Félix Población
El pasado 8 de febrero, a una semana de las elecciones
en la vecina comunidad de Cataluña, el partido de la extrema derecha española
quiso hacer suyo en Zaragoza al político, jurista e historiador aragonés Joaquín
Costa (1846-1911) con motivo de los 110 años de su muerte. Convocó por eso un
acto público al que apenas asistieron unos cuantos de sus adeptos, tal como se
pudo comprobar en algunos medios.
Que poco más de un siglo después la extrema derecha,
con más de medio centenar de diputados en el Congreso y casi una docena en el
Parlament de Cataluña a la semana siguiente, haya recurrido a la figura de
Joaquín Costa para homenajearlo supera con mucho la utilización que en su día
hizo el presidente Aznar el de las Azores de Manuel Azaña, gran admirador de
Costa, por cierto. Se nota que la incultura y/o la desfachatez de la derecha
española no tienen enmienda posible.
El regeneracionista Joaquín Costa, criado en el seno
de una familia modesta, abominó en su día del caciquismo y la oligarquía
-título de una de sus más conocidas obras-, y fue un defensor de la enseñanza
libre, igualitaria y laica hasta el punto de ser uno de los intelectuales que
participó en la experiencia educativa más notable que se gestó en su época y
que mereció todos los dicterios y condenas de la dictadura franquista, según la
bibliografía nacional-católica al uso: la Institución Libre de Enseñanza. Lo
más antagónico, por lo tanto, al pin o censura parental -excrecencia del nacional-catolicismo-
que Vox hace valer ahora en aquellos gobiernos autonómicos de derechas en
los que su concurso fue determinante.
Por si esta flagrante disparidad con la extrema
derecha no bastara, hay otra que compete a la tauromaquia en la que Costa es
rotundo, siendo para la derecha extremada y la extrema derecha motivo de honra
y orgullo patrios. Don Joaquín no soportaba la crueldad de tal espectáculo, al
que se le sigue llamando fiesta nacional, y fue sin duda alguna un adelantado
en condenar todo maltrato a los animales, según podemos leer en alguna de sus
obras. “Las corridas de toros –escribió- son un
mal inveterado que nos perjudica más de lo que muchos creen y de lo que a
primera vista parece; desde la perversión del sentimiento público hasta el descrédito
del extranjero, hay una serie tétrica de gradaciones que nos envilecen”.
Ha
pasado más de un siglo desde la muerte de Joaquín Costa, el que quiso cerrar
con doble llave el sepulcro del Cid para deshinchar de retórica épica nuestra
historia -tan afín también a la derecha rancia-, y sigue habiendo similitudes
entre su tiempo y el nuestro: permanecen abiertas muchas plazas de toros,
algunos gobiernos autonómicos siguen subvencionando la tauromaquia y la lacra
de la corrupción política de los tiempos de la Restauración que don Joaquín
tanto combatió sigue entre nosotros como materia cotidiana de actualidad.
Cumple decir en este punto que no se le conoce al líder de Vox ejercicio
profesional alguno, pero sí que en el desempeño de sus cargos vinculados con el
partido más corrupto de Europa –de donde procede- cobró entre 1999 y 2013 un
monto de 730.000 euros en emolumentos públicos.
Hace muchos años, cuando todavía Francisco Umbral colaboraba en el
diario El País, el escritor vallisoletano tuvo la frivolidad de
comparar a Costa con Franco por aquella frase del polígrafo aragonés sobre la
necesidad de un cirujano de hierro. No reparó o no quiso hacerlo el afamado
columnista en que Costa fue ante todo un demócrata republicano, pionero en no
pocas de las modernas ciencias sociales, para quien el porvenir estaba en la
educación, el progreso y los ideales laicos, con la mirada siempre puesta en
una Europa de carácter abierto y libre. Su pulcritud ética fue tanta que desertó
de la política ante el cúmulo de farsantes y oportunistas que la copaban -según
sigue ocurriendo en nuestros días-, y se retiró a su tierra natal para vivir en
una sobriedad próxima a la pobreza, desechando las ofertas
mendicantes de politicastros como Alejandro Lerroux, cuyo proceder en la vida
pública tanto distó del suyo.
Puede que Vox se haya ceñido a aquella sola frase para acordarse de Costa,
tal como hiciera Umbral de modo superfluo. No contaba la
ultraderecha que, ante un acto conmemorativo como el organizado bajo su marca
con semejante grado de desvergüenza, los zaragozanos iban a impartir una
lección de justicia histórica tan concluyente como la de dejarla sola con su
bochorno.
DdA, XVII/4799
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