Iglesias, no” a unirse al marco de alerta antifascista que Podemos inauguró hace dos años en el Parlamento andaluz con críticas a izquierda y derecha.

La última hora DdA, XVII/4829

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