miércoles, 10 de marzo de 2021

AQUEL POEMA DE MIGUEL DE UNAMUNO EN PARÍS CONTRA LA DICTADURA*



Félix Población

Durante mis muchos años de vida profesional en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, desde los tiempos en que al centro se le conocía por Archivo General de la Guerra Civil y aún antes, cuando dependía del Archivo Histórico Nacional, tuve oportunidad de investigar en su archivo, biblioteca y hemeroteca lo bastante como para encontrar páginas, expedientes y documentos que merecieron mi atención hasta el punto de elaborar -para recordarlos- una publicación bajo la cabecera de La Postdataíndice de la memoria, en la que quedaron glosadas a modo de apuntes un tanto precipitados algunas de las informaciones que me parecieron más dignas de mención.

Es el caso de la que ahora incorporo a este artículo y hace referencia al tiempo en que don Miguel de Unamuno pasó en París, procedente de su destierro durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera en la isla canaria de Fuerteventura, y del que hace referencia el periodista y guionista de cine Francisco Madrid (1900-1952), corresponsal de varios periódicos españoles en la capital francesa por esos años y autor de dos libros en los que recoge, por un lado, anécdotas de Unamuno de ese tiempo y más tarde (Genio e ingenio de don Miguel de Unamuno) y particularidades de la vida algunos otros españoles en la capital de Francia (Los desterrados de la dictadura).

Su lugar de reunión era el histórico café La Rotonde, situado en la esquina de los bulevares de Monparnasse y Raspail y al que muchos parisófilos fuimos por evocar todos los exilios que se dieron cita en sus veladores, frecuentados por Lenin y Trotsky, y hasta por el propio general Millán Astray que -según Madrid- conversaba allí con anarquistas y sindicalista sobre la monarquía soviética (no es errata). El autor no nos habla de una posible relación entre don Miguel y el militar, quizá porque no llegaron a coincidir, pero hubiera sido digno de mención ese hipotético trato mucho antes del enfrentamiento dialéctico que tuvieron ambos el 12 de octubre de 1939, Día de la Raza,  en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Como es sabido, ese enfrentamiento, del que se han dado a conocer últimamente dos versiones cinematográficas -una de creación (Mientras dure la guerra) y otra documental (Palabras para un fin del mundo) a cargo de los cineastas Alejandro Amenábar y Manuel Menchón, respectivamente- acabó con el cese de don Miguel como rector de la Universidad,  decretado por el general Franco después de haber sido repuesto por el inicial apoyo del escritor al golpe militar.

Unamuno fue asimismo arrestado en su domicilio, con vigilancia exterior día y noche en el portal de la calle Bordadores, hasta el día de su fallecimiento el 31 de diciembre de 1939, en unas circunstancias que a Menchón le parecieron lo suficientemente anómalas como para pensar en la posibilidad de que el escritor fuera asesinado, tal como el propio don Miguel llegó a temer en los últimos meses de su vida y se llegó luego a difundir por una emisora republicana, en contra de la versión oficial dada por los vencedores de la Guerra de España.

Francisco Madrid cita entre los contertulio de La Rotonde a Juan March, Maurín, Marcelino Domingo, Pío Baroja, Carlos Esplá, Santiago Alba, Josep Pla, Macià y Corpus Barga, entre otros, a los que se unió don Unamuno en 1924. Con su llegada procedente de su destierro isleño -sobre el que también Menchón hizo otro film titulado La isla del viento-, la tertulia de aquel café pasó de llamarse La peña de los españoles a llamarse La peña de don Miguel, lo que da idea de la influencia de Unamuno sobre los reunidos. Colaborador de Le Quotidien, el escritor vasco adelantaba a su peña el esbozo de los artículos que firmaba en ese periódico contra la dictadura, tan críticos que Primo de Rivera llegó a enviar una carta al diario para que no se publicaran. La misiva apareció publicada a tres columnas, dándose así el triste caso de que todo un jefe de Estado pretendió acallar públicamente a un escritor fuera de su país.

Fue en Los desterrados de la dictadura donde encontré un poema  de don Miguel que en su día me impresionó mucho y que es una meditación más de las suyas en torno a la muerte, centrándola en esta ocasión en la posibilidad de que le sorprendiera en la tierra verde, mollar y tibia de la dulce Francia, según escribe al comienzo. Francisco Madrid refiere que el poema lo leyó Unamuno mientras paseaba con sus amigos por los Jardines de Luxemburgo:

 

Si caigo aquí, sobre esta tierra verde,

mollar y tibia de la dulce Francia.

Si caigo aquí, donde el hastío muerde

celado en rosas de sutil fragancia.

Si caigo aquí, oficina del buen gusto,

donde solo el olvida da consuelo,

llevad mi cuerpo al maternal y adusto

páramo que se hermana con el cielo.

 

Los versos de don Miguel conmovieron a sus oyentes por su vigor y certeza en la expresión de un mismo y compartido sentir, ideológica y radicalmente identificado contra el régimen autoritario que los había proscrito. En ellos reencuentra el ya sexagenario rector de Salamanca una voz remozada por su indignada vehemencia (la pasión es la fuente de la acción, constituye un gran honor ser un apasionado de la verdad, le había dicho al dictador que le reprochaba su carácter apasionado), rebosante además de la sabia hondura y lucidez que aporta a su palabra la presunción de una muerte distanciada de sus entrañados paisajes. Don Miguel los evoca como mortaja que lo funda con la tierra en sobrio abrazo, desechando la bandera de la dictadura sin sospechar que algo más de una década después su último suspiro va a coincidir, en medio de la “salvaje pesadilla” de una guerra, con la acechante sombra de una segunda dictadura que no supo o no quiso advertir quizá hasta aquel  12 de octubre de 1936, cuando le dijo a Millán Astray: venceréis pero no convenceréis

 

Envolvedme en un lienzo de blancura

hecho del lino del que riega el Duero

y al sol de Gredos luego se depura

-soy villano de a pie, no caballero-;

no ese roto harapo gualdo y rojo

-bilis y sangre- que enjuga a la espada. 

Honra y no honor, estoy libre de antojo; 

embozo de verdugo no es mi almohada.

Si caigo aquí sobre esta baja tierra,

subid mi carne al páramo aterido;

por Dios, por nuestro Dios, el de la guerra, 

mas no el de los ejércitos, lo pido.

Subidme allá; se hará mi carne roca,

y allá, en el yermo, clamará su credo;

dará al desierto de mi patria, boca

de gritar a los sordos por el miedo.

*Artículo publicado hoy también en elsaltodiario.com


        DdA, XVII/4785       

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