jueves, 4 de marzo de 2021

EL 23-F, EL REY EMÉRITO Y EL MENSAJE DE SANTO TOMÁS

 


Vicente Bernaldo de Quirós


   El apóstol San Tomás ha pasado a la posteridad como un verdadero rompehuevos, solo por el hecho de tratar de asegurar que su maestro, Jesucristo, resucitó realmente o fue todo un puto bulo de vaya usted a saber de quién con  el objetivo de  cargarse el Nuevo Testamento o racanear en su auténtica certidumbre.
   El buen hombre fue vilipendiado no solo por sus colegas de Ultima Cena, sino también por los dirigentes de la nueva Iglesia Católica que creyó ver en el apóstol a un antisistema que pretendió reventar el programa de los cielos, por desear contrastar si el Hijo de Dios había revertido de la muerte o era una falacia, porque, además, Santo Tomás no estaba allí cuando Jesucristo se presentó a sus discípulos.
   La marginación de Santo Tomás duró unos cuantos años, hasta el punto de que los rectores eclesiásticos decidieron canonizarlo, porque podría entenderse como un estrepitoso fracaso de la corte celestial la elección de apóstoles por el hijo del padre, después de la traición de Judas y el escaqueo de San Pedro al negar tres veces antes de que cantara el gallo. Vaya ridículo de las alturas.
   A mí el deseo de Santo Tomás por contrastar la resurrección de Jesucristo me parece elemental para evitar los bulos de los enemigos de la Religión y por eso considero que debe ser declarado patrono de los periodistas por buscar la verdad, que entiendo que merece más el título que San Francisco de Sales, que no comprendo muy bien porqué es el titular del cargo.
   El mensaje de Santo Tomás es inequívoco. Hay que buscar siempre la verdad, aunque resulte incómoda y yo hago mío ese mensaje cuando se trata de conocer si el rey emérito fue cómplice o no de los golpistas del 23-F, a pesar de que los voceros del régimen le traten como un auténtico héroe.
   Es verdad que muchos  expertos en España afirman sin dudar que fue el principal artífice para desbaratar el golpe de Tejero, Milans del Bosch, Armada y otros insignes golpistas , pero algunas embajadas, que no tienen maldita la conveniencia en decir lo contrario, dudaron de la sinceridad del entonces monarca.
  Como ni quito ni pongo rey, pero ayudo a la verdad, pretendo solamente tocar los clavos del soberano español para cerciorarme de que actuó conforme dicen sus más fieles vasallos, pero no encuentro otra fórmula mejor que abrir los archivos secretos del país, que parece ilógico que sigan cerrados 40 años después, para enterarme de qué explicación histórica dieron los servicios de inteligencia españoles, a pesar de que buena parte del Cesid (actual CNI) estuviera pringao en la intentona.
   O sea que, como Santo Tomás, o los archivos secretos de España me confirman que Juan Carlos I no fue cómplice de los golpistas o con mucho dolor de mi corazón, voy a tener que rechazar la tesis de su participación en el descabezamiento de la asonada, ya que no puedo contrastar que así lo haya sido. Algunas cuestiones, como el excesivo tiempo transcurrido entre  la entrada de Antonio Tejero en el Congreso y su discurso televisivo y la excelente relación entre   el rey de entonces y Alfonso Armada, me producen mucha desconfianza, pero tampoco son elementos definitivos para acusar al monarca.
   A lo mejor es mi instinto periodístico el que cuestiona la hasta ahora verdad oficial sobre el 23-F, pero en el mundo de la información se rige por unos parámetros que tienen la certidumbre como norma básica. Si yo fuera un jefe del CNI reclamaría la liberalización de los secretos oficiales. Total, si no hay nada que ocultar....

      DdA, XVII/4781       

1 comentario:

Gonzalo dijo...

A mi el 23-F siempre me ha parecido una operación publicitaria de la monarquía para convertirse en salvadores de la democracia ante el pueblo.
Es Felipe VI el que debería de solicitar la desclasificación de todos los documentos asociados a ese evento.

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